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Domingo, 10 de noviembre de 2002

EL BAúL DE MANUEL

Baúl I y II

TViolo

El indio hijo de remilputa y la mina loca esa quieren que arreglemos el quilombo de la deuda haciendo cagar los verdes del Central.” Así comenzaría un informe sobre la posición del FMI, en boca de su vicedirectora y del director para el hemisferio occidental, sobre el problema de la deuda externa argentina, redactado por un hipotético autor cuyo vocabulario se hubiese formado viendo programas televisivos actuales. Si de tal informe dependiera otorgar un puesto de trabajo a su autor, ¿cuál creen que recibiría?: ¿redactor, ayudante de redactor, recepcionista?, ¿o seguramente el trabajo más abyecto? Hay quienes creen que yo invento mis casos. Les contaré uno real, que sucede hoy: a la vuelta de mi casa había un terreno, con una pieza de material, cuyo dueño lo hizo cerrar al frente con un muro sin puerta, para evitar intrusos. Igual se le metieron: tres o cuatro adultos y algunos menores. Tienen un carrito para cartonear. Los niños, por lo que se ve, no están contenidos en el sistema escolar. A los pocos días de establecerse, en el techo de la pieza emergió una antena de TV, suerte de periscopio para atisbar su nuevo hábitat: “adonde fueres haz lo que vieres”, dice el refrán. Son migrantes internos, y saben que para convivir con esta sociedad que los margina, deben comunicarse hablando. Y su escuela de idioma es la TV, su puente hacia el habla de su nuevo punto de asentamiento. Pero el habla que les enseña la TV no los enriquece, sino que les perpetúa su condición de marginales. Un informe como el del comienzo, como carta de presentación para un empleo, los condenaría a un nivel de ingresos proporcional al escaso capital humano que han acumulado. En Italia debieron resolver, hace décadas, el problema de integrar el norte y el sur, distintos en cultura y lengua, y la TV fue una vía eficaz. Aquí, en cambio, a los millares de provincianos que se acercan a Buenos Aires buscando mejor futuro, que amputan voluntariamente sus raíces culturales a cambio de unas monedas juntando cartón o vendiendo baratijas, se les envenena la mente con el peor de los lenguajes. Y no se diga que esa verborragia soez recién aparece en el horario de protección al menor, ya que en una misma pieza compartida, lo que ve uno lo ven todos, sin división entre mayores y menores. No sólo la Argentina es hoy la mayor fábrica de pobres del continente, sino también la mayor amputadora de posibilidades de salir de la pobreza.


“Mutualismo”

Decía Adam Smith que el fin de la actividad económica era la satisfacción de las necesidades personales. Sin embargo, el sistema económico que él propiciaba –la economía de mercado– está lejos de alcanzarlo, pues sólo satisface las necesidades de los solventes, es decir, aquellos que poseen el dinero necesario para atraer al mercado los bienes que necesitan. Por lo tanto excluye a quienes, por una u otra razón, se ven sin recursos para comprar. El sistema no funciona a base de la solidaridad, sino del egoísmo: “No esperamos nuestro almuerzo de la benevolencia del carnicero, del cervecero o del panadero; sino del cuidado que ellos ponen en su propio interés. No nos dirigimos a su humanitarismo, sino a su egoísmo”, dijo Smith. Al vendedor no le importa tanto la urgencia de una necesidad del prójimo como cuánto dinero tiene en su bolsillo el que padece necesidad. Y sin duda hay más dinero en el bolsillo de un pudiente que en el un indigente. Ello crea una propensión natural a proveer a las necesidades de los pudientes, y a crearles necesidades artificiales mediante la publicidad. Nadie ha visto nunca carteles publicitarios promoviendo productos para menesterosos. Entonces, de las necesidades de los pobres, ¿quién se ocupa? Ellos mismos deben hacerlo. Enfermedades, discapacidades y muerte traen gastos que exceden el salario corriente de un trabajador medio. Para solventarlos, las mutualidades entregan, en un momento dado, una suma importante a un socio, fruto del ahorro previo durante cierto tiempo. Pero las mutualidades no escapan a la lógica delsistema: la maximización de la ganancia. Como la “masa de ganancias = ingresos brutos - costos”, y los ingresos no pueden aumentarse mediante precios más altos, la maximización opera a través de los costos, entregando servicios o productos de calidad inferior. Yo he sido testigo de cómo a una paciente de PAMI se le indicaba no sacarse radiografía, cuando en realidad tenía una fractura doble; cómo se le diagnosticaba “pólipos” en la vejiga, y en realidad tenía un cáncer avanzado; cómo el tratamiento radiológico debieron pagarlo sus familiares y no el PAMI; cómo a deudos de un fallecido del PAMI se les ofrecía gratis el “ataúd PAMI” –poco más que un envoltorio de cartón y madera de álamo–; cómo prestadores de DOSUBA hacen prótesis dentales imposibles de usar. Y así siguiendo: la solidaridad rendida ante el egoísmo.

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