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Domingo, 3 de abril de 2005

AGRO

Controlar con el conocimiento del mercado

Como es el comportamiento real de los industriales molineros

 Por Susana Díaz

Pretender que la superación de la evasión tributaria puede reducirse a mejores tareas de control por parte de la AFIP puede ser un error que desconoce el comportamiento real de los actores económicos. A continuación se presentan dos ejemplos:
La Federación Argentina de Industriales Molineros (FAIM), la cámara que agrupa a los mayores industriales del sector, propuso esta semana al Gobierno un canje ventajoso: que a cambio de mantener congelado el precio de la harina se les conceda una baja de las retenciones a las exportaciones del 20 al 5 por ciento. ¿Qué significa esto?
En el país se producen 16 millones de toneladas de trigo. De este total se industrializan 5 millones de toneladas. El producto de la molienda es, en números gruesos, 75 por ciento harina y 25 por ciento afrechillo destinado a la alimentación animal. De los alrededor de 3,75 millones de toneladas de harina conseguidos en la molienda, más del 90 por ciento se destina al consumo interno. Sólo se exportan unas 350 mil toneladas por algo más de 50 millones de dólares (aproximadamente 150 dólares FOB la tonelada). Sacando cuentas sencillas puede llegarse a la conclusión de que si el fisco renuncia a percibir 15 puntos de estas exportaciones, unos 8 millones de dólares, FAIM se compromete a mantener congelados los precios.
Pero esta cuenta es rechazada por FAIM, que aduce que en la actualidad las exportaciones de harinas son prácticamente nulas y, en consecuencia, la medida no tendría costo fiscal. Y es verdad. Lo que hoy se exporta no son harinas, sino “premezclas”, es decir harinas enriquecidas con algún otro componente, como vitaminas, minerales, ácido fólico o preparados para, por ejemplo, la elaboración de pan dulce. Por la exportación de premezclas, además, no se obtienen 50, sino 80 millones de dólares.
Pero este cambio en la composición de las exportaciones sectoriales no se explica sólo por la búsqueda de mayor valor agregado, sino también por cuestiones tributarias. No casualmente se produjo a partir de la imposición de las retenciones. Como en otras áreas donde los detalles fueron más graves, como en su momento la exclusión del gas natural del gravamen a las exportaciones de hidrocarburos, la clave está en la letra chica. Letra chica que suele traducirse en ahorros millonarios para el sector privado. Contra el citado 20 por ciento de retenciones aplicado a las harinas, las premezclas son gravadas con el 5 por ciento. Además, como se ve que para el país estas ventas tienen un objetivo estratégico, este 5 por ciento es compensado con reintegros de también el 5 por ciento, con lo que las retenciones no existen.
Al margen de la “distorsión” tributaria la pregunta es por qué se preocupa entonces FAIM. La respuesta de los exportadores es que dos de los tres principales destinos de las ventas argentinas, Brasil y Chile (el tercero es Bolivia), evalúan que, con la aplicación de aranceles diferenciales, la Argentina está subvencionando las exportaciones de premezclas, una excusa ideal para la imposición de barreras paraarancelarias y una situación que pondría en peligro el grueso del negocio.
El segundo ejemplo también es con los molineros, pero en el mercado interno. Aunque la capacidad ociosa del sector es del 35 por ciento, el número de molinos sigue aumentando. FAIM sostiene que el 30 por ciento del mercado está en negro y que, por supuesto, no es entre sus afiliados donde se encuentran los evasores. Aquí aparecen una vez más las alícuotas diferenciales. El trigo paga un 10,5 por ciento de IVA, las harinas el 21 por ciento y el pan 0 por ciento. Dado que la tecnología “de punta” no es un requisito para producir buena harina, el incentivo para evadir es muy alto, lo que, al menos en parte, explicaría el surgimiento de nuevos molinos. Los competidores de las empresas afiliadas a FAIM no deben sentirse muy cómodos con el dato pero, cualquiera sea el caso, aquí puedeaplicarse sin temor a equivocación la vieja máxima proudhoniana según la cual “el hombre es bueno, pero el sistema (tributario) es malo”.

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