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Domingo, 23 de octubre de 2005

AGRO

Ganadores y perdedores en el Valle del Río Negro

EL NUEVO ESCENARIO PRODUCTIVO REGIONAL TRAS LA DEVALUACION

 Por Susana Díaz

Una investigación en curso del Conicet, conducida por el especialista en economías regionales Alejandro Rofman, a la que accedió Cash, muestra los cambios en la producción de manzanas y peras del Valle del Río Negro a partir de la salida de la convertibilidad. A diferencia de los trabajos de investigación económica tradicionales, en los que se enfatizan los números agregados que resultan del proceso productivo, la investigación de Conicet se concentra en el nuevo escenario de la puja distributiva regional.

Desde el punto de vista funcional, la cadena frutícola está integrada por los productores directos o chacareros, los empacadores, quienes poseen las plantas frigoríficas, y los agentes comercializadores y exportadores. A ellos se suma la industrialización de la producción primaria de menor calidad para la elaboración de jugos y sidras. Desde el punto de vista empresario, esta división funcional presenta diversos grados de integración.

Hay productores independientes que son chacareros puros (alrededor de 3 mil) y otros que han logrado algún grado de integración por la vía de formas asociativas o del mayor volumen de producción. Existen empacadores integrados que también trabajan parcialmente con producción propia y que en algunos casos exportan, y por último las grandes firmas comercializadoras y exportadoras, que integran el empaque pero no siempre la producción directa.

El resultado provisorio que presenta la investigación en curso es que, si bien la economía regional registró un importante crecimiento a partir del cambio de precios relativos, los conflictos al interior de la cadena lejos de resolverse se agudizaron, concentrando los beneficios en el sector empacador y, especialmente, en el exportador. En el otro extremo, los productores independientes más pequeños continuaron saliendo del circuito.

En el punto de partida, el 2002, sólo tres empresas controlaban el 52 por ciento de las exportaciones: Expofrut, el 27 por ciento; Patagonian Fruit Trade, 13 y PAI, 12 por ciento. Junto a estas grandes firmas subsistían otras algo menores integradas verticalmente, que procesan fruta propia o de terceros, como Tres Ases, Moño Azul, y McDonald, por citar algunas. El conjunto de estas empresas se benefició con precios de exportación que primero se elevaron casi dos veces frente a costos internos que también crecieron, pero en menor magnitud, y luego, también desde el 2001, con el aumento en dólares de los precios internacionales. Adicionalmente, muchas de ellas licuaron pasivos financieros de la etapa anterior, tanto por la pesificación como por el pago de sus acreencias con bonos devaluados de la deuda pública.

Estos datos no son nuevos y reproducen lo sucedido en el conjunto de la economía. La pregunta que responde el trabajo conducido por Rofman es por qué estos factores no beneficiaron a toda la cadena frutícola. La respuesta es que el sector exportador concentrado contó desde el inicio con algunas ventajas clave: conocimiento y acceso de los mercados externos e interno; capacidad de financiamiento del conjunto del sistema, sea con capital propio o prefinanciamiento de exportaciones, y fijación de estándares de tamaño de la fruta, de calidad, sanitarios y de trazabilidad. Estos datos objetivos coexistieron y coexisten con una estructura del “negocio frutícola” en la que la totalidad del riesgo se transfiere al chacarero. Luego de analizar 955 contratos de venta entre productores y empacadores (correspondientes a la temporada 2003-2004), la investigación de Conicet encontró que el precio recibido por el productor se determinaba como resultado final del negocio. Es decir, precio de venta menos costos incurridos, liquidaciones que se entregan a los productores como mínimo un semestre después de la cosecha. La figura contractual encontrada en el 85 por ciento de los casos fue “precio base” o “precio a determinar”. En cuanto al momento del pago, los contratos establecían la cláusula “a liquidar” en el 82 por ciento de los casos, es decir que la fecha quedaba sujeta a la voluntad del empacador y al margen de las necesidades financieras del productor para la cosecha siguiente.

En otras palabras, el empacador conservó una capacidad casi completa para definir cuánto y cuándo le paga al chacarero. Mientras tanto, los requisitos sanitarios y de calidad, junto a ganancias insuficientes para reconvertir los montes frutales, siguieron expulsando del circuito, año a año, a los pequeños productores tradicionales que, bajo estas condiciones no sólo no logran obtener sus beneficios potenciales (los que conseguirían sin la apropiación ejercida por el empacador) sino que, en muchos casos, no alcanzaron la simple reproducción de la propia fuerza de trabajo.

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