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Domingo, 4 de diciembre de 2005

AGRO › ¿QUE TIENE QUE HACER EL GOBIERNO EN EL SECTOR LACTEO?

Dilemas de un litro de leche

 Por Susana Díaz

El nuevo funcionario del Ministerio de Economía llega a su despacho dispuesto a iniciar su jornada laboral. Recibe un llamado del Presidente que, algo enojado con los datos de precios del Indec, ya se imagina las tapas de los diarios. Las estadísticas muestran que la inflación fue fuerte en dos productos de la canasta básica: la carne y la leche, y esto afecta la capacidad de compra de la mayoría de la población y deteriora los ya graves indicadores sociales. “Hacé algo”, ordena lacónico el Presidente.

El funcionario llama a uno de sus secretarios que, palabras más palabras menos, le explica que, por la recuperación económica y el aumento de las exportaciones, que tienen precios record, el problema es que la oferta es menor que la demanda y por eso los precios crecen. Molesto, el funcionario le dice que hace muchos años aprobó la primera materia de la licenciatura y que lo último que necesita escuchar son obviedades. Un subsecretario que se suma a la reunión explica que, en realidad, después de tanto crecer, la economía está “recalentada” y hay que “enfriarla”. De esa manera la demanda caerá y los precios bajarán. “Sí, pero también bajará la producción”, refuta el secretario. “Es verdad”, responde el subordinado, “pero sólo hasta que los precios se acomoden. Además, es lo que nos pide el FMI”, agrega. “Y de paso es fácil de implementar, lo podemos hacer solamente con política monetaria”, completa.

El malhumor del funcionario va en aumento. Despacha a sus colaboradores y llama a un viejo amigo, antiguo compañero de militancia que hoy maneja una de las principales usinas lácteas. “¿Che, qué pasa con los precios?”, le pregunta luego de los saludos y recuerdos de rigor. La respuesta es el comienzo de un largo lamento: desde el 2001 los costos subieron muchísimo, empieza. “No me interesa lo que pasó desde 2001, ya sé que hubo devaluación, quiero saber lo que pasa ahora”, interrumpe el funcionario. “Mirá, solamente este año los salarios nos aumentaron más del 50 por ciento y la materia prima también cuesta más”, responde el empresario. El diálogo sube de tono. “Pero los tamberos se quejan de que les pagan poco.” “Los tamberos siempre se quejan, pero ustedes nos subieron las retenciones.” “Si el mercado interno es el 80 por ciento, las retenciones no pueden tener la incidencia que decís.” “Sí, porque nos baja el precio de exportación.” “Menos mal, si no no me imagino lo que estarían cobrando”. “Para crecer e invertir las empresas tienen que tener ganancias.” “Nadie te dice que no tengas ganancias, sino que cuides más los precios.” “Los precios no los pongo yo, los ponen los supermercados. La mitad de la producción de las empresas de la cámara se la vendemos a los súper.” “Y ustedes que controlan la oferta no pueden hacer nada.” “Nosotros ponemos un precio, pero el de la góndola lo ponen ellos, el litro de leche sale de la fábrica a 1 peso y al consumidor le llega a 1,50. Ya sé que están antes que vos, pero un tercio de los costos son impuestos.”

Entra otro secretario al que le encargó unos informes. “Bueno, después te llamo”, cuelga.

El funcionario empieza a hojear. El 40 por ciento de la leche se destina a la producción de quesos, el 20 se vende fluida y otro 20 se transforma en leche en polvo. El quinto restante son los demás derivados, como dulces, cremas y manteca. El producto que más se exporta son bolsas de 25 kilos de leche en polvo. Su valor pasó de un promedio histórico de 1750 dólares la tonelada a 2200. La producción total de leche era de 10.000 millones de litros en 1999 y hoy es de 9700 millones. El consumo interno per cápita pasó de 234 litros en 1998 a 195 en 2005, con un piso de 170 en 2002. Una empresa, SanCor, recolecta el 16 por ciento de la leche de los tambos y otra, La Serenísima, el 15, pero esta última tiene el 60 por ciento del mercado de leche fluida, uno de los precios clave de la canasta básica. El nuevo funcionario levanta el teléfono y le pide un café a su secretaria. Se reclina en su poltrona, mejor que la de su viejo despacho. Antes de cerrar los ojos se detiene en el detalle de la boiserie; le gusta. Necesita pensar, piensa.

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