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Domingo, 29 de febrero de 2004

DESECONOMíAS

Cultura y capital

 Por Julio Nudler

“A mayor tamaño, mayor uniformidad, dice un resultado en microeconomía. Es por el comportamiento de manada y la apuesta de todos a la fórmula probada”, ilustra un economista cuando se entera de que Tower Records se declaró en default en Estados Unidos. Su verdugo, fuera de Internet y la piratería, es Wal Mart, que ya vende 1 de cada 2 discos que se comercializan en EE.UU. ¿Pero qué discos? El llamado mainstream. Sólo lo más comercial. Así Wal Mart, y también Target y algún otro monstruo, le roban la parte más rentable del negocio a las “musimundo”. En los últimos 15 años se fundieron 60 de las 70 cadenas especializadas que había en EE.UU. La música de mayor calidad, minoritaria, no alcanza para mantenerse. Esta pinza se cierra desde las FM y la MTV, que imponen los 20 a 25 temas que el público masivo consumirá en cada momento. Otro tanto ocurre con los libros, rubro en el que Wal Mart y su filial Sam’s Club dominan el mercado de best sellers, con lo cual van condenando a las librerías independientes, de oferta diversificada. Pero Wal Mart avanza un paso más allá: como regentea casi 5000 locales y atrae 140 millones de clientes por semana, su aceptación de un libro lo convierte automáticamente en best seller. Lo mismo sucede con los discos. En este caso, el proceso se inicia más atrás. El holding radiofónico Clear Channel controla 1225 emisoras, homogeneizando su surtido musical en el denominador común más bajo y amplio posible. Como además posee muchas salas y boliches, monopoliza casi la organización de giras, con lo que la uniformización empieza desde la música en directo. “Canciones que suenan igual se interpretan en locales iguales”, apunta Jeff Sharlet, autor del libro Killing the Buda. Esta es la suerte que corren la literatura y la música, para no hablar del cine, en el proceso de concentración capitalista, según un modelo de libre mercado con ausencia de intromisión estatal y, por ende, de política cultural. En la Argentina, donde el Estado conserva algunas herramientas, se permite en más de un caso desvirtuarlas. Ejemplo flagrante: Canal 7.

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