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Dubai, ahora se sabe, no era el mejor lugar. Esa ciudad de los Emiratos Arabes Unidos, donde FMI y BM celebraron su asamblea en septiembre y adonde la Argentina llevó su esbozo de propuesta sobre su deuda, es un centro de redistribución clandestina de tecnología e insumos nucleares, una suerte de bazar atómico. Las recientes confesiones del científico paquistaní Abdul Qadir Jan lo dejaron totalmente en claro.
Si bien el nombre de Dubai se asocia hoy para los argentinos con la deuda, en el pasado habría significado algo muy diferente. Al parecer, la dictadura militar compró allí en 1982 diez toneladas de agua pesada. Según afirman Gary Milhollin y Kelly Motz en el New York Times, Buenos Aires quería desarrollar armas nucleares. En realidad, el agua pesada se utiliza en las centrales térmicas de uranio natural, como Atucha, pero también es cierto que como residuo de esos reactores se obtiene plutonio, materia prima de la bomba atómica.
Ese agua pesada habría sido parte de un cargamento de 70 toneladas, proveniente de la china Sinochem, que fueron vendidas por el exportador alemán Alfred Hempel. Las otras 60 toneladas fueron reembarcadas en Dubai hacia India. Desde 1991 hay tropas estadounidenses estacionadas en los Emiratos, junto al Golfo Pérsico, pero no impidieron que continuase ese tráfico ilegal.
SMB Computers, una compañía de Dubai dirigida por el ceilandés B.S.A. Tahir, residente en Malasia, servía de fachada para las actividades de la red de Abdul Qadir Jan, cuya especialidad era la proliferación de tecnología nuclear, que por ese conducto también podía llegar, eventualmente, a manos de organizaciones no oficiales, quizá terroristas.
Además de hospedar a la flor y nata del establishment financiero internacional, y de permitir que la Argentina expusiese su pretensión de quita, Dubai también vivía de garantizar absoluta discreción sobre el destino final de los materiales prohibidos reexportados, provenientes en ocasiones de Estados Unidos.