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Domingo, 12 de agosto de 2012

ENFOQUE

Fuego propio

 Por Claudio Scaletta

La economía es una ciencia viva. Los indicadores brindan cotidianamente nuevas fuentes de debate. Cuando los números se desvían del camino esperado, las discusiones se intensifican; no sólo entre quienes piensan diferente sino entre los partidarios de la misma corriente, disputa que se produce puertas adentro y con sordina. En ambos casos un tópico común es profundizar el modelo. En la década del 90, por ejemplo, frente a cada indicador negativo se insistía en que la receta no se aplicaba lo suficiente. Las privatizaciones nunca alcanzaban y en materia de ajustes monetario y fiscal siempre era posible un paso más. Hoy, con la ortodoxia en el desván, la idea fuerza no pasa por el ajuste permanente, sino por el sostenimiento de la demanda. El debate en el interior de la heterodoxia es, si frente a las señales negativas de algunos indicadores, las medidas contracíclicas en marcha son suficientes o si es necesario un nuevo paquete. Quienes creen en la segunda opción comparten con la ortodoxia que las causas del menor crecimiento de la economía durante el primer semestre fueron principalmente internas. Aceptan el impacto de Brasil sobre la evolución de la industria local, pero no creen que la crisis europea haya tenido mayor efecto. Europa sólo representa el 15 por ciento de las exportaciones, y no existe allí una debacle general, sino sólo menor crecimiento. Además son optimistas en el diagnóstico. Creen que un problema clásico que históricamente asedió a la economía local ya no está presente: la deuda pública con acreedores privados alcanza apenas al 8 por ciento del PIB y su presión sobre la macroeconomía desapareció. Las principales quejas están en otro lado. Al igual que la ortodoxia, son muy críticos del rol jugado por la Secretaría de Comercio Interior, pero por razones diametralmente diferentes. No por los problemas que aborda esta secretaría, sino porque los abordaría mal. Los puntos candentes en esta área son los precios, el cepo cambiario y las restricciones a las importaciones.

Históricamente los excedentes financieros de la economía local se dolarizaron en momentos de incertidumbre. Este movimiento puede ser equivalente al de un shock externo, con lo que la desdolarización resulta una opción necesaria. El problema fue cómo se instrumentó. Al alcanzar a todas las transacciones, incluido el llamado “chiquitaje”, se generó una psicosis que, al margen de su predecible amplificación mediática, provocó dos cosas: la salida masiva de depósitos en dólares del sistema y una brecha sobredimensionada con el mercado negro, mal llamado blue.

La inexistencia de indicadores fiables de inflación vuelve difíciles las afirmaciones fuertes, pero existen indicios de una traslación a precios del nivel del dólar negro. Esta traslación sería especialmente intensa en las grandes bocas de distribución minorista, precisamente las que se supone podría controlar con mayor facilidad Comercio Interior. La inflación es el principal instrumento con que cuenta el capital concentrado local tanto para apropiarse de renta en el marco de la puja distributiva, como para presionar a la actual administración alentando la conflictividad social. El cepo cambiario no sólo habría generado mal humor en los veleidosos sectores medios, sino provocado los peores efectos de una devaluación; el traslado parcial a precios de la cotización negra, pero sin la contrapartida de sus efectos positivos, los incentivos a la exportación.

A este problema se sumarían las restricciones a las importaciones, otra medida necesaria para promover una sustitución creciente, pero que, al igual que el cepo cambiario, se instrumentó con la sutileza del hacha en la mano, lo que afectó la provisión de insumos intermedios. Está bien ocuparse de “tener los dólares” pero sin olvidar, como escribía Marcelo Diamand, que es necesario alejar la restricción externa para crecer y no dejar de crecer para alejar la restricción externa.

Las críticas que se concentran en Comercio Interior son de forma, no de contenido. Distinto es el caso de la política fiscal. Para los heterodoxos más críticos, los anuncios de financiamiento de viviendas y de créditos a menores tasas para la industria son medidas contracíclicas correctas, pero de mediano plazo e insuficientes. En el corto el panorama sería menos alentador. El keynesianismo de manual pregona que el peor momento para ajustar las cuentas públicas es cuando el ciclo económico está en baja. Un indicador clave sobre la evolución del ciclo es la construcción. El ISAC-Indec señala dos cosas: una importante baja tendencial, con una caída interanual del 4,9 por ciento en el segundo trimestre de 2012, y una retracción mayor de la obra pública que de la privada. A un nivel más agregado, en la primera mitad del año, se observa que en junio el resultado primario del sector público nacional fue negativo en poco más de 700 millones de pesos. Sin embargo, para todo el semestre existió un superávit de casi 4900 millones de pesos. En otras palabras: hubo ajuste fiscal mientras la economía se frenaba. Es probable que los nuevos cuadros que ingresaron a Economía hayan advertido la situación y ello explique el déficit de junio, pero también es posible que sólo se trate del resultado del freno de la economía. La respuesta correcta se conocerá en los próximos meses.

Dejando los números y regresando a los indicios, se destaca el caso de la provincia de Buenos Aires. Al margen de su buena o mala administración, cabe preguntarse por los recortes previos y posteriores a la decisión de pagar el aguinaldo en cuotas. Sobre esta base, los heterodoxos más exaltados hablan de una “federalización del ajuste fiscal”, un exceso. Quizás habría que hacerle caso a la ortodoxia y volver a mirar el ejemplo de Brasil, donde el ajuste fiscal para corregir los presuntos excesos de los últimos tiempos de Lula provocó el desplome de su economía en 2011

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