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Domingo, 23 de diciembre de 2012

ENFOQUE

Cambio de era

 Por Claudio Scaletta

El fin del “modelo” kirchnerista se anuncia hace por lo menos cuatro años. La prédica comenzó con la excusa de la resolución 125, que establecía retenciones móviles a los principales cultivos de la Pampa Húmeda. Por entonces la vieja derecha salió de su letargo introspectivo, inducido por el fracaso profundo del cuarto de siglo neoliberal, y comenzó a pregonar la inminencia del final. Las presiones del bloque agromediático coincidieron con el impacto de la crisis internacional que se iniciaba en los países centrales del capitalismo de Occidente, lo que en el plano local se conjugó con el desgaste de algunos modos de la política. El primer resultado visible fue que en 2009 el Gobierno perdió las elecciones de medio término. Pero el espanto frente a la amenaza de retroceso del rejunte opositor, que se expresó institucionalmente en el grupo A, conducido en la práctica desde los grandes medios de comunicación, más dos años de crecimiento otra vez a tasas chinas, 2010 y 2011, mostraron que el ciclo estaba lejos de agotarse.

El 54 por ciento de las últimas elecciones presidenciales sólo fue la punta del iceberg de una transformación política y económica más profunda. La magnitud de este sustento se hizo visible por primera vez en los festejos del Bicentenario, se plasmó en la reelección de CFK y reapareció en la Plaza de Mayo del pasado 9 de diciembre. Las consultoras de opinión, no sólo las cercanas al Gobierno, coinciden en la existencia de un núcleo duro kirchnerista que oscila en torno del 40 por ciento del electorado. Se trata por lejos de la primera minoría, pero de una mayoría que debe completarse con un 10 o 15 por ciento adicional, más voluble y sujeto a los humores de la coyuntura.

Frente a la contundencia de este núcleo duro, la oposición muestra signos de desesperación. Un ejemplo fue el batido del pasado 19 de diciembre: una Plaza de Mayo en la que todos le restaban a todos y que no consiguió llenarse ni siquiera con la suma de aparatos y aparatitos.

El cuadro se completa con las sospechas de que parte del sindicalismo que fracasó en la Plaza participó de la organización de los asaltos a comercios de esta semana en distintos puntos del país. La pobreza y la indigencia siguen estando presentes en la economía como en cualquier país capitalista, pero a diferencia del pasado, también está presente el Estado, no sólo asistiendo con instrumentos como la AUH, la extensión de las jubilaciones o el desarrollo de cooperativas, sino también mediante la política económica que, de modo sistemático desde 2003, aumentó la participación de los asalariados en el ingreso. Un Estado que no fue neutral.

Hoy no existe un contexto socioeconómico que legitime un presunto estado de desesperación de los sectores populares. Pero al igual que en el plano político, en materia económica también abundan quienes pregonan el “fin del modelo”. El éxito de esta predicción es similar al del apocalipsis maya. Hoy, en tanto estas líneas existen, ya se sabe que se trataba sólo de un cambio de era. Los duhaldistas-lavagnistas, que sostienen que “el modelo” kirchnerista terminó en algún momento entre 2007 y 2008, lo definían como de supercompetitividad cambiaria y superávit gemelos, fiscal y externo, una situación ideal en la que todas las economías del mundo querrían estar. Encontrar la fórmula, excluyendo dictaduras, para mantener a la economía permanentemente en ese estadio, algo así como descubrir la máquina del movimiento continuo, sería para el Nobel, suponiendo que tal premio mantuviese algún prestigio. La objeción es casi metafísica. Desde el interior del átomo a los confines del cosmos, no hay nada estático en el universo. ¿Por qué esperar esta quietud en la economía? Si tras la megadevaluación inducida por el estallido de la convertibilidad no hubo traslado a precios fue por razones que ya no están presentes, como la abundancia de capital y trabajo desempleados tras una recesión de cuatro años. Hoy la receta histórica de la megadevaluación no está disponible. No hay desempleo, sino prácticamente pleno empleo. Luego, la revaluación que sufrió la moneda fue un efecto indeseado de la inflación. Podrá discutirse la existencia o no del “ancla cambiaria”, pero la inflación no preocupa porque recorte los ingresos de los trabajadores, el salario real no está en baja, sino por su efecto sobre la revaluación real.

Sin recurrir a explicaciones complejas, el eterno problema del crecimiento de la economía local es que los sectores industriales son mayoritariamente deficitarios en divisas. Más crecimiento es más déficit externo. Esquematizando; todo está más o menos en orden en tanto Productos Primarios y MOA aporten las divisas necesarias para cubrir el déficit del sector industrial y quede algún vuelto para asumir los compromisos externos. Si el tipo de cambio se revalúa más allá de un cierto punto incentiva importar y dificulta exportar. El resultado puede ser que falten dólares para seguir creciendo, que aparezca el déficit externo y que deba financiarse, situación complicada para la Argentina del presente. El problema actual de la economía, entonces, resulta del crecimiento, es decir; de la evolución del modelo. Para evitar el déficit externo se recurrió por ahora a medidas coyunturales, restringir importaciones e impedir el uso especulativo de las divisas. Pero en el corto plazo, el control de la inflación, por sus efectos cambiarios, será clave.

Encontrar definiciones sobre el futuro entre los funcionarios de Economía es una tarea ardua. Sobre la inflación creen que la habilitación del IPC Nacional servirá para salir de la actual situación de “termómetro roto”, a la vez que confían en mantener a raya la puja distributiva en las paritarias de 2013. La idea es introducir el aumento del mínimo no imponible en las negociaciones salariales, lo que significa aumento del salario real sin costo para las empresas. Para que este plan sea completo se reforzará la vigilancia sobre los precios. En materia de impulso al crecimiento esperan que el aumento de los créditos al sector productivo habilitados por la reforma de la carta orgánica del BCRA, más las reformas al mercado de capitales, motorizarán la recuperación de la inversión. También aceptan que la mejora de la competitividad no vendrá por la vía cambiaria, sino microeconómica.

Desde afuera, lugar siempre más cómodo, no está claro para cuánto crecimiento alcanzarán estas acciones, menos si se asume que llevará algún tiempo reducir las importaciones de combustibles y tener más dólares disponibles. En cualquier caso, en base a la experiencia histórica, no parece muy atractiva la idea de recurrir a endeudamiento externo para financiar un crecimiento más alto. Quienes abogan por el recurso del endeudamiento desde dentro del Gobierno sostienen que el potencial costo de endeudarse para crecer debe compararse con el costo mucho mayor de crecer despacio o no crecer

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