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Domingo, 11 de agosto de 2013

ENFOQUE

Los unos y los otros

 Por Claudio Scaletta

La acción política tiene dos patas. Una es la esencialmente técnica; otra la propiamente política. Ambas acciones requieren diferentes capacidades y, salvo notables excepciones, son desempeñadas por actores también diferentes. Unos son los “técnicos”; otros los “políticos”. Por lo general, se desdeñan mutuamente.

A los técnicos es difícil ponerlos en la misma bolsa. Los hay de muchas clases, desde tecnócratas administrativos y contables a intelectuales con visión y capacidad de planificación sectorial y global. Los primeros son necesarios e integran normalmente las burocracias estables. La asepsia ideológica, emparentada con el conservadurismo, es una de sus características habituales y un activo para mantenerse a flote entre los vericuetos del Estado. Los segundos son indispensables cuando los objetivos son las transformaciones sociales y el desarrollo.

Los políticos, en tanto, son quienes median con los factores de poder real. Dejando otra vez de lado las excepciones, suelen ser reacios a las abstracciones. Sus habilidades se centran en el manejo territorial, en esa transa o “rosca” que premia a cofrades y no tanto con el manejo de porciones diversas del aparato de Estado. “Rosca” que, bien mirada, no es otra cosa que construcción cotidiana de poder.

La convivencia entre unos y otros no es armónica. La tónica es el recelo.

En el café, los técnicos afirman que los políticos “no entienden nada” y que menos mal que están ellos. Les molesta que personajes a los que muchas veces consideran toscos, y cuya inserción en el mercado laboral de la sociedad civil sería por lo menos difícil, integren la cúpula del poder estatal y alcancen niveles de ingresos que les serían imposibles en el sector privado. Pero al mismo tiempo los admiran secretamente cuando se abocan a lo que saben: construir en el territorio con ductilidad para conducirse tanto entre hombres sencillos como poderosos.

Los “políticos”, por su parte, también creen que los técnicos “no entienden nada” de política; de esa sumatoria de relaciones esencialmente donáticas, de te doy hoy para que me respondas mañana. De ese micromundo de fidelidades y obediencias con distintos grados de fingimiento. Pero también saben que necesitan a los técnicos, que alguien debe ocuparse del día a día de la administración y que las ideas, proyectos e interpretación de la complejidad son insumos estratégicos de su propia actividad.

Al igual que a los técnicos, a los políticos tampoco se los puede tratar en forma genérica. La ductilidad para interactuar con los factores de poder real se puede usar para objetivos muy diferentes. Se puede surfear la ola y disfrutar, mientras duren, los privilegios pecuniarios y honoríficos asociados al poder, o se puede transformar la realidad.

Aunque hacer la plancha siempre es más sencillo, no evita la necesidad de continuar con la gestión del conflicto social. Si el objetivo es la transformación, el conflicto aumenta, sobre todo con los beneficiarios del orden que se intenta superar. Sin llegar a los polos de conservadores y revolucionarios, hay dos clases principales de políticos: los que optan por subordinarse a los poderes existentes, ser sus gestores, y los que deciden conducir y subordinar a esos poderes. Los discursos de campaña suelen ser especialmente luminosos. Muchos políticos se desesperan por enviar señales de condescendencia y sumisión a todos los poderes corporativos, nacionales y globales, a la embajada, al “campo”, a los bancos, a los industriales y a los multimedios.

Mientras tanto, la economía paga el costo de una articulación defectuosa entre políticos y técnicos. El problema principal del presente económico es el estacionamiento en un nivel de crecimiento inferior al de la última década. El freno se debe a que no se evitó a tiempo un fenómeno archiconocido de la economía local: la restricción externa. La reaparición del fenómeno llevó a implementar medidas que afectaron la demanda agregada, desde las restricciones cambiarias a la regulación de importaciones. El punto es que solo para mantener los logros de la última década se requiere el sostenimiento de altas tasas de crecimiento. Sobre estos hechos conocidos, la política económica requiere implementar un mix entre aumento de exportaciones y sustitución de importaciones que, en conjunto, permita evitar que la escasez de divisas ponga techo al crecimiento del PIB. A su vez, la sustitución de importaciones demanda una planificación sistemática en base a una matriz insumo-producto que hoy ni siquiera existe, una tarea que, de comenzar hoy, sólo mostrará resultados a mediano y largo plazo. Dicho de otra manera: no es suficiente con mirar la instantánea de las cuentas externas para, luego, intentar frenar bajo la mesa las importaciones que hacen ruido.

Lo realmente notable es que, aun en tiempos de elecciones, la oposición política ni siquiera habla de estos problemas. En cambio, parece más preocupada en seducir a los poderes fácticos y en repetir viejos clichés. Así, los problemas de la economía no pasarían por resolver los límites estructurales del crecimiento, sino que se centrarían en la inflación, sus modos de medición o los incentivos presuntos a la inversión. Según los opositores con chances electorales, otro problema grave serían las alianzas latinoamericanas. Sobre propuestas de política, en cambio, se escuchó muy poco. Sólo algún barrunto de baja de aranceles a las exportaciones agropecuarias, comenzar el regreso a regímenes de jubilación privada y terminar con el desendeudamiento. No son ideas inocentes, sino propuestas en línea con el desfinanciamiento del Estado que llevarían luego a cambios radicales del conjunto de la política económica. Que estas propuestas sean luego votadas por sectores populares es uno de esos enigmas difíciles de desentrañar para los no especialistas.

En síntesis, mientras en el oficialismo aparecen problemas de coordinación entre políticos y técnicos para continuar una acción política progresiva basada en el crecimiento, parte de la oposición mira otro canal o propone ir para atrás

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Imagen: Arnaldo Pampillón
 
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