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Domingo, 25 de octubre de 2015

ENFOQUE

Caídos del mundo

 Por Claudio Scaletta

En materia de política exterior existen dos percepciones aglutinantes. Una refiere por derecha a la idea de “Argentina caída del mundo”, otra; por izquierda, remite a una presunta “decadencia de Estados Unidos”.

La primera presupone que “el mundo” se recorta en el imperio estadounidense y sus satélites europeos. Su propuesta de economía política es la del “desarrollo dependiente”. Invita a una alianza de las clases dominantes locales funcionando como auxiliares de las hegemónicas de los países centrales, con una economía insertándose como apéndice de cadenas de valor globales conducidas desde el centro. Estas cadenas no son sólo las productivas, como las armadurías automotrices o la explotación de recursos naturales, sino también las financieras. Supone, aunque no se explicite, mantener la estructura productiva tal como está. Es el statu quo de la burguesía local, altamente extranjerizada, una caracterización emergente de la propia naturaleza de su base material.

La segunda visión, la presunta decadencia estadounidense, parte de un diagnóstico basado en una dosis homeopática de izquierdismo voluntarista y algunos datos fácticos entre los que destacan: la crisis cíclica de Estados Unidos iniciada en 2008, el abandono del interés de la potencia continental, a partir del 11 de septiembre de 2001, de su patio trasero latinoamericano en favor de “la lucha contra el terrorismo” y, finalmente, la reciente consolidación de potencias alternativas y la multilateralidad emergente. Se tienen entonces que si bien la primera parte del diagnóstico es equivocada, la potencia imperial no está en vías de dejar de serlo, los hechos de la segunda parte son verdaderos y supusieron un impasse en la presión imperialista. El correlato en términos de economía política fue especialmente el abandono del neoliberalismo y algunas de sus experiencias de desarrollo dependiente. Estas experiencias no fracasaron en todos lados, pero si en las economías más grandes de la región como Argentina y Brasil. El abandono de un paradigma supone su reemplazo por otro nuevo, pero en el lapso histórico del proceso actual resulta más preciso hablar de un paradigma en formación, un modelo que abreva en la tradición heterodoxa latinoamericana y que muy genéricamente puede denominarse “de desarrollo”.

Pero si el desarrollo supone la transformación de la estructura productiva, su devenir implica también una alteración de la estructura de clases subyacente, una reconfiguración de las alianzas que lo sustentan. Ello supone dos caminos: la transformación de los propios actores o el ingreso de actores nuevos, algo difícil de imaginar sin disputa y conflicto. El problema aparente es el del huevo y la gallina. El próximo paso inevitable para la economía, hegelianamente necesario si el objetivo es sostener el crecimiento y la distribución del ingreso, es el desarrollo. Sostener políticamente un proceso de desarrollo supone una alianza de clases. Pero si, por definición, el desarrollo transforma la estructura productiva, también da lugar a una “lucha de clases” entre la burguesía vieja y la emergente, un proceso conflictivo que demanda un férreo componente de decisión política; un gobierno fuerte y con mucha personalidad, casi al estilo del general coreano Park o, mejor, del coronel Perón. A la vez, si la burguesía local, funciona como clase auxiliar de las hegemónicas de los países centrales –Gramsci dixit–, el conflicto intraburgués se extiende a las relaciones internacionales. Malas noticias: el desarrollo es también un proceso de ruptura. No digamos con el hacha en la mano, pero ruptura al fin: surgimiento de nuevas clases al interior y cambio en las relaciones con el exterior.

Quienes hablan de la “Argentina caída del mundo” serían felices con el statu quo –el de las relaciones carnales con Estados Unidos–, aquel que llevó a la crisis de 2001-2002. Estas semanas llenaron las páginas de sus diarios bajo la impronta amarga de todas las oportunidades perdidas por el país por no estar incluido en el TPP, la reimpulsada alianza de libre comercio del Pacífico, integrada en América del Sur por Chile y Perú. Que la estrategia armada por Estados Unidos para disputarle comercialmente el área del Pacífico a China sea para países, precisamente, “del Pacífico” es un dato accesorio. La verdadera discusión es más arqueológica, el lamento por haber rechazado el ALCA y las perimidas virtudes del libre comercio, la esencia antidesarrollista que propone a los países especializarse únicamente en aquellos sectores en los que tienen ventajas comparativas. No se discute teoría, batalla que el neoliberalismo perdió hace rato, sino poder.

Quienes, en cambio, abrevan en el nuevo paradigma en formación tienen un camino más difícil. La pelea con el viejo no está terminada. En los últimos 12 años se avanzó mucho. No sólo se mandó a paseo al ALCA en la Cumbre de la Américas de Mar del Plata de 2005, sino que se continuó diversificando el destino de las exportaciones y se reconfiguraron las alianzas comerciales y financieras internacionales. Se enfrió la relación con países con los que se compite en el comercio exterior, como es el caso de Estados Unidos, y se avanzó con economías complementarias, como Rusia y China. Estas nuevas alianzas presentan una sensible ventaja geopolítica para el interés nacional: no presionan permanentemente por imponer la liberalización financiera y comercial. Rusia y China quieren hacer negocios. Estados Unidos y Europa pretenden además imponer políticas económicas.

Mirando al futuro mantener el rumbo de la política exterior de la última década será sólo una condición necesaria. La condición suficiente es la construcción de nuevos sujetos. Si bien existe una burguesía local, no existe una “burguesía nacional” capaz de conducir el proceso. El sciolismo dio algunas señales de la alianza de clases que propone. Siguiendo los trabajos de la fundación DAR, la idea parece ser comenzar generando escala en algunas ramas industriales existentes, desde la automotriz a la minería, energía y el sector agropecuario, para desarrollar pymes proveedoras que le den profundidad al entramado industrial, el paso previo para nuevos eslabonamientos. Al mismo tiempo propone profundizar en infraestructura y logística de transporte y servicios. Y en paralelo, utilizar al Estado para complementar en sectores estratégicos donde no alcance con los capitales privados y se necesite intervenir: los modelos diversos son Invap, YPF, Aerolíneas y Ferrocarriles. Puede discutirse si éstas propuestas alcanza; menos dudas ofrece la dirección elegida y la declarada vocación industrialista.

Estas dos visiones de política exterior suponen dos modelos de país antagónicos, con distintos sets de ganadores y perdedores y profundas diferencias en materia de generación y distribución del ingreso.

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