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Domingo, 18 de septiembre de 2005

E-CASH DE LECTORES

Piqueteros

En 1974, el diez por ciento más rico de la población argentina obtenía un ingreso 12 veces superior al del diez por ciento más pobre. Hacia 1995, luego de varios años de aplicación de medidas económicas llamadas neoliberales, la brecha se amplió a 24 veces. En la actualidad, la distancia creció hasta 30, 40 o 50 veces, tal vez más, debido a que los ricos suelen subestimar sus ingresos. Para decirlo más concretamente: en las últimas tres décadas, la Argentina se ha transformado en una máquina de transferir recursos de los pobres a los ricos. Los ricos cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres. La situación parece paradójica, básicamente porque la Argentina es un país de un enorme potencial de riqueza. Según un cálculo de la Facultad de Agronomía de la UBA, nuestra querida nación podría alimentar perfectamente a 200 millones de personas. Y sin embargo, casi la mitad de su población está bajo la línea de pobreza. ¿Cómo se explica? Esta riqueza mal distribuida es lo que algunos cientistas sociales llaman concentración del ingreso, y en un nivel más alto de análisis, subdesarrollo, un concepto que permite explicar perfectamente la aparente “paradoja” de un país rico pero lleno de pobres. ¿Qué hacer, entonces? La respuesta primaria, elemental, es redistribuir el ingreso de modo inmediato, para evitar que la brecha se siga ampliando y la tensión social continúe en ascenso. Si la Argentina quiere salir de este círculo vicioso de desocupación-marginación-clientelismo-subeducación-delito, se requiere un cambio relativamente drástico en la estructura social. Ese cambio drástico implica lisa y llanamente meterles la mano en el bolsillo a los que hasta entonces no han parado de ganar ingreso, esto es, los ricos. Uno de los mecanismos plausibles para esa redistribución progresiva del ingreso consistiría en una reforma tributaria que base la recaudación en impuestos a la riqueza, como ocurre en los países desarrollados. Meterles la mano en el bolsillo a los ricos. Como dijera John Kenneth Galbraith, se trata de confortar a los atormentados, okey, pero también de atormentar a los confortados. En otras palabras: cualquier intento por redistribuir el ingreso de modo progresivo implica necesaria, irremediable, inexorablemente, afectar los intereses de los que tienen más. No es muy difícil deducir que estos señores se opondrán a todo tipo de medida progresiva. Sucede que los ricos se las han ingeniado siempre para quedarse con nuestro dinero, y no van a querer cambiar un ápice de un statu quo que los favorece. La riqueza de estas personas es nuestra pobreza, porque cuanto más ingreso capte una minoría, menos recursos quedan para el resto. Debe tenerse en cuenta, además, que los sectores más poderosos de nuestra sociedad controlan la mayoría de los medios de producción y de comunicación, de modo que un cambio verdadero es harto difícil de provocar. La pregunta entonces es: ¿quiénes son los que “entorpecen” el posible desarrollo de la Argentina? ¿Quiénes son los que “obstaculizarían” el camino de nuestro país hacia una mayor justicia social? ¿Quiénes son, en definitiva, los verdaderos “piqueteros”?

Darío Alejandro Alonso
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