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Domingo, 6 de marzo de 2005

CONTADO

Buitres o mosquitos

 Por Marcelo Zlotogwiazda

Lo mismo que el presidente Kirchner, su ministro Lavagna y todos los argentinos que consideran que la renegociación de la deuda estuvo razonablemente bien encarada, hubo otros que también festejaron la alta adhesión que tuvo el canje de la deuda. En primer lugar, aunque suene extraño, levantaron sus copas para brindar muchos de los conocidos como inversores buitres; aquellos inversores buitres, que a diferencia de animales de igual raza, optaron por hacer un gran negocio que implicaba aceptar la oferta en lugar de rechazarla para ir a juicio. La lógica del festejo es bien sencilla: varios de ellos fueron adquiriendo los títulos argentinos a partir del default de fines de 2001 a precios que se situaban entre el 20 y el 25 por ciento de su valor nominal, y ahora los canjearon por nuevos bonos, que en una comparación homogénea cotizan a más de 35 por ciento, lo que arroja un rendimiento anualizado superior al 20 por ciento. Más aún, si como la mayoría supone los nuevos bonos debutarán con una considerable revalorización en sus primeras jornadas, la ganancia de esos buitres es todavía mayor.
Sin llegar a poder realizar diferencias de semejante tamaño, en las últimas semanas previas al vencimiento del canje hubo buitres a la caza de pequeños inversores que optaron voluntariamente o engañados por huir de los bonos argentinos vendiéndolos con una pérdida respecto al precio equivalente de la oferta de canje.
Claro que hubo otras aves rapaces que prefirieron apostar a un rendimiento mucho más alto, que sólo puede conseguirse por la vía judicial. Un estudio de un economista del Fondo Monetario llamado Manmohan Singh (homónimo del recordado Anoop) sobre los litigios por defaults soberanos señala que los casos de demandas exitosas pueden llegar a deparar ganancias superiores al 300 por ciento. El caso más emblemático es el juicio que el fondo Elliot le ganó a Perú: había comprado títulos en default por 11,8 millones de dólares y luego de cuatro años de juicio obtuvo en el 2000 casi 56 millones.
Pero como siempre ocurre en la especulación financiera, las superganancias vienen de la mano con grandes riesgos, y en el caso argentino la experiencia de los últimos dos años indica que la chance de poder cobrar por esa vía no es demasiado alta.
Citado en el último número de la revista inglesa The Economist en un artículo titulado “¿Una victoria por default?”, Manmohan Singh sostiene que “para un deudor soberano más que buitres se trata de mosquitos, que pueden chupar una cantidad de sangre tal que les permita cuadruplicar su tamaño, pero que para un país es una cantidad de sangre que no hace demasiado daño”.
De todas maneras, tal como adelantó Página/12 el domingo pasado, los holdouts son el primer tema en la dura discusión con el FMI que a nivel técnico ya comenzó hace un par de semanas, y que Lavagna y Nielsen elevarán a nivel de Rodrigo Rato en el viaje que emprendieron a Washington.
Si bien el éxito de la operación de canje es indiscutible, los 20.000 millones de dólares que quedaron afuera y por ahora están en un limbo son un asunto que el gobierno argentino debe encarar de alguna manera. Una forma posible es abandonarlos a su suerte, enfrentándose con el Fondo que está presionando por alguna solución y dejando abierto la ventana para que entren los mosquitos.
Una salida alternativa sería contraatacar reabriendo el canje por unos días en las mismas condiciones que hasta el 25 de febrero pasado, para darles una oportunidad de arrepentirse a los que no entraron pensando en que la operación iba al fracaso. Sería una demostración de voluntad negociadora, apuntalada en el éxito ya obtenido. Sería además una fórmula de salida difícilmente rechazable por el Fondo, que hasta podría aceptarla como una concesión del gobierno argentino para facilitar un acuerdo de refinanciación que Lavagna considera imprescindible, ya que ni el monumental superávit fiscal proyectado para el año le alcanza para cubrir el total de vencimientos de capital e intereses. La diferencia no es menor: ¡apenas 14.000 millones de pesos!; de ahí la necesidad de postergar al menos una parte sustancial de los pagos a los organismos internacionales.
Por supuesto que una eventual bendición del FMI al canje de deuda no agota los puntos en conflicto. Aparece en segundo lugar nada menos que la renegociación de los contratos con las privatizadas y el delicadísimo tema tarifario, que si ya era un asunto complicado cuando los precios estaban totalmente planchados, lo es mucho más ahora que la inflación comenzó a inflarse en un contexto de alta capacidad productiva en uso y un sostenido nivel de demanda.
Como se ve, lejos de ser el final feliz de una trágica historia, el canje concluye apenas un capítulo y abre paso a otros quizás no tan dramáticos, pero seguramente nada fáciles.

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