Antes de que se lleve a cabo la última fecha del calendario porteño de eventos musicales masivos de esta temporada, que le corresponde al Sónar, el Music Wins ya puede dar la vuelta olímpica como el mejor festival de características internacionales que se realizó en Buenos Aires en 2016. Contundente, ¿no? Más aún si se tiene en cuenta que, frente al Lollapalooza, al BUE o al Personal Fest, la segunda edición de la gran fiesta local del indie parecía el bicho exótico, tierno e inofensivo de la oferta. Pero si David consiguió vencer a esos Goliats, entre los que también rankearon emprendimientos gubernamentales del tipo del Ciudad Emergente, fue porque apeló a la humildad, al nicho, a un buen criterio estético y, especialmente, al sentido común.  Algo de lo que adolece la industria musical nacional en esta época. Así que la feligresía sonora celebrada el domingo en Tecnópolis demostró que no hay marca de celular, de gaseosa o de cerveza que pueda comprar eso. Aunque sí puede apostar por ello, siempre y cuando se atreva al riesgo. Claro está. 
Si bien de todos los festivales que se hicieron este año el BUE fue el que tuvo mayor afinidad conceptual con el Music Wins, al punto de que en ambos casos la marca recae en el propio nombre del evento, este último superó a su par, pese a que aquel contó en su grilla con Iggy Pop, Pet Shop Boys y algunos nombres fundamentales del indie, porque afinó aún más su curaduría. Y es que mientras la vuelta al ruedo del encuentro musical creado por Daniel Grinbank arengaba la fragmentación de audiencias y la mezcla de estilos, la vitrina ideada por la productora Indie Folks apuntó a una homogeneidad basada en propuestas que se debatieron entre un sonido más visceral y otro colgado en el onirismo. Además, con excepción de Air y más o menos de Primal Scream, ninguno de los protagonistas foráneos ni argentinos del festival han tenido impacto en la radio o la televisión. Ni siquiera Mac DeMarco, devenido en todo un líder generacional a sus 26 años. De manera que la introducción o consumo de estos artistas está aunada a las nuevas formas de marketing impulsadas por la Internet. 
Esa sensación de apropiación y casi de cofradía se comenzó a palpar en el festival, que se desenvolvió a lo largo de una jornada (en vez de los dos días que abarcó en 2014), recién cuando paró de llover en la tarde. Luego de que el new wave remojado en lisergia de los franceses La Femme y el vermut de psicodelia barroca de Mild High Club invocaran la salida del sol, Kurt Vile y Courtney Barnett lo mantuvieron a flote, entretenido y rabiosamente radiante. Lo que empezaba a aceitar la dialéctica entre los dos escenarios principales, el Music, a la izquierda, y el Wins, a la derecha, ubicados uno al lado del otro.  
Cerca de la entrada al predio, el Red Bull Tour Bus y el Lee Nation Stage fueron los aforos erigidos para los artistas argentinos, que tuvieron en el blues rock de los pampeanos Las Sombras, la psicodelia de los mendocinos Las Luces Primeras y el pop exquisito y a un tris del dance de Diosque a sus representantes más notables. No obstante, si bien la magia siempre tarda en decantar o veces nunca llega en estas citas masivas, Edward Sharpe and the Magnetic Zeros dejó constancia de sus cualidades para el sortilegio. Luego llegaron los esperadísimos The Brian Jonestown Massacre (repiten hoy a las 21 en Niceto), cuyo líder, Anton Newcombe, se tornó en un chamán de un viaje hipnótico. 
De vuelta en el Music, Mac DeMarco (actúa mañana en Niceto Club, a las 21 ha) abrazó la consagración. Ante las 15 mil personas que asistieron al festival, el artista canadiense, artesano de la canción onírica, repasó un repertorio con el que confirmó su arraigo local, al tiempo que expuso sus virtudes como músico y performer. Aunque el campeón indiscutido del Music Wins fue Bobby Gillespie, mandamás de los escoceses Primal Scream, a tal instancia de que fue el único capaz de robarle protagonismo a la súper luna del domingo. Y hasta exclamó: “¡Me siento Maradona acá arriba!”, tras dejar al público prendido fuego con su clásico “Loaded”, uno de los tantos de un show hiperactivo e hilvanado a partir de la psicodelia, el dance y el post punk. Más tarde, Air despejó las dudas que legó su debut porteño, al salir del hedonismo experimental para fluir a través de una impronta más orgánica y cargada de esos hits que dispararon al dúo francés al cenit de la electrónica. El final llegó con el tropical bass de los cordobeses Friskstailers, corolario de un festival que tiene todo para ganar.