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Lunes, 20 de octubre de 2008

LITERATURA › LA EDICIóN DE LAS OBRAS COMPLETAS DE MIGUEL ANGEL BUSTOS

Devolver la memoria al poeta

Primero desaparecieron al poeta y luego se perdió su obra, que recién este año vuelve a ser publicada bajo el título de Visión de los hijos del mal (Argonauta), un acontecimiento literario que recupera a un autor fundamental.

 Por Silvina Friera

Miguel Angel Bustos desapareció dos veces. Un grupo paramilitar irrumpió en su departamento de Parque Chacabuco, sobre la calle Hortiguera, el 30 de mayo de 1976. Encerraron a la esposa y al hijo de cuatro años en la cocina. Revolvieron y rompieron todo lo que pudieron, pero sus libros y manuscritos inéditos quedaron a salvo de la rapiña. “Traiga una manta que va a hacer frío”, le avisaron. El poeta le dio el último beso a su hijo, y se lo llevaron. Después del secuestro comenzó la desaparición simbólica. De su nombre y de su obra. Hasta hace un tiempo sólo circulaban una antología y algunos libros originales, sucesivamente fotocopiados y pasados de mano en mano. De vez en cuando, el estoico buscador de perlas podía encontrar un libro de Bustos en alguna librería de viejo. Disimulando, mal o bien, la sorpresa por el hallazgo, lo compraba y lo integraba a esa amorosa cadena de circulación manual. Hubo que esperar casi tres décadas para revertir esa ominosa supresión de su palabra, para que la poesía de Miguel Angel volviera a “desplazarse en la tierra, como los astros se desplazan en el espacio”. Visión de los hijos del mal (Argonauta), la poesía completa de Bustos, que incluye poemas inéditos fechados entre 1958-1962 y 1970-1972 y un apéndice con dos poemas de Juan Gelman dedicados al poeta, es el acontecimiento editorial del año. El libro repone, finalmente, la obra de un autor fundamental de la generación poética del ’60.

El corazón de un ángel

Bustos publicó cinco libros entre 1957 y 1970: Cuatro murales (1957), Corazón de piel afuera (1959), Fragmentos fantásticos (1965), Visión de los hijos del mal (1967), con prólogo de Leopoldo Marechal; y El Himalaya o la moral de los pájaros (1970), los dos últimos editados por Sudamericana. En el prólogo de la poesía completa, su hijo Emiliano, poeta y dibujante como su padre, advierte que generalmente se ha vinculado la obra de Bustos a los llamados autores malditos, especialmente Nerval, Lautréamont, Baudelaire y Rimbaud. También se han tomado los rasgos de una búsqueda trascendente presentes en su poesía –según lo entendió Marechal– como referentes de su estilo. Otros han subrayado la proximidad de Bustos con el surrealismo y su amistad con Aldo Pellegrini. En su obra, sin duda, hay un tono humorístico y en ciertas ocasiones absurdo, que tal vez proceda de sus lecturas de Jarry y Kafka. No es fácil ubicarlo en el contexto sesentista, “aunque es indudable el registro conversacional que atraviesa muchos de sus textos”, apunta Emiliano, especialmente presente en Fragmentos fantásticos. El romanticismo alemán ejerció una gran influencia en su espíritu, particularmente las obras de Novalis y de Hölderlin, pero “es incorrecto describirlo como un poeta netamente romántico”. Bustos, además, fue un gran lector de la generación del ’27 (García Lorca, Cernuda y Aleixandre), generación que a su vez recuperó a Góngora, otro de sus referentes. “Sonoro campo de estrellas. / Han dicho sonoro campo de estrellas. ¿Oíste? / Nada. Es Góngora que juega en las alturas”, lo evocó en uno de los breves poemas de Visión de los hijos del mal.

La relación de Bustos con la poesía española fue particularmente intensa en la década del ‘60, cuando el poeta intercambió correspondencia con Jaime Gil de Biedma, Rafael Jaume y Aleixandre. Incluso tenía pensado trabajar la obra de algunos poetas españoles contemporáneos, tal vez Celaya, Blas de Otero y Sahagún, entre otros nombres –según afirma Jaume en una carta de diciembre de 1961, en la que también le facilita la dirección de José Agustín Goytisolo–, aunque no quedó registro de ese estudio proyectado. “En algunas firmas de esta época dibujaba una estrella sobre la i de Miguel, tal vez imitando la que Hernández también dibujaba sobre su nombre”, sugiere Emiliano. “El lenguaje de las culturas precolombinas, redefinido por sus propias herramientas, resultó ser el espacio en donde su poesía terminó vertiéndose –plantea Emiliano–. Basta el ejemplo de El Himalaya o la moral de los pájaros. Paradójicamente no es éste un rasgo que haya sido suficientemente estudiado hasta hoy.”

Ausente del tiempo

“La lectura que se hizo de los poetas y escritores desaparecidos, útil, necesaria, imprescindible, buscando alguna relación más o menos mecánica entre sus obras y su vidas, y particularmente entre sus obras y sus militancias, especialmente en Walsh y Urondo, no funcionó en el caso de la obra de mi padre”, dice Emiliano a PáginaI12.

En “Vientre profeta sin tiempo”, uno de sus mejores poemas de Visión de los hijos del mal, Bustos señalaba: “Yo no soy de ningún siglo. / Vivo ausente del tiempo. Soy mi siglo como soy mi sexo y mi delirio. / Soy el siglo liberado de toda fecha y penumbra”. Emiliano encuentra en esos versos una percepción que hace aún más complejo el posicionamiento del poeta respecto de su época. “Quizás esa mirada diferente hacia su tiempo pudo dificultar la lectura de su obra, que se hizo en clave de vitalismo, de revolución, y que terminó siendo el modo en que se leyó una parte de la obra de Urondo y de Gelman”, explica Emiliano. La inclinación de Bustos hacia lo metafísico, según observó Marechal en el prólogo de Visión..., “no se realiza en el modo conceptual sino en el modo experimental, sabroso en sus penurias y penoso en sus iluminaciones”.

“El temblor del hombre es una profecía”, anunció el joven poeta de intensos ojos verdes en el poema “Eleazar, el profeta”. Los versos de Bustos tiemblan y hacen temblar a los lectores. “Un día seré la ausencia visible de Miguel Angel / luego mi olvido. / La marca de un pie desnudo sobre el agua. / Un gesto / una espalda/”, anticipó en “Me afirmo en la tierra”, incluido en Corazón de piel afuera, un libro “sin antecedentes en la poesía argentina, de un vuelo lírico poderoso y maduro”, presentado y prologado por Gelman.

La pulsión vital de Bustos incluía su pasión por el dibujo. Cuatro de sus cinco libros llevan ilustraciones suyas, exceptuando Corazón de piel afuera. “Su obra gráfica –precisa Emiliano– cobra particular madurez a fines de los ’60; es en ese entonces cuando adquiere el estilo minucioso, impecable y alucinatorio que caracterizaría las obras que expuso en diciembre de 1970 en la Sociedad Argentina de Artistas Plásticos.” En una entrevista publicada en Análisis, el poeta revelaba cómo se conjugaban la poesía y el dibujo en su último libro El Himalaya o la moral de los pájaros. “Busqué construir una especie de códice, apoyado en un texto y en dibujos. Lograr lo equivalente a un ideograma chino o japonés –comparaba Bustos–. Pintar el verbo es mi obsesión. Yo quise que este libro se abriera y se leyera como los sacerdotes mayas o aztecas cuando abrían a pleno sol sus códices y leían las figuras o jeroglíficos transmutados así: el dibujo era verbo; y el verbo, dibujo.”

Mamá, lunita suave

Bustos, el primero de cuatro hermanos, nació el 31 de agosto de 1932 en Buenos Aires. A los siete años, para un concurso, escribió su primer poema, en el que compara a la madre con un tigre, con una leona que amamanta a los tigres. Su abuelo materno, Carlos von Jöcker, fue el médium entre el niño y los libros, relación que el poeta plasmó en su poema “Los patios del tigre”, de Fragmentos fantásticos, indudablemente su libro más autobiográfico: “Agregaba mi abuelo a la magia reinante sus oros de Gran Maestro. Sus libros que, poco a poco, fueron siendo mis pájaros”. Al temblor tan característico del poeta –acaso un resabio del asma y la epilepsia que padecía– habría que agregar el protagonismo que adquiere la madre en muchos de sus poemas; madre amada, evocada, interpelada. “Mamá. / Cuevita / cálida con música. / ¿No regresas?”; “Mamá, / lunita / suave / cálida”; “Voy en el vientre de mi madre. / Faltan dos meses para que nazca enfermo toda la vida”; “Madre. / Este es el segundo / en que te llamo y en vos llamo a todas las dulces bocas / ojos de leche de las mujeres que se me mueren”. Emiliano confirma esta importancia de la madre en los poemas de Bustos y añade que la figura paterna sólo es mencionada, oblicuamente, en Fragmentos fantásticos: “Cuando murió mi padre, nació su olvido”.

“Siempre hubo una relación muy fuerte con la madre, de amor-odio como suele suceder”, reconoce Emiliano. “La conocí bastante a mi abuela, porque viví con ella. Mi abuela había perdido un embarazo, y tuvo una relación muy especial con mi padre. Mi abuela y mi papá tenían los mismos ojos verdes, eso era muy impresionante; y seguramente había otras conexiones, no era sólo una cuestión física. Hay un amor muy fuerte, pero también un desamparo mutuo que él trabaja cuando se relaciona con la madre a partir de la poesía. El tenía una relación muy intensa con lo femenino, pero no únicamente en el sentido nerudiano sino que en la madre comprendía a alguien que estaba desamparado por la vida porque no había tenido el destino que ella quería, por sus tragedias cotidianas. En fin... había algo muy poderoso en ese vínculo.”

El dolor no existe

La poesía de Bustos no se amolda a la idea de “compromiso” tal como se la entendía en el contexto de los años ’60 y ’70. Como periodista –colaboró en Siete Días, Panorama, La Opinión y El Cronista Comercial– no produjo un discurso únicamente circunscripto a sus intereses literarios específicos. “Yo creo que la poesía es de origen divino. Eso lo creo absolutamente. Desde el momento en que tiene un origen secreto y un origen oculto. Pese a que creo que tiene un origen oculto, secreto y divino, personal en cada poeta, eso no me quita, en mi caso, una militancia”, definía Bustos su posición en una entrevista publicada en Clarín en 1971. “Naturalmente que no escribo del origen divino sino que escribo de mi mano, con mi lapicera. Por lo tanto, yo adopto una posición política que es bien clara. Creo que es imposible escapar a esa militancia política desde el momento en que no se puede escapar de nada. Es mejor conceder que la militancia política nos tome que tratar de huir de ella. Es irremediable.”

El compromiso militante de Bustos se profundizó hacia 1973. El detonador fue la masacre de Trelew. “Puede el sur ser más bello que el norte de fuego / pero siempre para mí será Trelew la región de la muerte / de mis hermanos”, escribió en “Sangre de agosto”, poema publicado en la revista Nuevo Hombre, próxima a las concepciones del PRT (Partido Revolucionario de los Trabajadores), donde colaboró como redactor. “Cuando velaron a las víctimas en una de las sedes del Partido Justicialista, mi viejo fue con varios militantes”, recuerda Emiliano. “Hubo una razzia, entraron las tanquetas y los sacaron a todos a palazos. Estaba la policía dándole a todo el mundo y le entraron a dar a mi viejo. En un momento, abrazado a uno de los cajones, mi viejo gritaba: ‘El dolor no existe’. Siempre me quedó esa imagen.” “El ángel de Miguel ha sacado su corazón instalándolo en la vida, en los hombres que la mueven, ha logrado la hazaña; tóquese esta poesía: su presencia es mágica y trae la felicidad”, sintetizó Gelman. Emiliano asocia esta sistemática aparición del temblor con la pulsión vital de Bustos. “Temblor es una palabra ligada a lo vital, a lo sanguíneo, al ritmo cardíaco. Hablando del lenguaje poético de mi padre, hay críticos y poetas que se refieren a lo prenatal o chamánico, a un lenguaje difícil de clasificar. Ojalá haya tenido la fortaleza para soportar lo que le hicieron después de que se lo llevaron de casa.”

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Miguel Angel Bustos es un poeta central para entender a la generación del ’60.
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