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Sábado, 25 de febrero de 2006

LOS EMBATES DE LA DERECHA FUNDAMENTALISTA NORTEAMERICANA CONTRA LA CIENCIA

La involución de la razón

 Por Sergio Di Nucci

Para la izquierda en general, y los progresistas y demócratas en especial, se trata de nada menos que de una nueva batalla ganada por los fundamentalistas en su guerra a muerte contra la ciencia y la seguridad social. Para los grupos conservadores que están por detrás del proyecto, se trata de preservar la cualidad más distintiva de la civilización occidental, en su versión norteamericana: la libertad de conciencia individual. En dieciocho estados, sus congresos están a punto de aprobar la legislación que permitirá que un médico se rehúse a prescribir un medicamento o dirigir un tratamiento. O peor: directamente no atender a una persona. Le bastará con decir: “Mi religión no me lo permite”.

Un ginecólogo del Opus Dei no prescribirá una píldora anticonceptiva, ni mucho menos le ofrecerá a su paciente la opción terapéutica de interrumpir un embarazo. Un andrólogo fundamentalista jamás le firmará la receta de Viagra a un hombre mayor si sabe que es para que mejore sus erecciones con otro varón. Y acaso tampoco atienda a una madre soltera. Hasta ahora era probable que estos médicos obraran así. La diferencia es que pronto estarán protegidos y aun estimulados por la ley.

La escalada se ha vuelto en estos últimos días de una extremidad sin parangón, y cada vez parece más difícil separar en Estados Unidos el ámbito religioso de la vida profesional. La idea es preservar la opción personal y religiosa por sobre el profesionalismo universalista: una idea antirrepublicana y antiilustrada en la más antigua democracia de la Tierra. Aunque la tensión, como se prevé, será cada vez mayor entre la defensa de los valores religiosos y los derechos de los pacientes en la Norteamérica del evangélico George W. Bush.

¿Mañana seremos todos norteamericanos?

Un gran cuerpo de la legislación surgió en Estados Unidos para proteger a los farmacéuticos que se rehusaron por razones de conciencia, y fueron juzgados por ello, a vender la píldora del “día después”, un anticonceptivo a posteriori que permite a las mujeres interrumpir un embarazo después de una relación en la que sospechan que quedaron impregnadas. Los tribunales se encontraban con un vacío legal y de jurisprudencia, aunque muchos jueces eran favorables con quienes se negaban a colaborar con lo que veían como un aborto express. Ahora, las leyes cubrirán un espectro mucho más amplio, que incluirá el amparo a doctores, anestesistas, enfermeros, auxiliares, técnicos o cualquier empleado que rechace participar, por razones religiosas, en algún tipo de terapia. O peor, que rechace administrársela a determinadas personas que no le parecen dignas de mejoría, alivio o felicidad. Algunas de estas terapias se cuentan entre las que más han polarizado estos últimos años a Occidente, por los dilemas bioéticos que plantean para muchos: la fertilización asistida, in vitro o con otras técnicas, la eutanasia o suicidio asistido, o los tratamientos e investigaciones que implican el uso de células madre de los embriones.

Los estados norteamericanos que buscan defender por ley a sus renuentes trabajadores de la salud son justamente aquellos donde se aprobaron terapias de estos nuevos tipos. Son estados que de pronto ingresan al brave new world de la modernidad más acuciante, al incierto y cada vez más complejo mundo en donde conviven la iglesia rural y la clonación, el matriarcado y los cyborgs, los cuáqueros y las elecciones sexuales más libres y profundas, la granja de Wyoming y el testeo genético de embriones. La operación es conocida por todos los sociólogos: dos pasos adelante, muchos más atrás. El avance de las ciencias no se ve acompañado por un avance correlativo de las sociedades, apegadas a sistemas de ideas y creencias tradicionales y arcaicas que no han podido procesar esos cambios, y que prefieren un repudio cerrado porque ven en ellos una amenaza a su forma de vida. “Esta legislación restaura lo que significa haber nacido en este gran país”, dijo al Washington Post David Stevens, director de la Christian Medical & Dental Association: “Porque la conciencia es la más sagrada de todas las propiedades. Los doctores, los dentistas, las enfermeras ya no podrán ser forzados a violar su propia conciencia”. Por eso hay consternación entre todos quienes de un modo u otro están involucrados en la defensa del aborto, en la prevención del sida, los derechos a la muerte asistida o los movimientos sociales.

La agenda del mal

Todo había empezado tras la legalización de la píldora del día después. Hubo de inmediato farmacéuticos que se negaron a prescribirla, como en España funcionarios del registro civil se negaron a casar a personas del mismo sexo. En Estados Unidos fueron expulsados de sus trabajos, y algunos juzgados. Esto llevó a que el año pasado las asociaciones conservadores comenzaran a sopesar la necesidad de elaborar un nuevo cuerpo legal. Este año la cuestión ganó preeminencia por una serie de factores concordantes: no sólo la legalización de las nuevas, y polarizantes terapias, sino los debates lacerantes y las dudas que produjo en la sociedad norteamericana el caso Terri Schiavo, la mujer a quien se ayudó a morir y poner fin a su agonía.

La situación actual demuestra que los posicionamientos políticos de la derecha fundamentalista han cambiado, y se han hecho a la vez más activos en sus métodos y más amplios en sus reivindicaciones. El movimiento llamado pro-derecho a la vida, que es el que nuclea a los diferentes grupos conservadores, ha extendido su agenda más allá de su lucha en contra del aborto. Dado el poder político y económico de los grupos que lo conforman, los riesgos de los pacientes se incrementan. A veces, hasta límites desesperantes, como cuando una mujer debe recorrer varias farmacias para obtener su píldora del día después, porque si espera un día más ya deberá recurrir a técnicas abortivas más riesgosas.

Desde luego, la legislación abre una posible escalada de nuevos dilemas. Los medios ya multiplican las preguntas: ¿qué sucederá, por ejemplo, en el campo de la educación?, ¿cuánto tiempo falta para que un maestro se niegue a impartir lecciones de educación sexual y no explique los órganos que están debajo de la cintura, por defender la abstinencia sexual hasta el matrimonio?

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