futuro

Sábado, 25 de marzo de 2006

INFECTOLOGIA: EL EXTRAÑO CASO DEL HOMBRE INMUNE AL VIH

Buscado vivo o vivo

 Por Federico Kukso

La vida del estadounidense Steve Crohn es de aquellas que rozan las fronteras de lo increíble. Tanto que si nadie tuviera noticias de su particular cuota de excentricidad, cualquiera diría que está guionada hasta el detalle o al menos que mucho no falta para que termine estrellada contra la pantalla de cine como una muestra más de esas películas biográficas de moda que ahora los críticos tienen la deferencia de llamar biopics.

Que sea escritor freelance, viva en Manhattan y sea gay, no dice mucho acerca de este hombre de 56 años cuyo apellido coincide por casualidad con el nombre de una de las enfermedades gástricas más molestas. Lo que hace a Steve Crohn realmente único no tiene nada que ver con su apariencia o siquiera con las actividades que pueda desarrollar. La razón de su envidiable peculiaridad anida en cambio en un lugar tan interiormente recóndito que para cualquier par de ojos resulta totalmente inescrutable: el secreto de Steve Crohn está en los genes; sus genes más bien que no serían del todo extravagantes si no fuera por otra (no tan) pequeña característica: Steve Crohn es ni más ni menos que inmune al VIH, el virus del sida.

El tramo más interesante de la vida de esta persona/personaje se remonta a principios de los ’80, cuando por alguna razón su buena salud extrañamente comenzó a llamarle la atención. Sin causa aparente, todos sus amigos cercanos, todas sus parejas, corrían con el mismo final trágico –enfermedad desconocida seguida de muerte– como si fuera un patrón siniestro, una consecuencia maldita de haber gozado de su compañía. Y él, ajeno a toda práctica sexual con preservativo, nada. Totalmente sano.

Hasta que en 1983 el virólogo francés Luc Montagnier, del Instituto Pasteur, descubrió el famoso virus (el VIH) causante de la desconocida enfermedad (sida). Fue entonces cuando a Crohn se le esclareció un poco el panorama: de alguna manera este virus no encontraba en su cuerpo el blanco para desatar la infección.

Con esa suposición, que le garantizaba la desfachatez propia de aquel que se cree y siente invulnerable, vivió hasta 1996, cuando decidió ponerle fin a esa duda esencial y acceder a que los médicos del Instituto Aaron Diamond, uno de los principales centros de investigación de VIH en Nueva York, bombardearan su cuerpo con una inacabable batería de análisis.

El resultado de la búsqueda no hizo más que confirmar la sospecha. “Resistencia natural al virus de inmunodeficiencia adquirida gracias a una mutación genética llamada CCR-5-delta-32”, fue la conclusión a la que llegaron los médicos después de cientos de pinchazos, cultivos genéticos y otras tantas inspecciones sanguíneas. O para que se entienda mejor: para invadir un organismo, el VIH entra en las células y las utiliza a su gusto como fábrica viral. Para eso primero necesita acoplarse a la célula a través de dos proteínas-llaves. Bueno, los genes de Crohn no producen una de estas proteínas-receptores llamada “CCR-5” y por lo tanto el virus del sida no lo puede atacar. Y lo curioso no acaba ahí: según se pudo rastrear, esta inmunidad natural sería la misma que en 1665 habría protegido a los pobladores de Eyam, un pueblito minúsculo de Inglaterra, de caer muertos a causa de la peste negra.

Las curiosidades no se detienen ahí: según ciertos científicos, el 10 por ciento de la población europea sería resistente al VIH como Crohn. Todo gracias a la epidemia de fiebre hemorrágica que batió al viejo continente en la Edad Media, incluso antes del episodio del pueblito de Eyam. El caso de Crohn es sorprendente. Pero no por eso único. En total hay casi un centenar de casos reportados en el mundo, como el de un grupo de prostitutas africanas que no se contagian debido a cierta inmunidad natural.

Hasta el momento todos los intentos de simular químicamente la anomalía genética de Crohn no condujeron a mucho, aunque no sobran los intentos. Los fracasos, desde ya, no frenaron a los sabuesos del lucro: basta decir que, para garantizarse las (supuestas) ganancias futuras, los investigadores del Instituto Aaron Diamond ya se aseguraron las patentes de ciertos genes de Crohn, eso sí, sin su consentimiento. Porque si hay algo seguro en esta época de cartografías genómicas es que el ser humano no tiene voz ni siquiera en lo que concierne a sus propios genes.

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