futuro

Sábado, 27 de octubre de 2007

ODONTOLOGIA: REGENERACION DE DIENTES, VACUNAS ANTICARIES Y BIOINGENIERIA PARA SONREIR MEJOR

Las nuevas aventuras del Ratón Pérez

 Por Federico Kukso

Como decía Borges en El libro de arena, “para ver una cosa hay que comprenderla. El sillón presupone el cuerpo humano, sus articulaciones y partes; las tijeras, el acto de cortar”. Lo mismo se puede decir de los dientes: están ahí, al frente, como carta de presentación de cada individuo cumpliendo, en su posición de vanguardia, la función de cortar (los ocho incisivos), desgarrar (los cuatro caninos), morder (los ocho premolares y los doce molares). Pero, por supuesto, son mucho más que su función destructiva. Una buena dentadura es entendida como un signo de belleza y de salud e incluso la cantidad de piezas dentarias ofician de detonador de envidia: los 32 dientes del ser humano se quedan chicos en comparación con los 42 de los perros, los 47 del mosquito, los 4500 del tiburón ballena y los 9280 del pez-gato, Amiurus nebulosus.

Los dientes, como si fuera poco, hablan también del carácter de una persona (debilidad o fortaleza) y llegan a contar historias aun cuando su portador no figure más entre los vivos: con sólo echarle un vistazo a la boca, un dentista puede averiguar edad y sexo, y en ciertos casos lugar de procedencia. Razones suficientes como para que la odontología figure como una de las disciplinas más prestigiosas (y mejor remuneradas) de la medicina moderna. Un análisis pormenorizado de su devenir histórico ejemplifica los saltos y cambios abismales por los que ha atravesado desde las incrustaciones de jade habituales entre las clases acomodadas de los mayas en el siglo IX a.C., las prótesis fijas etruscas (siglo IV a.C.) o los arranques molares casi barbáricos durante la Edad Media.

Lejos de estancarse, la odontología (o buena parte de ella), en cambio, busca renovarse, huirle al estancamiento, a través de nuevos materiales y técnicas menos invasivas que de alguna manera ayuden a extirpar la imagen mediática del dentista (equiparable al torturador, al verdugo sanguinario) de la cabeza de aquel que aguarda inquieto su turno en la sala de espera.

Hay líneas de investigación en desarrollo, otras a punto de aterrizar en el consultorio de nuestro dentista habitual, y las que no abandonan el rótulo de “en experimentación”. En esta última categoría se sitúa el trabajo del genetista inglés Paul Sharpe (de la Universidad King’s College de Londres) que, cansado de las dentaduras postizas y los implantes artificiales, propone un enfoque revolucionario: la regeneración de piezas dentarias utilizando células madre (aquellas que tienen el potencial de desarrollarse en distintos tipos de células especializadas). Es decir, dientes a la carta para cada ocasión y oportunidad.

Los experimentos, que son financiados e impulsados por los millones de dólares que deposita mensualmente la compañía multinacional Odontis, aún no saltaron al ser humano. Todo se hizo en ratones y no salió de ellos: reprogramación de las células madre en laboratorio hasta convertirse en dientes y trasplantes luego al maxilar. “Una de las principales ventajas de nuestra tecnología es que un diente vivo puede conservar la salud de los tejidos aledaños mucho mejor que una prótesis artificial”, subraya Sharpe, quien también advierte que hasta ahora el mayor problema de los “dientes biológicamente diseñados” (como se llama a estas nuevas creaciones) es que no se pueden configurar en dientes específicos y de forma particular.

Desde que se descubrió recientemente que la pulpa de los dientes de leche es una fuente rica en células madre, las palabras “regeneración de tejido” o “neodontogénesis” comenzaron a circular con más fuerza en los foros electrónicos visitados por los odontólogos más inquietos. Científicos de la Universidad de California del Sur (Estados Unidos), por ejemplo, consiguieron generar nuevas raíces dentales en cerdos gracias a células madre procedentes de dientes humanos. Como portador del nuevo implante, los miembros del equipo internacional dirigido por Songtao Shi se valieron de un cerdo enano cuya estructura dental es similar a la humana al que le trasplantaron una raíz desarrollada a partir de las células madre de papilas provenientes de muelas del juicio de humanos jóvenes de entre 18 y 20 años de edad. Tras seis meses de desarrollo del implante, comprobaron que si bien el diente no era tan resistente, al menos cumplía con creces sus funciones. Los resultados son tan alentadores que Shi aconseja a los padres no tirar a la basura los dientes de leche de sus hijos y conservar las muelas de juicio para reutilizarlas cuando sea necesario.

Por el lado de la prevención, por su parte, la vacuna anticaries es algo así como un mito. Siempre se habla de ella, pero nunca aparece una candidata lista a coronarse como la solución a tantos dolores de cabeza (y de muelas) en grandes y chicos. Pero no más: para los doctores Julian Ma y Tom Lehner, de la escuela de odontología del Guy’s Hospital de Londres, se está abriendo una nueva época en la salud bucal y esperan que su desarrollo permita nuevos tratamientos. Se trata de una vacuna que se produjo modificando genéticamente una variedad de plantas de tabaco y que debería “pintarse” sobre los dientes, produciendo así anticuerpos que servirían para evitar que la bacteria de la caries (Streptococus mutans) se introduzca en la dentadura y forme cavidades. Los tests de la vacuna (conocida como “CaroRx” o “Guy’s 13”) duraron cuatro meses, pero la investigación ya araña los 20 años. Y se presume que una vez aplicada protege la boca del paciente durante un año.

El camino más prometedor (o al menos más curiosamente llamativo), sin embargo, no proviene de la bioingeniería, ni de la inmunología, sino de la nanotecnología que, aunque mucho no se la vea, está mejorando las propiedades de cremas con filtro solar, lavadoras, pinturas, limpiacristales... y dentífricos. La noticia viene de Oriente: la compañía japonesa Sangi Co. Ltd. ya vende una pasta de dientes especial que incluye entre sus ingredientes nanopartículas de un mineral llamado “hidroxiapatita”. Se trata de un fosfato de calcio utilizado en aplicaciones biomédicas que forma parte de la estructura de huesos y dientes que por ende ayudaría también a su regeneración. Una vez cepillados los dientes con el dentífrico en cuestión se formaría una capa protectora en el esmalte dental que hasta podría servir para reparar la superficie de los dientes dañados. Lo cual empuja a una cuestión bastante sensible: o reelaborar y actualizar las historias que se les cuentan a los chicos o dejar de una vez para siempre al ratón Pérez sin trabajo.

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