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Sábado, 13 de septiembre de 2008

HISTORIA DE LA CIENCIA: MARY WORTLEY MONTAGU

La dama inoculada

Autodidacta y transgresora desde pequeña, a los 14 años manejaba a la perfección latín y francés. “Una mujer con mucho empuje y amor por el conocimiento”, podría ser la instantánea de Mary Wortley Montagu, una de las pioneras científicas de fines del siglo XVII y principios del XVIII.

 Por Rocío Ballon

Poetisa y mujer atípica de la sociedad aristocrática inglesa, Lady Montagu (1689-1762) jugó un papel notable en la historia de la ciencia. En un viaje a Turquía observó cómo las circasianas que se pinchaban con agujas impregnadas en pus de viruela de las vacas no contraían nunca la enfermedad. Entonces inoculó a sus hijos y, a su regreso a Inglaterra, repitió y divulgó los procedimientos entre otras personas, siendo éste uno de los mayores aportes a la introducción de la inoculación en Occidente.

El éxito obtenido no fue suficiente para evitarle la oposición de la Iglesia y de la clase médica que siguió desconfiando del método, hasta que un hombre, el científico Edward Jenner (1749-1823), casi noventa años más tarde, desarrollara finalmente la vacuna.

Nacida en 1689, Mary fue hija de Evelyn Pierrepoint, luego conde de Kingston, y de Mary Fielding. A pesar de que a su padre nunca le interesara procurarle una educación, Mary se formó de manera autodidacta. A los 14 años dominaba el latín y el francés, y escribió una serie de poemas que reunió en un cuaderno titulado “Poemas. Canciones”.

Mantuvo una acalorada relación epistolar con Edgard Wortley Montagu, hermano de una amiga. Se enamoraron, pero el padre de Mary lo rechazó y pretendió casarla con otro. Entonces Mary y su enamorado se fugaron. Edward era miembro del Parlamento de Westminster, por lo que los primeros años de casados vivieron juntos en Inglaterra.

A principios de 1716, ella lo acompañó a Constantinopla, ya que había sido nombrado embajador de Turquía. Allí permanecieron hasta 1718. La historia de este viaje y sus observaciones sobre la vida en Oriente son contadas en las cartas conocidas como “Turkish Embassy Letters”, en donde de manera muy descriptiva y desprejuiciada Lady Montagu profundiza en las costumbres de la sociedad turca, en especial de sus mujeres.

Un pequeño paso para Mary, un gran paso para la humanidad

Ocurrió que mientras estaba en Turquía, Lady Mary conoció la práctica de la inoculación contra la viruela. Además de haber perdido a su hermano por esta causa, ella también mostraba fuertes cicatrices de la enfermedad. Se calcula que en el siglo XVIII la viruela había producido en el mundo 60 millones de víctimas mortales. Sólo en Inglaterra se cobraba 40 mil vidas anualmente.

En una de sus cartas, Mary relata con rigor científico y etnográfico el procedimiento de la inoculación. Escribe: “La viruela, tan fatal y general entre nosotros, aquí es completamente inofensiva gracias a la invención de la inoculación, que es el término que usan. Hay una serie de mujeres ancianas que se dedican a efectuar la operación. Cada otoño, en el mes de septiembre, que es cuando disminuye el calor, las personas se preguntan unas a otras si piensan que alguno de su familia va a tener la viruela. Con este propósito forman grupos y cuando se reúnen (quince o dieciséis juntos) una anciana llega con una cáscara de nuez llena de materia del mejor tipo de viruela y pregunta ‘qué venas te gustaría que te abriera’. Inmediatamente rasga y abre la que le has ofrecido con una aguja larga (que no produce más dolor que un rasguño) y pone en la vena tanto veneno como cabe en la punta de la aguja, y después venda la pequeña herida con un trozo hueco de la cáscara y así hace con cuatro o cinco venas”.

Unas líneas más abajo agrega: “Los pacientes jóvenes o niños juegan juntos durante el resto del día y tienen perfecta salud hasta el octavo día. Entonces comienza a subirles la fiebre y están en cama durante dos días, a veces tres y... a los ocho días están como antes de su enfermedad... Cada año, miles de personas se someten a esta operación y el embajador francés dice que ellos toman la viruela como en otros países las aguas. No hay ejemplo de nadie que haya muerto en la operación y, créeme, estoy tan satisfecha con la seguridad del experimento que pretendo intentarlo en mi propio hijo”.

Tal como lo anunció, Mary hizo inocular a su hijo en Constantinopla y a su hija a su regreso a Inglaterra. Una vez allí, consiguió que la entonces princesa de Gales se interesara por esta práctica hasta el punto de inocular, con éxito también, a sus propios hijos.

Los resultados estaban a la vista. Sin embargo, sus observaciones no bastaron y fueron sometidas a rigurosas pruebas por la Iglesia y la clase médica. En una ocasión, por indicación de Lady Montagu y a instancias del Colegio de Médicos de Londres, se inoculó la viruela a seis reos –a cambio de lo cual se les conmutó la pena de muerte– y luego a otros tantos huérfanos. A todos ellos se les puso en contacto con enfermos para ver si la inoculación funcionaba, y no enfermaron.

A pesar de su vehemencia en difundir el método, fueron numerosas las voces que se alzaron en su contra. Ella misma atribuyó estas reacciones a su género y a las enormes ganancias que la enfermedad les reportaba a muchos médicos: “Soy lo suficientemente patriota como para tomarme el trabajo de poner de moda en Inglaterra este útil invento, y no dudaría en escribir a nuestros médicos si conociera a alguno que pensara que tiene suficiente virtud para destruir una considerable parte de sus ganancias por el bien de la humanidad”.

Tantos detractores la obligaron a publicar anónimamente en 1722 A Plain Account of the Innoculating of the Small Pox by a Turkey Merchant (Un sencillo relato sobre la inoculación de la viruela por un mercader turco), donde explica las ventajas y principios de la inoculación.

Entre harenes y mezquitas

Durante los dos años que duró su viaje, Lady Montagu se vistió de varón para poder entrar en la mezquita de Santa Sofía, aprendió árabe, leyó poesía en esta lengua y visitó varias veces el harén del sultán y las casas de otras mujeres turcas por las que sentía el mayor de los respetos y aprecio.

Lo más sobresaliente de su relación con las mujeres turcas fue el hecho de que fuera capaz de considerarlas dentro de su propia cultura con sus valores característicos y no juzgarlas con los de la aristocracia a la que ella misma pertenecía. Así, por ejemplo, entendía el hecho de que no consideraran una vergüenza llevar el velo sino que les permitía gran libertad de movimientos al poder pasear sin ser molestadas o reconocidas por sus amantes.

A los veinte años escribía al obispo de Salisbury, intuyendo algunas de las dificultades con las que posteriormente se encontraría debido a su género: “Por lo general a mi sexo se le prohíben estudios de esta naturaleza, y se consideran locura en nuestra propia esfera; pronto se nos perdona cualquier exceso antes que el que pretendamos leer o tener buen sentido. No se nos permiten libros excepto los que tienden a debilitar y afeminar la mente... Difícilmente hay un carácter más despreciable, o más susceptible de ridículo universal, que el de una mujer erudita: esas palabras implican... una criatura charlatana, impertinente, vana y engreída”.

Debieron pasar muchos años hasta que, en 1796, Edward Jenner cobrara relevancia por el desarrollo de la vacuna. Si bien existían algunos escritos sobre inoculación en Inglaterra, Mary fue la responsable de que el método se divulgara en todos los recovecos de Europa, y esto constituye un ejemplo de cómo las mujeres jugaron y juegan roles fundamentales para la Ciencia, a pesar de ser, en muchas ocasiones, invisibilizadas por la Historia.

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“MARY MONTAGU”, RETRATO DE CHARLES JERVAS.
Imagen: Wikimedia
 
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