futuro

Sábado, 17 de abril de 2010

DEBATE > A PROPOSITO DE LAS CONFERENCIAS TED

Una mirada discutible

 Por Matias Alinovi

El jueves pasado tuvieron lugar en Buenos Aires las esperadas conferencias ted, un encuentro misceláneo de sesgo tecnológico, ideología importada y sensibilidad confusa, bajo la figura tutelar del emprendedor como modelo social. Allí disertaron varios científicos nacionales, ante un auditorio esencialmente integrado por alumnos de nuestro sistema público universitario. Pero, ¿qué idea de la ciencia promueven las TED? ¿Qué tipo de vínculos sociales estimulan? Los peligros de la importación de un formato.

Imperfecta en materia económica, o incluso política, se podría creer que nuestra soberanía es definitiva en materia de organización de conferencias. Y sin embargo, el jueves pasado tuvieron lugar –en el predio de la Rural, con un éxito numérico anticipado y admisión por sorteo– las conferencias TED, un desfile dispar de vidas que se quieren ejemplares, un impreciso encuentro ecuménico, un show importado, un gran aturdimiento.

Este artículo arbitrario está redactado bajo el influjo desaconsejable de la contrariedad. Quiere oponerse a un espectáculo. O mejor, a la idea desagradable de que algunas cosas importantes –o todas– deban convertirse en espectáculo. Su propósito es razonar el malestar –estético, político– que produce la importación de un formato del show para hacer disertar a gente valiosa, que en principio tendría algo –un poco más largo y en otro contexto– que decir sobre nuestros problemas.

Pero el artículo también querría entender. Develar, por ejemplo, qué impulsó a los organizadores; por qué parecen estimular una alegre norteamericanización de la cultura; de dónde procede esa sensibilidad rara que los anima. En el universo confesional del blog, más de uno admite haber llorado de pie al asistir a las ediciones anteriores en los Estados Unidos. El llanto es la crisis del sentido.

EL FORMATO

El jueves pasado entonces, durante dieciocho minutos cada uno, y uno atrás de otro durante un día, disertaron matemáticos, físicos, biólogos, arqueólogos, antropólogos, psicólogos e ingenieros, pero también coreógrafos, cantantes, deportistas, periodistas, abogados y dramaturgos. Pero, para decir ¿qué? ¿Qué pueden decir, en un mismo ámbito, restringidamente, tantas personas dispares?

Digámoslo así: en principio, no mucho más que declararse presentes y dejar tácitamente establecido su acuerdo con el formato y con la selección de los otros oradores. Si a quien dedica su vida a una determinada disciplina se le conceden dieciocho minutos para que exponga las generalidades de esa disciplina y de esa vida, es claro que lo que pueda decir será menos importante que su presencia: es la presencia la que sintetiza las cosas no dichas.

En el sitio de las reuniones TED se explica, por ejemplo, que en ellas disertó Bill Clinton. O que en alguna edición a Bill Gates sólo se le concedieron seis minutos para explayarse. ¿Qué puede decir Gates en seis minutos si no es acá estoy? ¿Qué puede explicar Clinton que nos esclarezca después de años de gestión? En definitiva, las TED, como la selección argentina de fútbol, proponen menos un contenido que un conjunto de figuras. Pero esas figuras, ¿cómo son seleccionadas, qué tienen en común? Son, lo veremos, de un modo general e impreciso, emprendedores.

EL ORIGEN

TED es la sigla en inglés de Tecnología, Entretenimiento y Diseño. Las TED son, en principio, unas conferencias anuales que tienen lugar en Estados Unidos desde hace unos veinte años. Es claro, a partir del nombre, que nacieron para ocuparse de algunos pocos temas. Con el tiempo, sin embargo, ampliaron sus intereses. Los organizadores aseguran que se proponen difundir las ideas que vale la pena difundir, y publicitan las conferencias con el confuso “la conferencia de tu vida” –sin duda un problema de traducción de sensibilidades, porque, ¿qué quiere decir en castellano?–, pero quizás haya que mitigar la nobleza de los propósitos recordando que en Estados Unidos la entrada cuesta algo más de seis mil dólares.

Si al principio el lector podría haberse preguntado por el sentido de las restricciones del formato, al conocer el precio de las entradas y los temas de origen entiende por sí mismo: las conferencias tienen que haber nacido como un vasto encuentro comercial sui generis. Los organizadores daban a algunos emprendedores talentosos la posibilidad de exponer acotadamente –como se expone ante los financistas– una idea para cuyo desarrollo quizá necesitaban financiación, y al mismo tiempo presentaban al auditorio –calificado, seleccionado por el precio de las entradas– la posibilidad de escuchar a varios emprendedores talentosos capaces de ofrecerles nuevas oportunidades de negocios.

Así, quedaba establecida una clara reciprocidad comercial que, de paso, fijaba la estética oratoria (que las TED de hoy heredaron): había que disertar para pasmar al auditorio, para trasladarlo a ese estado raro de la conciencia en que el industrial se convence de la inversión y arriesga su capital. Más importante que hacer pensar será fascinar; conmover antes que estimular la pregunta crítica. Lo que convencerá, en definitiva, será la fascinación que provoca el artificio.

LA IMPORTACION DEL FORMATO

El problema general que recorre nuestra historia es el de la importación de los modelos. En su Historia integral de la Argentina, David Rock se proponía demostrar una tesis audaz: sin ocupación formal de su territorio, el país no ha dejado nunca de ser una colonia en la medida en que permaneció fiel a sus alianzas estratégicas cuando esas alianzas se quebraron desde fuera, por razones diversas. En esas oportunidades fortuitas, el país no buscó nuevas relaciones favorables, sino que persistió en la patética fidelidad comercial, que es la bancarrota.

Es notable que para que esa actitud ocurra, la miopía comercial no alcanza: es la cultura la que debe permanecer en la admiración encandilada de lo que viene de afuera, aunque ya no venga. La condición colonial equivaldría, en definitiva, a una falta de reflejos por encandilamiento cultural para buscar el propio interés.

Sabemos que la importación tergiversa lo importado. Desde 2005, las TED se organizan, también, fuera de los Estados Unidos. Pero si allá se pagan, todavía, los seis mil dólares de rigor, aquí son gratuitas. Eso configura un público mayoritario de estudiantes universitarios, y el cambio inopinado de auditorio cambia el sentido del encuentro. Lo que afuera se proponía en los términos de una reciprocidad comercial, aquí se convierte en la presentación de unas vidas ejemplares ante un auditorio de estudiantes jóvenes, e inermes: comprar una idea es distanciarse, pero proponer un modelo a la juventud supone una relación que no cesa, una pretendida conversión de almas.

QUIENES HABLAN

Todo, en las TED, está puesto bajo el signo del emprendedor. De alguno de los organizadores, por ejemplo, se dice que es un emprendedor serial. Pero quizás un ejemplo caricatural de orador podría ser el del paleontólogo, digamos, asmático que incursiona en el montañismo y que al escalar el monte más difícil descubre unos huesos que revolucionan su disciplina. De un modo general, los oradores son personas que se impusieron en la batalla más difícil según Platón, la batalla contra uno mismo, pero que al mismo tiempo innovaron en su especialidad. Vidas que tienen un compromiso meritocrático con la propia disciplina, y uno complementario con la propia voluntad.

Ahora bien, esos actores de la excelencia y el esfuerzo están esencialmente solos cuando se presentan ante el auditorio de las TED. La idea de acción colectiva aparece borrada de su experiencia. Eso ocurre porque a los organizadores les interesan esencialmente los logros individuales. Pero en esa idea de individuo abstracto que es capaz de proponerse un objetivo y cumplirlo solo, quedan ocultas varias cosas importantes.

En primer lugar, la historia del individuo. ¿Qué condiciones debieron satisfacerse para que esa vocación se despertara? ¿Quiénes lo impulsaron? ¿Quiénes lo favorecieron? La vida es resultado de un conjunto de circunstancias, que en la presentación del logro aparecen borradas: no hay universidad pública, no hay grupos de investigación, no hay colegas. No hay nada más que alguien que se planteó unas metas y que fue capaz de someter su voluntad. Los organizadores de las TED interpelan a una sociedad que en el origen no está, porque las vidas ejemplares que presentan están desocializadas.

QUIENES ESCUCHAN

Dijimos que la gratuidad configura aquí un público de estudiantes universitarios, que son vistos por los organizadores como potenciales emprendedores. En cada uno de esos estudiantes hay un posible hacedor, pero un hacedor que imaginan dormido, anestesiado, aturdido. Como si ignorara sus propias capacidades. Como si algo en la cadena causal se hubiera quebrado. Ante un auditorio de conciencias dormidas, el evento está pensado entonces como un agitamiento.

Pero eso supone un otro esencialmente pasivo, que no tiene historia ni compromisos. Lo que conduce a una idea ingenua de la sociedad: sin conflictos, no parece ser más que un grupo de individuos que malviven moderadamente su vida, y que deben ser puestos en onda. Como si a cada estudiante se le dijera: ponga su voluntad a trabajar para darle a la sociedad del futuro, que es algo abstracto, alguna cosa que salga de esa voluntad. Todo eso conduce, en definitiva, a la sociedad de las oportunidades.

CIENCIA Y SOCIEDAD DE LAS TED

¿Qué lazo social sale de esa concepción? Si se parte de una serie de individuos talentosos, y luego se establecen ciertas condiciones para que sus talentos se expresen, la idea del lazo social de esos individuos con el resto es a través del don: ellos [nos] dan sus logros. Ya dijimos que eso supone una pasividad esencial de la sociedad, pero también supone que, racionalmente, nadie podría querer nada más que eso que se le da.

En la cultura norteamericana la figura del emprendedor va asociada a la idea del pionero: habitamos un desierto, pero sobre él construiremos un paraíso artificial. Cada uno de los oradores de las TED es como un pionero en su área, que ha tenido que atravesar el desierto, y que entonces nos invita a su ciudadela. Como si todos los que vivimos en esta sociedad tuviéramos el ansia oculta de vivir en una ciudadela como ésa.

Pero además se presupone que el emprendedor es alguien esencialmente bueno. Que quien sea un talento en su área será también, aunque todavía no lo haya descubierto, un benefactor social. Como la excelencia no puede ser moralmente mala, la expresión de los talentos individuales tendrá como consecuencia la mejora en la calidad de vida de las sociedades en las que esos talentos se inscriben. El talento sería así garantía de la excelencia moral, lo cual es falso. Es el reconocimiento del otro como alguien irreductible a nuestros propios dones lo que inaugura la mirada ética. Una sociedad en la que se realizaran los logros de todos los individuos conduciría al desastre. Añoraríamos, tal vez, la tierra de los idiotas.

¿Y qué idea de la ciencia proponen las TED? Ciertamente, no la de Robert Merton, la ciencia como institucionalización de una empresa colectiva. La historia de la ciencia demuestra que toda intervención individual estuvo preparada por la tarea colectiva; que en materia científica no hay epifanías sino partos. Al promocionar a científicos individuales se oculta lo más importante: los colegas, los equipos, las tradiciones. Se promociona, a lo sumo, la cabeza de esos grupos, lo que supone una mirada empresarial sobre la ciencia. Como si se dijera: busquemos al dueño, que tiene el capital mayor en la empresa.

Una conclusion

Las TED son un encuentro ecuménico para cooptar ciudadanos para la sociedad global de las oportunidades. Las TED querrían ser el desembarco de la cultura del emprendedor en los pocos emprendimientos que aún preservan un sentido colectivo: la ciencia, las políticas públicas. Más que con la idea del asombro, la idea del show se emparenta con la de la fascinación. La fascinación deslumbra para ocultar. Presentar la ciencia como un show es inducir a abrazar el fetichismo científico, y no iniciar una pasión inquisidora. Se busca que el auditorio se fascine, para que salga convencido. ¿De qué? De ser, al igual que los individuos cuyas vidas ejemplares se presentan, emprendedores, y así configurar entre nosotros la ansiada sociedad de las oportunidades.

Es notable que quienes promueven el modelo importado de las TED no son hijos de ese modelo, no prosperaron en la sociedad de las oportunidades, no proceden del pionero, sino que son honestos y laboriosos hijos dilectos de los emprendimientos colectivos que se llaman escuela pública, universidad pública, e investigación financiada por el Estado. Pero están equivocados, la tarea es mejorar esos emprendimientos, no promover la empresa personal.

Alguno de los organizadores escribió que al asistir a las conferencias en los Estados Unidos se sintió indeciblemente privilegiado por haber podido asomarse al futuro. La afirmación revela la idea de futuro de algunos organizadores locales de las TED: esencialmente tecnológico, el futuro es algo que ocurrirá lejos de aquí, algo que quizá deberemos importar. Esa noción de futuro atrasa. Pertenece a nuestro pasado. Lo que deba ocurrirnos en el futuro ocurrirá entre nosotros, en formato y con contenido propios, o no ocurrirá en absoluto.

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