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Sábado, 12 de febrero de 2011

LAS GIGANTESCAS MANCHAS DE BASURA DE LOS OCéANOS

Embudos de porquería

La mugre y la polución no son privativas de las lagunitas o los baldes de agua; la verdad es que hay mugre por todas partes donde se pueda pispiar la delicada actividad humana. Islas de basura muy diferentes de las idílicas islas desiertas de los chistes y los cuentos.

 Por Esteban Magnani

Quienes hayan recorrido con una mínima atención cualquier espejo de agua relativamente pequeño habrán observado que en algún rincón se encuentra amontonada basura flotante. Esto es aplicable a una palangana abandonada en un patio, a una pileta, o incluso un lago, aunque en este último, sobre todo si es amplio, no será tan fácil localizar este punto en el que se acumulan hojas, trozos de madera o, si hay presencia humana, algunos paquetes de comida, botellas o latas. Es como si los residuos, sometidos a algún instinto gregario, se amontonaran en algún punto de su preferencia. Esta característica, perceptible sobre todo en aguas que no fluyen, parece ser producto de zonas de agua estancada que atrapan lo que flota sobre ellas. Pero no se trata de algo exclusivo de la escala media o pequeña: los océanos son también, al fin y al cabo, reservorios de agua enormes pero limitados que cubren el finito planeta Tierra y están sometidos a un fenómeno similar.

Es por eso que existen a lo largo y ancho de los océanos grandes manchas en las que se acumula basura. Un estudio reciente publicado en la revista científica Science daba cuenta del crecimiento de la mancha existente en el océano Atlántico, pero existen otros basureros flotantes conocidos de varios miles de kilómetros de ancho que se van moviendo dentro de ciertas coordenadas.

LAS ISLAS DE BASURA

No sin cierta intención de llamar la atención, los titulares elegidos para describir estas acumulaciones fueron “islas de basura”, algo incorrecto si se considera que una isla es algo relativamente estable y sólido rodeado de agua y no sólo un montón de restos flotantes esparcidos.

Estas acumulaciones de basura están formadas sobre todo por pequeños pedazos de plástico de unos pocos milímetros que, mayoritariamente, flotan apenas debajo de la superficie. Suelen darse en lugares del océano en los que el agua tiene corrientes circulares, un fenómeno que se da en sitios de convergencia que giran en el sentido de las agujas del reloj en el Hemisferio Norte y al revés en el Sur. Es allí donde, tarde o temprano, toda la basura a la deriva termina sus días sin salida visible, aunque la estabilidad de la cantidad de basura permite suponer que buena parte se pierde o se transforma de alguna manera. Una de las “manchas” más grandes fue detectada en 1997 por Charles Moore, un navegante que cruzaba el Pacífico desde Hawai hacia la costa oeste de los EE.UU. La zona en la que se produce el lento remolino es generalmente evitada por los navegantes, ya que resulta muy difícil salir de allí. Moore contó luego su sorpresa al ver durante cerca de una semana de travesía trozos de plástico flotando sobre lo que, según le indicaba la experiencia, debería haber sido un prístino mar celeste.

A TRAVES DE LOS SARGAZOS

Si bien el basurero oceánico más grande es el del Pacífico, el que más recientemente ha llamado la atención de los científicos es el que se ubica en el Atlántico norte. Esta suerte de embudo de basura fue detectado en el mítico mar de los Sargazos en 1972, cuando Edward Carpenter and Keneth Smith Jr., de la Woods Hole Oceanic Institution (WHOI), lo cruzaron. Desde un barco con una red de una boca de sólo un metro recolectaron numerosos trozos de plástico que permitieron calcular que en la zona había aproximadamente un kilogramo de basura por km2. Desde entonces la Sea Education Association (SEA), un centro de estudios de campo oceánicos, realiza visitas regulares que han permitido comprobar que hay otras zonas en las que la acumulación de plástico supera ampliamente los primeros estudios.

El mar de los Sargazos es famoso desde los tiempos de los primeros viajes de Colón a América y desde entonces los navegantes evitan cruzarlo. Se trata de un sector del Atlántico norte de algo menos de 4 millones de km2 que no tiene contacto con ninguna costa y que rodea a las Islas de las Bermudas. Allí prácticamente no hay vientos ni corrientes marinas, es abundante en plancton y unas algas llamadas, justamente, sargazos, y el agua gira lentamente en círculos concéntricos en sentido horario. Está rodeada por las corrientes del Golfo, del Atlántico norte y ecuatoriales. Quien entra allí sin motor o remos corre la suerte de la basura: queda atrapado por esa calma chicha por tiempo indeterminado.

Luego de su visita más reciente al mar de los Sargazos los investigadores de la SEA y la WHOI publicaron algunas novedades relevantes en la revista científica Science. En primer lugar encontraron que actualmente la mayor densidad de objetos se ubica entre los paralelos 22ºN y 38ºN, al este de Bahamas, con 580.000 piezas por km2. Pero lo más extraño para los investigadores fue comprobar que la cantidad de plástico encontrada no ha crecido en las últimas décadas a pesar de que la producción de este material se ha multiplicado varias veces en ese mismo período, lo que abrió el principal interrogante:

¿A DONDE VA A PARAR EL PLASTICO?

Lo primero que encontraron es que uno de los tipos más frecuentes de plástico, el PET, utilizado sobre todo para botellas de gaseosas, no aparecía en las muestras tomadas, algo que probablemente se explique porque su densidad es algo mayor que la del agua salada. La mayor parte de las piezas recolectadas estaban hechas de polipropileno y polietileno, aunque en ambos casos la densidad que mostraban era superior a la media, probablemente a causa de las reacciones químicas producidas por el Sol, el agua y la turbulencia que, además, tiende a quebrarlo en pequeñas piezas. Es decir que hay probabilidades que aún deben confirmarse de que lo que se encuentra en la superficie de los océanos sea sólo la punta del iceberg de un gigantesco basurero que se encuentra a más de 450 metros bajo la superficie sobre el que lentamente decanta el plástico.

Muchas piezas tenían además altos contenidos de nitrógeno que seguramente llegaron allí por medio de organismos vivos que o bien encontraron la forma de alimentarse de ellos o los usaron como ecosistema. Es por eso que en los laboratorios están ahora intentando analizar la posibilidad de vida microbiana en las muestras tomadas durante el último verano boreal. De hecho, es común encontrar trozos de plástico incrustados en algas e invertebrados o en el aparato digestivo de animales mayores, pero es difícil saber si alguna parte significativa es descompuesta en otros elementos gracias a esto.

Las preguntas siguen sin respuesta, pero las instituciones que están buscándolas aseguran que será muy difícil encontrarlas a menos que haya una financiación fuerte por parte de uno o varios países. La basura promete seguir un camino que le permita convertirse en uno de los problemas principales del siglo XXI.

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