futuro

Viernes, 11 de octubre de 2002

Los enigmas de Colón

Por Marcelo Leonardo Levinas *

Se ha sostenido que nada que toque a Cristóbal Colón puede ser limpio y diáfano. Aún hoy, cuando se cumple el 510º aniversario del descubrimiento de América, perduran muchas “zonas” oscuras de su vida. Sin embargo, respecto de cuestiones tanto o más importantes los historiadores no parecen tener dudas. Una de ellas atañe a las dimensiones que Colón le atribuyó a la Tierra; otra, a lo que creyó descubrir en su primer viaje al Poniente. A pesar de ello, nos ha sido posible cuestionar las creencias más comunes y establecer otras distintas, compatibles, en todo, con la información disponible. El resultado: nuevas conjeturas acerca de lo que Colón en realidad creyó e hizo. Esta versión, diametralmente opuesta a la habitualmente aceptada, la hemos basado en sucesos rigurosamente establecidos. Atañen a lo que significa “hacer la historia”: la historia como compuesta de los hechos del pasado y la Historia como la disciplina que intenta, no sólo la reconstrucción, sino también la explicación de ese pasado.
Se ha supuesto que Colón, en su estimación de las dimensiones de la Tierra, siguió a Toscanelli, quien creía que la Tierra era más pequeña que la propuesta por Ptolomeo, el gran astrónomo del siglo II d.C. Además, presumió que la proporción de la superficie ocupada por la sección terrestre era mayor, por lo que el único mar, que supuestamente separaba Europa de las Indias –el Mar Tenebroso o Atlántico–, debía ser considerado más estrecho. Basándose en las historias de Marco Polo, supuso, entonces, que el extremo Oriente se hallaba más cerca siguiendo una ruta marítima en la dirección de Occidente que yendo hacia el Este por vía terrestre. Poseer una teoría acerca del tamaño de la Tierra era fundamental para la navegación oceánica, sobre todo con vistas a calcular la longitud. Ahora bien, en el siglo III a.C., o sea, alrededor de mil ochocientos años antes, Eratóstenes había calculado las verdaderas dimensiones de la Tierra a partir de un procedimiento ingenioso, estableciendo su circunferencia en unos 40.000 km.: mucho mayor que la de Ptolomeo. ¿No conoció Colón esta información?

Dudas y mas dudas
Colón empleó nueve años para convencer a los reyes de España para que se le financiase su viaje y poder así ir en busca del Gran Khan de China, seguro sucesor de aquel del que había hablado Marco Polo dos siglos antes. En 1492 accedieron a apoyarlo a través de Las capitulaciones de Santa Fe. En ellas, se lo erigió Gobernador perpetuo de todas las islas y tierras firmes que descubriera y que ganase para España. ¿No era notable mandar y ejercer derechos sobre tierras supuestamente ya regidas por poderosos príncipes? ¿No suena extraño prefijar de qué manera habría de gobernarse lo supuestamente ya gobernado? En las Capitulaciones, se hacía referencia a unas islas y a cierta tierra firme en el Mar Océano, sin mencionar a las Indias; sí a unas míticas “Antilias” que nadie sabía bien dónde estaban y si acaso no representaban diferentes tierras denotadas, todas ellas, con un mismo nombre. Muchos mapas ya las incluían. Colón, además de portardocumentos para los príncipes de Oriente, llevó consigo clavos viejos, cuentas de vidrio, monedas sin valor y trozos de vajilla de mayólica. ¿Todo eso para conquistar gente tan rica? También lo acompañó un intérprete que hablaba árabe y arameo, pero no chino.
Existe un indicio inobjetable y es que Colón, cuando informaba a su tripulación acerca de las distancias recorridas, mentía. Una de las razones que se han esgrimido para ello es que lo hizo para que la tripulación creyese disponer de las provisiones suficientes si eventualmente se decidía regresar. Era incierta la manera de calcular la velocidad absoluta de las naves; debía ser determinada teniendo en cuenta la velocidad de la corriente. El plan preciso de Colón consistió en partir de las Canarias y dejarse llevar por el viento alisio hacia el Oeste siguiendo un “rumbo” (es decir, un camino marcado por meridianos y paralelos y como si la Tierra fuese plana). Para muchos historiadores las razones que lo habrían motivado a seguir con absoluta fidelidad el paralelo 28 fueron políticas, ya que el soberano de la competidora Portugal poseía derechos más al sur de las Canarias debido a la Paz de Alcaçovas de 1479 y la posterior Bula Aeterni Regis. Sin embargo, ¿no había sostenido Colón que iría por donde nadie había ido? ¿No conocía esa ruta? ¿No sabía en todo momento dónde se hallaba? Colón habría medido por primera vez en la historia la variación de la declinación magnética con la longitud. En ocasiones le echó la culpa de las discrepancias entre la brújula y lo indicado por la estrella Polar, a esta última. Sabemos que el 13 de septiembre, cuando apreció esa anomalía, estaba por cruzar la línea agónica, o sea, el meridiano magnético cero, donde la aguja señalaba exactamente el norte. A partir de aquí la desviación era hacia el Oeste. Pero además, la estrella Polar no era exactamente polar, esto es, no ocupaba exactamente el norte astronómico. Hoy, esta estrella es “más polar” debido a la precesión de los equinoccios que simula mover el norte en un ciclo de unos 25.725 años. Estos elementos eran decisivos para la navegación y el punto es hasta dónde Colón conocía sus consecuencias.

El enigma cartografico
Aparte de estas incongruencias, existió una fundamental referida a un mapa bastante posterior a su primer viaje; una cuestión sumamente curiosa, diríamos que extravagante y que la Historia no ha podido soslayar ni explicar. Estamos en 1507; Colón había muerto hacía casi un año. Entonces Waldseemüller diseñó un mapa inspirado en el relato de los viajes de Américo Vespucio. Vespucio había mencionado la existencia de una “cuarta parte del mundo” y Waldseemüller, en una suerte de homenaje, decidió emplear su nombre para referirse al nuevo continente: lo estampó a la altura del trópico de Capricornio. Pero incluyó el Océano Pacífico, lo que es notable: ¡seis años antes de que fuera descubierto por Balboa y mucho antes de que la costa occidental fuese explorada! Precisamente, la costa occidental de América del Sur la trazó por medio de una línea recta levemente inclinada y sin accidentes geográficos: ¡de manera muy parecida a como efectivamente es!, lo que resulta más notable todavía. También es sorprendente que en 1516, el propio Waldseemüller hiciera desaparecer el nombre “América” de un nuevo mapa, y que el supuesto Nuevo Mundo fuera representado, esta vez, como si constituyese la parte más oriental del continente asiático. O sea, diez años después de la muerte de Colón perduraba la idea de que se trataba de las Indias... Muchos viajeros pudieron haber llegado a esas tierras antes que él y es muy probable que Colón conociera la historia de expediciones que habían alcanzado ciertas tierras que casi nunca habían logrado ubicarse. Otra cosa también destacada e interesante: desde hacía mucho tiempo existía en Portugal la creencia de que el estrecho, que Magallanes reconoció en 1520 y al que originariamente llamó “de todos los Santos”, había sido descubierto antesde 1428. ¿Por qué el mapamundi de Fra Mauro, concluido en agosto de 1460, señalaba en el fin de Africa un cabo llamado “del Diablo”? Ese extremo sur estaba separado de una gran masa por un canal rodeado de altas montañas y frondosas selvas en el que reinaba “la profunda oscuridad y los remolinos que forma el agua hacen peligrar los barcos”. Esta descripción correspondía, más bien, a la del estrecho de Magallanes...

Problemas y desafios de la historia
En todos estos menesteres los verbos en condicional patentizan la inevitable incertidumbre frente a los testimonios referidos a lo que había en el Poniente. A partir de este cúmulo de documentación, que provoca tanto dudas como certezas, han surgido algunos interrogantes sugerentes y provocativos. ¿Qué hubiese sucedido si algunas de las creencias acerca de Colón, y cuya verdad no nos consta, fuesen falsas y su rechazo lograse explicar un conjunto de situaciones asombrosas que en el marco de la historia oficial no parecen tener respuesta? ¿No es posible suponer que, en algunos puntos esenciales, Colón falsificó la información y que se vio forzado a hacerlo de acuerdo con un plan que, de obrar de manera distinta, no hubiese podido llevar adelante? Suponiendo que conocía cuáles eran las verdaderas dimensiones de la Tierra, ¿no debió ocultarlas? ¿No hubiese sido improbable que, anunciando Colón cuál era su verdadero tamaño, alguien se hubiese arriesgado a subvencionar su viaje por creer que sería imposible llevarlo a cabo debido a la enorme distancia que habría de separar Europa de Asia? ¿No conoció la existencia de América? Deberíamos poder explicar fehacientemente cómo fue posible que Colón conociese las corrientes y los vientos favorables en su ruta de ida y su sentido contrario en la ruta de regreso (ubicada mucho más al norte), cuando supuestamente nadie había navegado esas aguas. Vignaud ha sugerido que el mito de las Indias fue un invento posterior de Colón para revalorizar las tierras descubiertas, y que su intención original fue la de ser Gobernador de unas islas del Atlántico, no de las Indias.
Fue en el marco de todos estos interrogantes que le surgió a quien esto escribe la idea de escribir la novela El último crimen de Colón. La idea fue intentar conciliar lo que se sabía con lo que se desconocía, lo coherente con lo que no lo era, y ofrecer alguna solución a los enigmas de la historia. El juego planteado resultó riguroso. Y es que todo juego debe poseer reglas claras y estrictas. La idea fue la de suponer que Colón conocía, con cierta minuciosidad, determinadas cuestiones que le convenía no difundir; sustentar la creencia de que era un genial navegante pero también un genial embaucador. Sugerir que actuó obligado por las circunstancias, pero también en función de un plan. Que se vio obligado a matar a quienes lo descubriesen para agregar un crimen más que no estuviese localizado en el tiempo y que no fuera cometido en ningún lugar particular. Un crimen de enorme vigencia, vinculado con la historia y cuyos efectos han alcanzado nuestros tiempos: ése fue su último crimen. Para ello se debían justificar los beneficios de semejante comportamiento y explicar por qué Colón guardó sus secretos hasta su muerte soportando la idea de que, con su obrar, el nuevo continente no llevaría su nombre. Puede afirmarse, entonces, que el principal protagonista de la novela es la propia historia y que Colón se mofó de los hechos y fundó otros en formidables engaños. Que se burló de los cronistas e historiadores empleando las mismas armas que muchas veces ellos emplean: la ambigüedad, la omisión, las interpretaciones dudosas. Para ello se debió provocar un nuevo montaje de los hechos. Colón habría disfrutado de una oportunidad única, inédita, irrepetible. Vivió en una época en la que los hombres se intrigaban con los más grandes enigmas y entre ellos sobre todo uno: ¿cómo era la Tierra? Por eso, quizás, el resultado del trabajo refleje lasoberbia ironía de un combate en el que la mayor protagonista es la lucha entre la historia de los hechos y la historia tal cual nos es relatada.

* Doctor en Física, profesor de Filosofía, investigador del Conicet. Profesor y actual director del Departamento de Historia de la Facultad de Filosofía y Letras (UBA). También autor de la novela El último crimen de Colón (Alfaguara, 2001).

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