futuro

Sábado, 7 de julio de 2012

A CIEN AñOS DEL NACIMIENTO DE ALAN TURING

El hombre que descifraba

Se cumplen cien años del nacimiento de Alan Turing, un matemático que dejó huellas en la ciencia moderna y fue clave en la construcción de los cimientos de la hoy omnipresente informática. La ocasión es buena para repasar algunos aspectos de su vida, que transcurrió en el período más turbulento de la Europa del siglo XX.

 Por Jorge Forno

Cuando se piensa en los grandes emprendimientos científicos y tecnológicos relacionados con la Segunda Guerra Mundial, el Proyecto Manhattan –ni más ni menos que la fabricación de la primera bomba atómica– se lleva las palmas. No en lo humanitario, claro, sino porque inauguró una nueva forma de hacer ciencia, la de los grandes proyectos ávidos de tecnología y recursos.

Sin embargo, otras cuestiones cruciales para el rumbo de la guerra también demandaron esfuerzos científicos y tecnológicos significativos. Por ejemplo, la tarea de demoler una de las fortalezas tecnológicas alemanas –-la capacidad de generar mensajes en clave– que les brindaba una máquina fenomenal para la época, conocida como Enigma. Estas máquinas estaban equipadas con un teclado de tamaño y disposición muy similares al de una máquina de escribir, un conjunto mecánico y un sistema de lámparas. Su manejo sencillo y dos décadas de perfeccionamiento proporcionaban un sistema de cifrado práctico y casi inexpugnable.

Así las cosas, una verdadera bomba matemática y mecánica capaz de procesar con eficacia mensajes cifrados resultó ser un arma valiosísima para los aliados. El instrumento, conocido como Bombe, les permitió develar el contenido de los mensajes encriptados por la Enigma, adelantarse a los movimientos del enemigo alemán y torcer favorablemente el curso de una guerra en pos de una victoria que por momentos aparecía muy lejana.

En esta historia, en la que aparecen máquinas con nombres de artefactos que hoy nos parecen sacados de una novela de espionaje, tuvo muchísimo que ver Alan Turing, un matemático todoterreno nacido en Londres el 23 de junio de 1912. Turing supo destacarse como un buceador de las más complejas teorías matemáticas, la lógica y la automatización. Considerado en la actualidad uno de los padres de la informática, ideó una máquina de calcular y fue un claro exponente de los tiempos turbulentos que en la ciencia, la política y la sociedad corrieron durante la primera mitad del siglo XX. Requerido durante la guerra para asuntos en los que los expertos escaseaban, algunos años después fue blanco de los sectores más reaccionarios del poder por temas de su vida privada.

SEGURIDAD PRIVADA

Aunque el problema de la seguridad de los datos que se transmiten de un punto a otro puede parecernos un asunto propio de la era informática, lo cierto es que desde que comenzaron a utilizarse medios hoy casi olvidados como el telégrafo, la privacidad de los datos enviados a distancia se puso en juego. Con ello, la idea de proteger la información fue tomando impulso y ya para la segunda década del siglo XX, las máquinas de cifrado hacían furor en los ejércitos y la diplomacia. También hacía furor el arte de romper los códigos de cifrado, aun en tiempos en que nadie imaginaba la existencia de fenómenos tales como el surgimiento de los hackers informáticos o de Wikileaks. La serie de máquinas de cifrado Enigma se había comenzado a fabricar en 1919 y con sus cada vez más avanzados y versátiles modelos, diez años después resultaba ser –para unos y otros–- la estrella del firmamento de la encriptación.

Hacia 1932, Turing completaba sus estudios en matemáticas y lógica. Pocos años después, gracias a su formación científica y a una buena dosis de curiosidad, formularía respuestas a una serie de problemas matemáticos de formidable complejidad y presentaría en un atrevido ensayo la cuestión de los números computables. Justo en tiempos en que las máquinas Enigma, acorde con el clima prebélico que se vivía en Europa, pasaron a ser un elemento estratégico para las fuerzas armadas de la Alemania nazi, que desde hacía unos años se encargaba de perfeccionarlas. Mediante ingeniosas modificaciones electromecánicas, las Enigma incorporaron un sistema de cifrado rotatorio múltiple, que funcionaba de manera aproximada a lo que un súper precavido usuario de Internet debería hacer en la actualidad. Es decir, cambiar todos los días las claves de sus cuentas o del cifrado de sus correos electrónicos.

JUEGOS DE GUERRA

Como en toda historia de espías que se precie, en Polonia –un país amenazado por su belicoso vecino alemán– existía una división secreta encargada de descifrar los mensajes de las Enigma, y cuando la invasión germana era inminente, sus experimentados miembros se trasladaron a Inglaterra.

Allí, en medio de un escrupuloso secreto, el grupo de polacos se asoció con otro británico para emprender una tarea en la que conocimientos que iban desde los lógicos matemáticos hasta las habilidades para jugar ajedrez o hacer crucigramas eran bienvenidos. Con sus pergaminos científicos a cuestas, Turing fue incorporado a este ejército de matemáticos inquietos y pudo jugar, como decía un catalán, el juego que mejor jugaba. El de los algoritmos –la resolución de problemas mediante reglas fijas y predeterminadas–, las probabilidades y las estadísticas. El juego se desarrollaba contra reloj, ya que los códigos cambiaban día a día con rutinas planificadas y difundidas en los mismos mensajes cifrados. Sin embargo, para fines de 1940 Turing y sus colaboradores ya habían probado exitosamente rutinas de desencriptación y en 1941 aquellos primeros avances permitieron capturar un supuesto buque meteorológico alemán en el que se encontraron máquinas Enigma, manuales y códigos. Los criptógrafos aliados se hicieron un festín con el material capturado y afinaron las técnicas de descifrado, mientras también construían un prototipo de lo que serían las primeras y rudimentarias computadoras, tan desconocidas como la Bomba para el gran público.

REGRESO SIN GLORIA

Ni Turing ni su grupo supieron de la gloria que alcanzaba a otros héroes de guerra. Toda su actividad fue secreta y así se mantuvo por más de dos décadas luego de la contienda bélica. Caído el régimen nazi, las Enigma conservaron públicamente su fama de inviolables y las potencias vencedoras vendieron muchas de estas máquinas por todo el mundo, valiéndose de una imagen de infalibilidad que ya no era tal. De paso, al conocer los misterios de las maquinas, se reservaban la posibilidad de mantener un control sobre las naciones amigas que por alguna razón geopolítica se volvieran no tan amigas.

Terminada la guerra, Turing volvió a trabajar públicamente en los números computables y en 1950 publicó un libro sobre inteligencia artificial. También ideó el Test de Turing, un conjunto de procedimientos destinado a resolver la inquietante cuestión acerca de si las máquinas pueden pensar o experimentar sentimientos similares a los de los humanos. Pero los sentimientos humanos son impredecibles, tanto o más que las acciones de las máquinas. Y en 1952, en medio de una oleada conservadora que avanzaba por todo Occidente, Turing fue sometido a un proceso por su homosexualidad –considerada un delito en Inglaterra– y al cabo del mismo recibió un tratamiento hormonal para “curarlo”. En medio de la Guerra Fría, Turing se convertía en un personaje cargado de secretos y poco confiable para los servicios de inteligencia, en los que prevaleció una catarata de prejuicios sobre los estratégicos conocimientos que podía aportarles el matemático.

Caído en desgracia en los ámbitos científicos y políticos, Turing se suicidó en 1954, en un episodio de ribetes dudosos. A muy pocos pareció importarles el destino de tan importante matemático. Por entonces, la actividad científica dejaba cada vez menos espacio al genio individual y los megaproyectos comenzaban a requerir toneladas de recursos humanos y económicos. Turing fue un protagonista de esos cambios en la forma de hacer ciencia y con sus trabajos sentó las bases para la revolución que se vendría de la mano de la informática. Si en muchas ficciones futuristas las máquinas provistas de inteligencia artificial se adueñan del mundo y enfrentan a los humanos, en la realidad y a fuerza de guerra o de prejuicios, los humanos pueden ser los peores enemigos de sí mismos.

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ESTATUA DE ALAN TURING EN BLETCHLEY PARK, POR STEPHEN KETTLE.
 
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