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Sábado, 2 de marzo de 2013

LIBROS Y PUBLICACIONES: ADELANTO

“El teorema del patito feo” Encuentros entre la ciencia y los cuentos de hadas

En adelanto especial para Futuro, aquí va un fragmento del capítulo “Y vivieron felices para siempre... y sin terapia de pareja (aunque con molestias y síndromes diversos)”, del libro de Luis Javier Plata Rosas, un nuevo volumen de la colección Ciencia que ladra.

LA PRINCESA, EL GUISANTE Y EL SINDROME DE FIBROMIALGIA

Hans Christian Andersen describe el caso clínico de una paciente, cuya identidad decidió mantener en el anonimato, que aseguraba con vehemencia ser la auténtica hija de un rey. El expediente es conocido en los archivos médicos como “La princesa y el guisante”.

De acuerdo con Andersen, el príncipe de cierto reino quería casarse con una verdadera princesa y, dado que en sus dominios no contaba con laboratorios de química sanguínea ni con equipo para pruebas de paternidad genética como las exigidas por sus hechizadas groupies al príncipe del pop, Justin Bieber, la sabia reina madre colocó un guisante debajo de veinte edredones y veinte colchones para ver si la supuesta princesa en realidad lo era, pues es de todos conocido que estas jóvenes tienen una piel “ultramegahipersensible” como consecuencia de su nacimiento entre pañales de seda y por haber sido condenadas de por vida a abstenerse de realizar cualquier tipo de trabajo manual. A la mañana siguiente, la paciente sometida a la reina de las pruebas –o a la prueba de la reina, como prefieran– se quejó de no haber podido pegar ojo en toda la noche y de tener el cuerpo lleno de magulladuras y moretones por la presencia de un objeto duro en su lecho. La medicina moderna ha concluido que la princesa sufría de lo que se conoce como síndrome de fibromialgia, un trastorno no contagioso que afecta a menos del 5 por ciento de la población general (en este porcentaje seguramente estaban las princesas verdaderas), que es más común en mujeres que en hombres, en una proporción de 9 a 1. Puede ser causada o agravada por estrés, sueño deficiente y exposición excesiva a la humedad o el frío (recordemos que Andersen dice que “el agua le chorreaba por el cabello y los vestidos” a la paciente debido a la lluvia de una tormenta), es muchas veces más frecuente entre miembros de la misma familia (la Familia Real de la princesa), se caracteriza por hipersensibilidad en la piel, dolor prolongado en todo el cuerpo, fatiga y pérdida del sueño.

Como si esto fuera poco, varios pacientes con fibromialgia experimentan dificultades para concentrarse y pérdida de la memoria a corto plazo (esto explica qué hacía en medio de la noche una princesa sola y perdida tocando la puerta de una ciudad que no era la suya). Un doctor no habría expuesto mejor los síntomas como lo hizo Andersen, quien, como bien termina su cuento, dice: “Esto sí que es una historia, ¿verdad?”.

Pasemos al consultorio con nuestra segunda paciente, toda una consentida en medicina.

“CENICIENTOLOGIA”: ¿UNA NUEVA ESPECIALIDAD MEDICA?

En el año 2005 Stewart M. Cameron, especialista en medicina familiar, realizó una revisión exhaustiva de todos los artículos médicos publicados en los cincuenta años previos en los que se mencionara a Cenicienta. Descubrió que, como si de bacterias se tratase, los artículos en los que se la mencionaba crecían en número de manera exponencial, duplicando su total cada década, y que podían dividirse en cinco géneros distintos dentro de la cada vez más popular “especialidad médica” de la Cenicientología:

1. Como metáfora de descuido o abandono en programas, especialidades, disciplinas dentro de una especialidad o enfermedades. Así, nos encontramos con títulos como “Una perspectiva optimista: Medicaid como Cenicienta”, “Obstetricia. Cenicienta de la medicina”, “Cuidado monitoreado de anestesia. ¿Una Cenicienta de la anestesiología?” y “Fibromialgia. La Cenicienta del reumatismo”.

2. Asociada a algún rasgo característico de su historia o de su físico, como en “Diálisis peritoneal: Cenicienta o princesa” o “Más Cenicienta que hermanastra fea” (por cierto, sus hermanastras no eran feas en la versión de los Grimm, quienes las describen como “de rostro bello y blanca tez”, pero si no lo recordamos así culpemos nuevamente a Disney, ese Gengis Kan de los cuentos de hadas, como veremos en el capítulo 5).

3. Como metáfora de transformación, al estilo del pasaje “de oruga a mariposa”, en títulos como “Esperanza renovada para pacientes con cáncer avanzado en células renales: Cenicienta llega a la mayoría de edad” (con un título tan largo, sería raro que no envejeciera).

4. Mezclada con otros personajes como el Patito Feo, Aquiles y su tendón, la Abeja Reina y hasta Catalina (la teatral “anti-Cenicienta” protagonista de La fierecilla domada) y la Cordelia del Rey Lear, de Shakespeare, con títulos no tan shakespeareanos como “Neurotoxicología: de Cenicienta al secreto de Cordelia”.

5. Para describir fatiga muscular. Una asociación de ideas nada sorprendente, considerando que Cenicienta pasaba “el día entero ocupada en duros trabajos” (Grimm y Grimm), “fregaba los pisos y la vajilla”, “limpiaba los cuartos de la señora y de las señoritas, sus hijas” y “planchaba la ropa de sus hermanas y plisaba los adornos de sus vestidos” (Perrault). Inspirados en tan esclavizante jornada, en 1991 los investigadores en fisiología humana propusieron la llamada hipótesis de Cenicienta.

Para entender la hipótesis de Cenicienta, supongamos que pasamos, tal vez no todo el día, pero sí varias horas realizando una actividad que, aunque no requiera que usemos demasiado nuestros músculos, sí demanda que algunos de ellos trabajen de manera continua y prolongada (un caso típico es trabajar sentados frente a una computadora con la espalda y el cuello encorvados), lo que en términos fisiológicos significa que estos músculos están contraídos por una actividad prolongada de baja intensidad de sus unidades motoras. Nuestras unidades motoras se convierten así en pequeñas Cenicientas –que era la primera en levantarse a trabajar y la última en acostarse–, obligadas a permanecer activas hasta que el músculo se encuentra de nuevo totalmente relajado (en nuestro “caso de la vida real” hasta que, horas después, finalmente dejamos de trabajar frente al monitor). De hecho, a esas unidades motoras también se les conoce como unidades motoras de Cenicienta, que están en riesgo constante de dañarse por la acumulación de iones de calcio, que, junto con los iones de sodio y potasio, son los que regulan la contracción muscular, y de provocarnos los dolores de cuello y espalda conocidos por todos –o casi todos– los afanosos oficinistas.

Además de la hipótesis de Cenicienta, existen tres condiciones médicas que llevan el nombre de este personaje: la dermatosis cenicienta o eritema discrómico perstans, que es una hiperpigmentación por exceso de melanina, cuya causa se desconoce y que afecta sobre todo a personas sanas de piel oscura, el síndrome de Cenicienta, en el que mujeres jóvenes se quejan de falsos maltratos físicos y mentales propinados por sus madrastras –y padrastros–, y el efecto Cenicienta, del que hablaremos en el capítulo 3.

Por el momento, llegó la hora de hablar con pelos y señales de nuestra tercera paciente.

La manzana envenenada de Blancanieves, ¿era sidra adulterada?

Más tardó la bella Blancanieves en probar un bocado de la manzana que en desmayarse, quedar más lívida que su nombre y permanecer como muerta hasta que... bueno, todos sabemos el final. De haber vivido en esa época el gran investigador Hércules Poirot –o, en su defecto, la escritora y especialista en venenos Agatha Christie–, ¿quién puede asegurarnos que el cuento de hadas no se habría transformado en una historia de detectives? Seguramente Poirot habría puesto a trabajar sus “pequeñas células grises” y, basándose en otro misterioso caso con características similares, sospechado que los siete enanos mentían o se engañaban a sí mismos –pues ninguno había sido testigo directo de que Blancanieves mordiera la fruta–. Tal vez su madrastra había sido culpada injustamente –razonaría Poirot– y, en realidad, deprimida por tener que esconderse en una casa en la que era obligada a hacer las faenas domésticas, la señorita Nieves había ingerido sidra adulterada por... ¿ignorancia o intento deliberado de suicidio? Nunca lo sabremos.

Lo que sí sabemos es que a principios del siglo XXI un trabajador de 23 años se presentó en un hospital para ser tratado, luego de haber pasado dos días con pensamientos confusos (no sabemos si confundía las diez u once dimensiones de la teoría supersimétrica de cuerdas o si se trataba de otro tipo de confusiones), somnolencia y un arrastre de las palabras al hablar. Sin necesidad de un Poirot, confesó haber consumido, dos días antes de su ingreso al hospital, doce unidades de alcohol (una unidad de alcohol es aproximadamente un vaso pequeño de vino). Como lo recomendable por los médicos es consumir no más de tres unidades por día, no necesitamos ser detectives para deducir que nuestro paciente se había pasado de copas.

Una resaca no es por lo general razón suficiente para ser hospitalizado, siempre y cuando el alcohol no esté adulterado. El problema es que, a falta de etanol (alcohol etílico, que es lo que contienen las bebidas alcohólicas; aunque, por supuesto, en concentraciones no mayores al 50 por ciento), nuestro paciente ingirió etilenglicol, un químico de sabor dulce que, entre otros productos, está presente en detergentes, pinturas y cosméticos. Doce días después de haber presentado los primeros síntomas de intoxicación por etilenglicol, el paciente quedó paralizado. Una electroencefalografía mostró que tenía actividad cerebral normal y, por lo tanto, al igual que Blancanieves, seguía vivo.

Los hermanos Grimm no nos dicen por cuánto tiempo estuvo como muerta pero, dado que los enanitos la llevaron en un ataúd de cristal a la cima de una montaña y que iban a verla todos los días, podemos suponer que no fue poco el tiempo que pasó en ese estado. Nuestro paciente envenenado con etilenglicol “despertó” de su estado luego de dos meses y, a diferencia de Blancanieves, lo hizo espontáneamente y sin necesidad de un beso. Eso sí, tardó dieciséis meses en recuperarse casi por completo (el “casi” es porque nunca recuperó la audición), aunque dudamos de que un beso –así fuera de Monica Bellucci en su papel de malvada reina en la película Los hermanos Grimm– sirviera para acelerar en algo el proceso.

Quien culpe a los reales padres de negligencia o maltrato en cualquiera de los expedientes clínicos aquí examinados no tiene más que dar vuelta a la página para recordar que, para los niños que habitaban en el País de las Hadas, este territorio no era limítrofe con el Edén o que, en todo caso, obtener la visa para entrar a él era bastante difícil si uno no tenía un hada madrina.

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