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Sábado, 12 de octubre de 2013

PALEOANTROPOLOGíA: EL DESARROLLO EVOLUTIVO DEL HABLA Y SUS EFECTOS SECUNDARIOS

¿Por qué no podemos hablar y tragar a la vez?

El retroceso evolutivo del paladar y el ensanchamiento de la faringe mejoró notablemente la capacidad de los humanos para modular el sonido emitido desde la laringe y potenció nuestra capacidad de comunicación. Sin embargo, también nos legó el peligro de atragantarnos mientras comemos y la posibilidad de sufrir apneas.

 Por Martín Cagliani

Quienes hayan visto la película Papá por siempre, en la que Robin Williams hace de un padre que se disfraza de niñera entrada en años para poder pasar tiempo con sus hijos, recordarán una escena especialmente hilarante –y clave, de la película– que es cuando la Sra. Doubtfire, interpretada por Williams, le practica la maniobra de Heimlich al novio de su ex esposa para salvarle la vida, ya que se estaba ahogando con un trozo de comida.

Es un lugar común de muchas películas esta escena en la que algún personaje tiene que salvar a otro de ahogarse. No es que sea algo que ocurre todos los días, pero sí es una de las cicatrices que nos ha dejado la evolución, una especie de espada de Damocles que nos ha impuesto la evolución a cambio del habla.

Pero vayamos de a poco, que si no nos mareamos. Aquí en Futuro (15/6/2013) vimos que millones de años de evolución han transformado nuestro rostro y nuestra boca como resultado de los cambios en la alimentación. Estos cambios en la boca hicieron retroceder el paladar, que a su vez agrandó mucho la faringe, el punto de cruce entre la vía de la comida y la del aire. Pero, claro, este pequeño cambio no sólo nos impuso el peligro de atragantarnos, sino que mejoró notablemente la capacidad de los humanos para modular el sonido emitido desde más abajo, desde la laringe. A su vez, esto potenció nuestra capacidad de comunicación.

Sonidos deliciosos

El amplio rango de sonidos que puede emitir un humano actual se debe a simples modificaciones con respecto al diseño básico de un mamífero. Si queremos buscar el pasado remoto de la laringe, en ella podemos ver rastros de nuestros antepasados peces de hace más de 500 millones de años, ya que los cartílagos de la laringe se corresponden con las barras de las branquias de los peces.

La parte posterior de la garganta, que comienza en el último molar, tiene paredes flexibles que se pueden abrir y cerrar. Al controlar la rigidez de esas paredes, se puede contraer los músculos que, acompañados de los movimientos de la lengua y de la boca, pueden producir una increíble variedad de sonidos, que usamos tanto para hablar cualquier idioma, como para modular el canto.

La clave de esta cicatriz ahogante de la evolución es la posición de la laringe. En la naturaleza sólo existen dos configuraciones básicas, una posición elevada y otra baja. Quienes tiene el primer modelo pueden respirar y tragar al mismo tiempo sin peligro de atragantarse. El agua y los sólidos que se ingieren toman un camino diferente al del aire, por lo que sólo comparten la boca. En la otra configuración, la laringe está más abajo, por lo que se comparte mucho más espacio y, cuando se tragan alimentos, el paso del aire queda cerrado. Este último modelo sólo lo tenemos los humanos.

La configuración alta sólo permite una mínima variedad de sonidos que dependen de la forma de los labios o si se abre más o menos la boca. Hasta más o menos los dos años, los humanos tienen ese modelo, pero luego la laringe comienza a bajar hasta encontrar la posición ideal alrededor de los 14 años, por eso la voz de un adolescente suele caracterizarse por esos tonos incontrolables.

Los primates, en general, utilizan una amplia gama de sonidos para comunicarse. Por ejemplo, los gibones, que se separaron hace entre 15 y 18 millones de años de nuestra línea evolutiva, son de los que más se valen de la vocalización para comunicarse. No sólo tienen diferentes llamados para comunicarse dentro del grupo, sino que suelen cantar, como una forma de compartir algo con los más allegados. Incluso suelen hacer duetos entre machos y hembras.

Huesecillo cantor

Se cree que la laringe tan baja apareció en el género humano hace unos 300 mil años. Esto se mide por un pequeño huesecillo llamado hioides, que tiene forma de herradura y se encuentra suspendido en los músculos del cuello. Es el único hueso del cuerpo que no está conectado con otro, y gracias a él podemos tener un lenguaje hablado, ya que provee anclaje a todos los músculos relacionados con la producción de sonidos. En la posición en que lo tenemos nosotros, puede lograr el lenguaje hablado trabajando en conjunto con la laringe y la lengua.

El hueso hioides más antiguo conocido y parecido al nuestro perteneció a un Homo heidelbergensis, especie humana que vivió desde hace unos 600 mil años hasta hace unos 200 mil años. Habitaron una amplia región comprendida entre Europa, Africa y el oeste de Asia.

Sus descendientes, incluidos los Homo sapiens y nuestro primo el Hombre de Neandertal, tenían todo lo necesario para hablar como lo hacemos nosotros hoy en día. El problema es que el habla no fue gratuita, tuvimos que pagar un precio por ella, que nos provocó diversos problemas de respiración, como el atragantarnos o la apnea del sueño.

Cicatrices

Nuestra boca lleva a la tráquea, a través de la cual respiramos, y también es el camino hacia el esófago, por lo que usamos el mismo pasaje para tragar, respirar y hablar. Como todo usuario de un aparato multifunción habrá comprobado por experiencia, el tener tantas funciones sólo lleva a problemas. No pueden funcionar todas a la vez, y cuando lo intentan un trozo de comida se queda atrapado en la tráquea, que si no es liberado a tiempo, nos terminará ahogando, al haber bloqueado la entrada del aire.

El hermoso y flexible “diseño” de nuestra caja de sonido tiene otra contra: cuando los músculos de la garganta se relajan, algo que ocurre cuando dormimos, puede ocurrir que el pasaje completo colapse, causando una apnea. Esto no les ocurre a todas las personas, pero a las que sí les sucede puede provocarles largos períodos en los que el pasaje del aire queda bloqueado. Esto es peligroso, ya que prolongados períodos sin aire pueden dañar tanto al cerebro como al corazón.

Estas cicatrices que deja la evolución nos muestran que no sigue un camino preestablecido, ni inteligente, sino que va acumulando cambios al azar, de una forma que a veces resulta un tanto estrafalariaF

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Homo heidelbergensis, 600 mil a 200 mil años atrás.
 
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