futuro

Sábado, 19 de julio de 2014

Homo sapiens, ese primate pelado y sudoroso

 Por Martín Cagliani

Vemos, de lejos, al colectivo que nos llevará al hogar a tiempo para la cena, pero justo estamos a una cuadra de la parada. Comenzamos a correr, llegamos sin aire, con el empuje justo para saltar al interior, al tiempo que alargamos el brazo con la SUBE, cual espada del destino. La breve carrera nos acaloró, empezamos a transpirar justo cuando nos acomodamos entre la gente. La temperatura ambiente del interior del colectivo no ayuda, por lo que transpiramos más. Sentimos cómo se nos mojan las axilas, la espalda, y cómo nos florecen pequeñas gotas de sudor en el bozo y en la frente.



Es que somos mamíferos, debemos mantener nuestra temperatura corporal constante en unos 36 a 37º C. Superar esa temperatura por mucho tiempo puede llevarnos a la muerte. El mecanismo principal para poner a la temperatura en su lugar es la transpiración. El director de todo el asunto es el hipotálamo, un sector del cerebro encargado de regular nuestro termostato interno. Pero si se habían sentido unidos a los mamíferos por este tema de la temperatura, no se acomoden tanto, ya que nos echan del grupo por abusones.



El ser humano es uno de los animales que más transpira. La gran mayoría de los mamíferos transpira con la boca, mediante el jadeo. Incluso nuestros parientes más cercanos, los primates, jadean a veces. Nosotros nos empapamos por completo, en esto tan sólo los caballos nos acompañan. Pero somos el único animal que transpira por todo el cuerpo. Tenemos entre 2 y 5 millones de glándulas su-doríparas desperdigadas por toda la superficie de la piel, a excepción de los labios, los pezones y la parte exterior de los genitales.



Ahora, ya somos un animal raro que camina en dos patas, si le agregamos que somos uno de los escasos mamíferos pelados, ya nos mandan al circo. Encima se nos empapa todo el cuerpo, y a veces incluso tan sólo disparado por alguna emoción. Esta rareza es un caso digno del detective evolutivo, ya que todos estos rasgos que acabamos de enunciar nos hacen únicos en el reino animal, y tienen una explicación evolutiva.



BIPEDOS SUDOROSOS

Como la gran mayoría de mamíferos, los primates tenemos pelaje, en algunos es muy denso, como por ejemplo en el macaco japonés; en otros, como el chimpancé, es más fino y escaso. Los humanos parecemos pelados, pero en realidad tenemos un pelaje muy delgado, diminuto y casi invisible. Otra característica que compartimos todos los primates es que sudamos, algo esencial para mantenernos frescos durante épocas de calor o cuando ejercitamos. La cantidad de sudor que produce la piel varía entre una y otra especie de primates.



Estas dos características, el pelaje y el sudor, van de la mano en la evolución del género humano. Todas las evidencias apuntan a que ya no tenemos un pelaje protegiéndonos la piel justamente para poder sudar mejor, como una adaptación a una vida muy activa en ambientes abiertos y cálidos (ver Futuro 2/7/2010). Tener la piel desnuda y repleta de glándulas sudoríparas es la forma más eficiente de mantener la temperatura corporal constante, y la cabeza fría, literalmente (el cerebro).



El calor se pierde de un objeto cuando un líquido se evapora de su superficie, la transpiración, por lo que el enfriamiento más eficiente ocurre cuando el sudor se evapora directamente de la superficie de la piel. Un pelaje cobertor sólo hace que el enfriamiento ocurra cuando el sudor se evapora en la superficie del pelaje en sí. Esto lleva a que se deba traspirar mucho más hasta empapar todo el pelaje, algo totalmente ineficiente, en términos fisiológicos, e imposible de sostener durante mucho tiempo.



La mayoría de nuestros parientes primates, todos vestidos con algún pelaje a la moda, tienen poca actividad, y no suelen pasar mucho tiempo en ambientes abiertos, es decir bajo el sol directo. Pero algo que caracteriza a todos los primates, nosotros incluidos, es que nos originamos en regiones tropicales, cálidas.



Hace unos 7 millones de años, los ambientes boscosos y selváticos de Africa cambiaron para volverse cada vez más abiertos, hasta terminar en pastizales interminables sólo interrumpido cada tanto por algún que otro árbol o montecito bajo. Es lo que se llama la sabana africana.



Un grupo de primates se lanzó a la aventura en aras de explotar estas nuevas regiones que se abrían más allá del bosque. Fueron los primeros primates en andar en dos patas. Justamente esta nueva forma de locomoción, el bipedismo, permitía poder recorrer mayores distancias de una forma eficiente, es decir, sin gastar tanta energía.



Pero claro, cuando un animal se vuelve activo, sus músculos elevan el metabolismo y comienzan a producir más calor, que debe ser disipado, a riesgo de morir de un sobrecalentamiento. Si ese animal elige para caminar un ambiente abierto, bajo el sol tropical, necesitará un buen sistema de refrigeración. El pelaje actúa como una frazada, impide que el calor corporal se vaya, y no permite períodos prolongados de actividad bajo el sol.



La mayoría de los expertos en evolución humana están de acuerdo en que ésas fueron las condiciones que dispararon la evolución de la desnudez humana (ver Futuro 22/10/2011), y de su extraño y eficiente sistema de refrigeración. Para ver lo eficientes que son, basta con ver en algún documental a los bosquimanos san, del Kalahari, corriendo durante horas tras una presa herida. Persecución que a veces se prolonga por días. No tienen casi ningún pelo en el cuerpo, sólo en la cabeza. Tienen piel oscura, y transpiran mucho para lidiar con el sobrecalentamiento.



GLANDULAS Y JADEOS

La piel humana está repleta de glándulas sudoríparas, como decíamos al principio. La mayoría de ellas son del tipo llamado ecrinas, que secretan grandes cantidades de un fluido acuoso que se evapora rápidamente durante la transpiración. La mayoría de los mamíferos tiene otro tipo de glándulas sudoríparas, las llamadas apocrinas. Estas producen un fluido aceitoso, que se seca con gotas brillosas y pegajosas. Los caballos, por ejemplo, los otros mamíferos profusamente sudadores como nosotros, sólo tienen de estas últimas, que terminan produciendo una especie de espuma que ayuda a que el animal se refrigere.



Nosotros tenemos pocas de estas glándulas apocrinas, que se encuentran en la ingle, las axilas y la parte externa de la oreja. Pero en los humanos responden principalmente a situaciones de estrés y estimulación sexual, más que a la refrigeración. El camino evolutivo humano aprovechó las otras glándulas sudoríparas, las ecrinas, y por una buena razón.



Para que nos ubiquemos, un mamífero típico, con pelaje tupido, y glándulas apocrinas, puede producir apenas de un 10 a un 20 por ciento del sudor que produce un humano con sus glándulas ecrinas, bajo un calor extremo o durante un extenuante ejercicio. Es por esto que la mayoría de los mamíferos también se valen del jadeo para mantener la temperatura baja, que, a la vez, les impide seguir con una actividad cansadora, ya que no pueden respirar de forma eficiente y jadear a la vez.



El jadeo es una forma de evaporar la humedad de la boca, que permite enfriar los vasos sanguíneos de la lengua y de las mejillas, que es transmitido a la base del cerebro, el órgano más importante a proteger del calor, y luego es enviado al corazón. Es la forma más común de refrigeración entre los carnívoros, como por ejemplo nuestros inseparables compañeros los perros.



MANOS SUDOROSAS, AXILAS OLOROSAS

Los humanos tenemos entre 2 y 5 millones de glándulas ecrinas distribuidas por el cuerpo, con una densidad de unas 150 a 350 por centímetro cuadrado. En otros mamíferos, estas glándulas se ubican en superficies de fricción, como la planta de los pies, o las manos, donde ayudan a mantener la piel flexible para producir un buen agarre, a fin de evitar un resbalón. En humanos están por todo el cuerpo, pero se mantienen más numerosas en esas mismas zonas.



Entre nosotros, tanto las ecrinas como las apocrinas producen sudor en respuesta al calor. Esto se logra gracias a nervios que son estimulados por el calor y disparan respuestas del sistema nervioso autónomo que, como su nombre lo dice, es el encargado de mantener las funciones automáticas del cuerpo.



Ahora, las glándulas ecrinas de las manos y pies difieren de las del resto del cuerpo, en los humanos, en que sólo responden ante estímulos emocionales. El miedo, el estrés, la ansiedad y el dolor pueden hacernos sudar. Por eso es que nos transpiran mucho las manos antes de una reunión importante, o previo a una cita amorosa.



Se trata de un resabio de cuando vivíamos frente a peligros constantes, que preparaban nuestros pies y manos para que estuviesen listos en caso de tener que escapar. En la actualidad, generalmente sucede en las palmas y los pies, pero también entre las glándulas apocrinas que nos quedan en las axilas y en la frente. Se cree que en el pasado, el sudor de las axilas tenía una función feromónica, es decir de comunicación mediante los olores.



Las feromonas son sustancias químicas que muchos animales secretan a fin de provocar respuestas en otros individuos de su misma especie, para atraer a posibles parejas sexuales, o para rechazarlas, cuando por ejemplo un macho siente el olor de otro macho en una hembra, y sabe que ya no tiene nada que hacer allí. Otros animales secretan olores nauseabundos cuando tienen miedo, a fin de ahuyentar a sus agresores.



El olor más infame entre los humanos, relacionado con el sudor, es sin duda el llamado olor a transpiración, que principalmente secreta la región de la axila. Pero éste no es un caso de feromonas, ya que ese sudor es inodoro. Las culpables del llamado “olor a sobaco” son las poblaciones de bacterias que han colonizado esas regiones, compañeras humanas desde hace millones de años. Se alimentan de las sustancias que sudamos junto con el agua, que descomponen casi instantáneamente, produciendo olores desagradables.



PAN CON SUDOR, SABE MEJOR

Al principio hablábamos de la aparición de una nueva forma de locomoción entre los primates hace unos 7 millones de años. Es el bipedismo que caracteriza a los homínidos, únicos animales en caminar de forma habitual en dos patas. El bípedo más antiguo conocido, hasta la fecha, es el Ardipithecus ramidus, de 4,4 millones de años, especie que al parecer todavía retenía ciertas características arbóreas, por lo que no era un gran caminador. Especies posteriores, como los Australopitecos, ya caminaban de una forma eficiente, pero es recién con los integrantes del género Homo, hace unos 2,5 millones de años, que comienzan a aparecer los rasgos que llevarían a nuestra especie (Futuro 1/12/2012).



Cuando uno sube por nuestro arbusto familiar evolutivo va observando un aumento en los niveles de actividad. Cada vez se caminaba más, mayores distancias (Futuro 4/1/2014). Así se podían explotar nuevos ambientes, especialmente durante el día, bajo el tórrido sol tropical de la sabana, que es cuando la mayoría de los demás animales estaba fuera de juego por culpa del calor, ya sea a la sombra o evitando encarar actividad física alguna.



Asimismo se ve un aumento en el tamaño del cerebro, el órgano que más energía consume de todo el cuerpo, entre el 18 y el 25 por ciento del presupuesto. También es el órgano más susceptible de resultar dañado ante un sobrecalentamiento.



En ambos casos, el haber perdido el pelaje tupido de los primates, y la evolución de un sistema eficiente de refrigeración por transpiración de glándulas ecrinas, fue crucial. A partir del llamado Homo erectus, nuestro ancestro más directo, el género humano se fue especializando en poder ser uno de los animales más activos de la naturaleza. El Homo sapiens terminaría convirtiéndose en un experto corredor de fondo. Su cuerpo es el fruto de una adaptación a poder caminar y trotar durante horas bajo el sol, sin necesidad de parar para bajar la temperatura corporal.



Estas habilidades les permitió ganarse un lugar dentro de la fauna típica de la sabana africana, y poder competir con leones, hienas o buitres, para conseguir alimentos más ricos en proteínas y calorías, totalmente necesarios cuando se tiene un cerebro enorme y hambriento. Este agregado crucial fue la carne, que los humanos conseguían mediante dos técnicas, la carroña o la cacería de persistencia. Esta última consiste en perseguir a las presas hasta que caen agotadas por el cansancio. Con el tiempo se crearían herramientas que podían matar de lejos, pero incluso hoy en día existen pueblos cazadores que todavía practican esa técnica, gracias a que son lampiños y transpiran muchoF



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La transpiración cuando se realiza actividad física le permite al ser humano mantener en equilibrio su temperatura corporal.
 
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