futuro

Sábado, 19 de abril de 2003

El fin

Por Martín De Ambrosio

La visión que actualmente tiene la ciencia sobre algo tan alejado e hipotético como el fin del universo es bien diferente a la que brindaron otras civilizaciones o los puntos de vista religiosos que conviven en arduo cambalache por estos días. La versión científica se mueve a tientas, teje y revisa casi a cada rato cada posibilidad. Tanto es así que a poco de postularse ya tiene escasa cabida una teoría que había resuelto –para gusto de los amantes de las simetrías– un final universal inverso al Big Bang. Se trata del menos famoso Big Crunch, en el que el universo se habría de comprimir hasta volver a aquel punto inicial que precedió a la gran explosión (¿para luego volver a empezar?). Por otro lado, en paralelo, siempre cabe la posibilidad de analizar qué cosas le suceden al hombre cuando comienza a tener certeza del final de todas las cosas, de su finitud y ver un poco más en perspectiva otras cosmovisiones históricas.
Sobre estas cuestiones y con enfoques bien diferenciados hablaron en el segundo Café Científico del año –que organiza el Planetario de la Ciudad en La Casona del Teatro– Mariano Ribas, licenciado en Comunicación (UBA) y especializado en divulgación astronómica (colaborador de Futuro), y Samuel Cabanchik, director del Departamento de Filosofía de la Facultad de Filosofía y Letras (UBA) e investigador del Conicet. El próximo café será el 20 de mayo y el título es “La guerra de las ciencias: ciencias sociales versus ciencias naturales”.

El destino final
Mariano Ribas: El tema del que vamos a hablar es tal vez uno de los más complicados para la astronomía: definir el destino final de todo lo que existe. No estamos hablando de un planeta, una estrella, ni de nosotros mismos, sino de todo aquello que se originó hace unos 14 mil millones de años, del universo. Como vamos a ver, el universo tiene muchísimo más tiempo por delante del que ya ha recorrido. Y específicamente nos vamos a referir a las cosas que se saben ahora sobre el tema, y a las teorías que se han podido elaborar; no son certezas sino atisbos, como si uno se asomara a la ventana e intentara ver qué hay ahí afuera.
Pues bien, empecemos por lo que sabemos. El universo nació hace unos 13.700 millones de años. De un punto infinitesimal, ultradenso y ultracaliente, surgió todo lo que existe. Claro que aquello era un gran desorden; recién 300.000 años después del estallido se formaron los primeros átomos de hidrógeno, que son los ladrillos básicos de todo, incluyéndonos a nosotros mismos. La temperatura del universo había bajado a 3000º C y eso permitió que los protones se juntaran con los electrones para formar los átomos de hidrógeno. Antes, la temperatura era demasiado alta para permitir la unión atómica. Sólo después, se empezaron a formar las grandes masas de hidrógeno, totalmente amorfas, irregularmente distribuidas. El universo, según la teoría del Big Bang que estoy citando, no fue homogéneo. Porque si hubiera sido homogéneo no hubiera dado lugar a islas de materia, o galaxias que nacieron cuando el universo tenía cientos de millones de años. Los últimos 12 mil millones, 13 mil millones de años el universo se ha dedicado a una “pura expansión” que nunca se ha detenido. Nuestro sol es uno más entre 200.000 millones de estrellas. Todas esas estrellas forman parte de una gigantesca isla de estrellas y nubes de gas y polvo que se llama Vía Láctea (y que se puede ver en una noche despejada en un cielo oscuro, una banda difusa que cruza el cielo). El sistema solar, que pareció durante mucho tiempo todo el universo, está relegado a un rinconcito de la Vía Láctea. Pero resulta que la Vía Láctea no es todo el universo, y esta idea recién fue asimilada hace menos de cien años. A principio del siglo XX, los astrónomos creían que la galaxia era el universo, y que todo era eso. Pero en la década del 20 un astrónomo descubrió que había parches en el cielo, parches difusos que estaban a distancias que excedían ampliamente los límites de la propia galaxia... Nosotros, en definitiva, formamos parte de un grupo de 37 galaxias que se llama Grupo Local. A su vez, ese grupo es uno entre tantos, perdido en el medio de otros cúmulos, centenares de cúmulos, supercúmulos con decenas de miles de galaxias. Cada galaxia tiene en promedio 100.000 millones de soles. Tan grande es el universo que en 1995 el telescopio Hubble apuntó a un lugar del cielo en el que aparentemente no había nada, un parche negro. Después de 3 o 4 días de exposición encontró cuatro mil galaxias, en un pedazo de cielo más chico que si ustedes tuvieran un grano de arena en la mano. Esa es la gran escala del universo.
Lleno de vacio
Ribas (continúa): Curiosamente, a pesar de esos números demoledores -100.000 millones de galaxias cada una con 100.000 millones de estrellas– resulta que casi todo el universo está vacío, tanto a escala atómica como a escala interestelar. Mayormente todo lo que existe es nada. Y bien, todo esto, desde su nacimiento, no hace otra cosa que crecer sin parar. Todo, materia y vacío. Cada vez las cosas están más separadas, y ese fue el gran descubrimiento de Edwin Hubble: no sólo que el universo está poblado de galaxias, sino que se están alejando todo el tiempo de nosotros, y se están alejando entre sí. Ese descubrimiento fue la base de la teoría del Big Bang, de un universo inicialmente concentrado en un punto, momento en el cual nació también el tiempo. A partir de este punto, ¿qué puede pasar? Básicamente hay dos posibilidades: que el universo nunca se detenga, que siga creciendo siempre y que las galaxias sigan alejándose unas de otras; la otra posibilidad es que alguna vez el universo detenga su expansión y todo vuelva hacia atrás. Esta última teoría que hoy no goza de mucho apoyo por una serie de evidencias es la teoría del Big Crunch, que dice que la materia alguna vez va a ganar la pulseada, es decir, a través de la gravedad se va a “tironear” para ir frenando poco a poco la expansión del universo. Por eso es muy importante saber cuánta materia existe, y ese dato se está buscando; ese dato condiciona el destino probable.
El telescopio espacial Hubble ahora está buscando ese dato, junto con otros grandes observatorios del mundo, como el VLT del norte de Chile.
Pero hay otros elementos que agregar y que suman complejidad. Resulta que todas esas galaxias no son todo lo que hay sino todo lo que se “manifiesta”. Observando precisamente el comportamiento puntual de cada galaxia, se sabe que hay algo que tironea, algo que no se puede ver pero que sin embargo se manifiesta gravitacionalmente. Eso se llama materia oscura, y es un condicionante interesante, porque si uno toma en cuenta sólo la materia visible esa historia de si el universo continúa expandiéndose o no se va inclinar por que nunca se va a frenar. Esa increíble cantidad de galaxias, aunque no parezca, no alcanzaría para frenar al universo. Pero se calcula que la materia oscura es 10 veces más que la materia visible. De hecho, la Vía Láctea estaría rodeada por un enorme halo de materia invisible, desde partículas muy simples hasta objetos más complejos como enanas marrones, una fauna exótica de elementos y objetos que cuentan –y mucho– a la hora de sumar el total de la materia universal. Esa materia oscura también se manifiesta cuando se estudia el fenómeno de lentes gravitatorias (que predijera Einstein, yluego se comprobara), consiste básicamente en la desviación del camino de la luz ante la presencia de un cuerpo masivo. Cuando se observan galaxias lejanas se ven espejismos: imágenes multiplicadas, arcos, cosas extrañas formadas por esa gran ilusionista que es la materia oscura. En parte, gracias a todos estos indicios, se sabe que hay diez veces más materia oscura que materia visible. Sin embargo, aun considerando a la materia oscura, tampoco alcanza para frenar al universo. Para peor se ha descubierto recientemente que el universo se está acelerando cada vez más...

La muerte existencial
Samuel Cabanchik: Para empezar quiero agradecer la invitación que me hicieron para participar de este Café Científico. Estoy muy sorprendido por la cantidad de gente que ha venido y la verdad que es una lástima que La Casona del Teatro no esté en expansión como el universo, porque así podríamos entrar todos y no quedaría gente parada (risas). Y rápidamente digo que saqué al menos una conclusión positiva de la exposición de Mariano Ribas, y es que en una época tan desencantada que haya tantos misterios me parece estimulante, para la imaginación, para la fantasía, para el conocimiento.
La verdad es que “la muerte del universo” es un tema difícil de asir, pero como algo tenía que decir me concentré y pensé qué reacción provoca en mí la idea de la muerte del universo. Entonces empecé a armar dos ejes de reflexión. Uno, con los distintos conceptos de cosmos o universo que se han dado a lo largo de la breve historia de la humanidad (“breve” ahora que vemos estos grandes números del universo). Por un lado, confrontar la imagen que uno tiene del universo hoy gracias a la especulación científica y al conocimiento científico con imágenes que otras civilizaciones se han hecho del universo. El otro eje es qué importancia tiene para mí que el universo se muera alguna vez, y que se muera tan lejos. Trataré de articular estos ejes.
Empiezo con un pequeño ejemplo. Ayer, mi hijo, que está en el primer año de la secundario, vino alarmado –aunque con una cifra equivocada– porque el sol se iba a morir en 15.000 años y él tenía que hacer algo para evitarlo. Así que si un joven de 13 años, que por lo demás piensa en poco más que el fútbol, está preocupado por este asunto y es una noticia para él, también tendrá que ser para muchos más. Hay un contenido existencial en esto de que el universo se va a morir. Descifrar cuál es requiere un orden reflexivo que puede resultar interesante. Pensar, por ejemplo, cuánto ha cambiado esa imagen del universo, sobre todo a partir del desarrollo de la ciencia moderna, con Copérnico y Galileo. Mucho tiempo antes –a escala humana– la imagen era muy distinta, por ejemplo en los relatos míticos, las teogonías y cosmogonías. Pero estos pensamientos siempre fueron el intento de darle sentido a algo difícil de concebir, inasible, incomprensible y difícil de representar, “un vacío que crece”, “una nada que crece”, dijo Mariano Ribas. Este es un universo cada vez más invisible a los ojos, y lo hacemos visible a través de los instrumentos que la tecnología y la ciencia ponen al servicio de esa construcción.
Pero si vamos al cosmos griego, allí no había nada invisible, ni era algo tan inquietante. Y, lo más importante, era mucho más manejable. En Grecia predominaba un universo finito, con una jerarquía férrea de seres, en la cual el hombre tenía un lugar; y un continuo que iba del mundo terrestre, centro del universo, al mundo celeste, con dios incluido (como en el Motor Inmóvil de Aristóteles). Esta imagen fue variando. Una gran síntesis fue la tradición que se consolida en el Medioevo con el dios de la Biblia, un dios creador, ya no el dios de los filósofos. Y curiosamente ese elemento de dios como creador sigue operando en los mejores científicos, como lepasó a Newton, que pensaba que había una relación entre el objeto de conocimiento del físico y las leyes divinas. Igualmente, aquel universo era más próximo, con esta visión científica actual se ha multiplicado nuestra sensación de soledad cósmica, estamos en esta “inmensidad en expansión”. El cosmos, para otras civilizaciones, fue entendido como un vasto conjunto de presencias, de fuerzas reales, concretas, con las que el ser humano se relacionaba permanentemente. Esa visión se rebajó un poco con el dios creador. Dios parece no ser necesario ya; o es el súper súper agujero negro, o está presente de otro modo. Pero la sensación es que se ha incrementado la distancia entre una historia de la materia ausente de sentido humano. Nos sentimos más solos que nunca. Se supone que le somos indiferentes al universo. Y la cuestión, una y otra vez, es la insignificancia de nuestro pasaje por aquí.

Soledades
Cabanchik (continúa): A ver, propongo un experimento mental: imaginemos que no estamos solos en el universo y que la vida terrestre desaparece mucho antes que el universo. Pero continua cierta vida, inteligente si quieren, en otro lugar del universo. Veríamos que eso no nos consolaría; no creo que a nadie lo consolara, por lo menos querríamos ser los últimos. Eso querría decir que la muerte del universo nos interesa porque imaginariamente adoptamos el punto de vista de que es nuestra propia muerte; o si se quiere lo que nos importa es nuestra propia muerte, en forma más inmediata. Como individuos o como especie. Mi hijo, ayer, no creo que estuviese inquieto por su propia muerte sino por la muerte de toda la humanidad, ya que no creo que viva 15 mil años..., en todo caso, que no lo haga en casa (risas).
Lo inquietante, lo que nos provoca desazón, es que la humanidad va a desaparecer. No nos deja indiferentes el hecho de saber que hemos de morir. La muerte del universo nos trae algún eco de nuestra propia muerte.
Ahora, qué pasa si nos preguntamos por lo absurdo de la vida. Sabemos que hay cosas absurdas, como regar el jardín después de una lluvia, o atarse los zapatos momentos antes de ser fusilado. Ahora, para pensar que toda la existencia de un individuo es absurda hay que hacer un ejercicio imaginario y verse muy desde lejos, desde un punto alejado del universo. Así, todo puede volverse absurdo si uno lo ve desde suficiente distancia. En realidad, la vida, más que ser un sinsentido, se podría decir que tiene un sentido abierto, como también está abierto el comienzo de todo. Y me parece que se puede contraponer al relato religioso, donde todo tiene un sentido. Y esto, finalmente, no ha sido en vano.

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Mariano Ribas y Samuel Cabanchik expusieron ante un café cientifico lleno.
 
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