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Sábado, 17 de mayo de 2003

100% natural

Desde hace 50 años el amamantamiento está perdiendo terreno ante los productos sustitutos. Sin embargo, la leche materna sigue siendo el alimento ideal para el recién nacido: protege a los bebés frente a los gérmenes del ambiente, les aporta los nutrientes necesarios, estrecha el vínculo con su madre y, sobre todo, no tiene costo alguno. Aun así, el amamantamiento retrocede, y es válido preguntarse si no hay intereses económicos en juego, en un juego peligroso. Según se estima, en América latina aproximadamente 52.000 chicos dejarían de morir cada año si sus madres optaran por lo natural. En la entrega mensual de Futuro dedicada a la salud, un análisis de los beneficios de una sana costumbre que no se debería abandonar.

Por Agustin Biasotti

Imaginemos que el mundo hubiera inventado el producto ideal para alimentar e inmunizar a todos los bebés. Imaginemos también que ese producto estuviera al alcance de todos, que no requiriera almacenamiento ni distribución, y que ayudara a las madres a planificar sus familias y redujera al mismo tiempo el riesgo de cáncer. E imaginemos ahora que el mundo se negara a aprovecharlo.”
La situación que plantea el párrafo precedente, extraído de un informe del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia o Unicef, no es justamente el producto de la imaginación de un delirante ni de la fabulación de un cínico. Es, puesto en palabras precisas y medidas, el resultado de un siglo de silenciosos y disfrazados ataques contra la lactancia materna, ese alimento ideal al que hoy sólo una cantidad reducida de chicos tiene acceso.
Aquí, en la Argentina, se estima que menos del 20 por ciento de los bebés es alimentado exclusivamente a pecho hasta los seis meses de edad, tal como lo aconsejan Unicef, la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Sociedad Argentina de Pediatría (SAP). Pero la pérdida de la lactancia materna no es algo exclusivo de nuestro país; en el mundo desarrollado, la lactancia exclusiva alcanza a duras penas al 44 por ciento de los chicos.
¿Cuál sería el beneficio inmediato de revertir esta tendencia? Según un estudio publicado hace un par de años en la prestigiosa revista British Medical Journal, el 13,9 por ciento de las muertes infantiles de América latina se podría evitar tan sólo con garantizar tres meses de lactancia exclusiva a todos los recién nacidos. En otras palabras, aproximadamente 52.000 chicos dejarían de morir cada año si sus madres optaran (y se les permitiese optar) por amamantarlos.
“Se estima que, a escala mundial, la reducción de la alimentación con preparaciones para lactantes y la mejora de las prácticas de la lactancia natural podrían salvar a un millón y medio de niños al año”, escribió el reverendo Simon Barrington-Ward, un ferviente activista pro lactancia materna, representante de la Iglesia Anglicana en el Grupo Interinstitucional de Supervisión de la Lactancia Natural, en El progreso de las naciones (Unicef, 1997).
¿Cómo fue que buena parte de los chicos se quedó sin acceso al alimento ideal?, ¿qué es lo que hace que la leche materna pueda ser apodada de esa forma? y ¿cuáles son algunas de las iniciativas que intentan brindar un contexto en el cual las mamás y sus bebés puedan encontrarse en el acto de amamantar? Estas son algunas de las preguntas que intentaremos responder.

Un negocio perfecto
“Los insidiosos esfuerzos de las compañías productoras para sustituir un alimento completo, inocuo y natural por un producto manufacturado es una continuación de una prolongada campaña iniciada durante la revolución industrial, e inspirada en la filosofía mecanicista que considera al cuerpo humano como una máquina que puede ponerse en funcionamiento de una manera racional”, escribió Simon Barrington-Ward.
En ese contexto, el primero en adjudicarse la invención de “un alimento que aporta todo lo que puede necesitarse” fue un químico llamado Henri Nestlé, que en 1860 comenzó a elaborar y distribuir en Frankfurt, Alemania, una mezcla de harina y leche de vaca que puede ser considerada el primer sucedáneo de la leche materna de la historia. Ese fue el punto de partida de lo que vino después: convencer a las madres de que hay algo mejor que su leche. “Las leches se fueron modificando y hoy resultan de gran utilidad para los huérfanos o las madres que no pueden amamantar porque tienen alguna enfermedad grave. Pero como suele suceder con muchas cosas, el uso de estas leches modificadas o mejoradas para ayudar a personas que tienen algún problema se extendió al resto que no las necesita”, se lamenta la doctora María Luisa Ageitos, consultora de Unicef y ex presidenta de la SAP.
Expandir el mercado de los sustitutos de la leche materna ha sido y es aún hoy un imperativo de la industria. Se estima que sólo el 2 por ciento de las madres posee algún impedimento real que desaconseja el amamantamiento (tener una enfermedad terminal o estar infectada con el HIV, principalmente), lo que, de respetarse, dejaría a los productores de sustitutos de leche materna afuera de un mercado potencial demasiado apetitoso.
¿Qué tan grande es ese mercado? En la India, por ejemplo, si la mitad de las madres que normalmente amamantan dejaran de hacerlo y echaran mano a los productos sustitutos, la industria embolsaría unos 2.300 millones de dólares extra al año. En ese país, el costo de las 500 calorías diarias que requiere una madre para amamantar adecuadamente es de 15 rupias cada cinco días (45 centavos de dólar), contra 130 rupias (3,7 dólares) que gastaría durante ese mismo período en preparaciones para lactantes.
¿Pero cómo fue que nos convencieron de que había que gastar tanto dinero en algo innecesario y contraproducente? “Este desafío a la naturaleza se generalizó en los países industrializados en el siglo XX, especialmente después de la Segunda Guerra Mundial, que determinó un aumento de las mujeres en la fuerza laboral –explica un informe de Unicef–. Los adelantos tecnológicos en materia de alimentos envasados posibilitaron que se ofrecieran sucedáneos de la leche materna a las mujeres que trabajaban.”
Para ese entonces, señala María Luisa Ageitos, la medicalización del parto que tuvo originalmente un objetivo noble –reducir las elevadas tasas de mortalidad materna–, había alcanzado un nivel de agresividad tal que terminó interfiriendo con el primer encuentro entre la madre y su hijo recién nacido, encuentro que es fundamental para el inicio del amamantamiento. “Aún hoy en algunos lugares se sigue llevando a cabo ese secuestro de niños que es separar al bebé de su madre en el momento del parto”, agrega.

Aires de modernidad
Con un buen porcentaje de bebés naciendo en hospitales (la Argentina es uno de los países de la región con más alta proporción de partos hospitalarios), la industria no dudó en apuntar hacia allí sus armas. “La agresiva promoción comercial de los sucedáneos de la leche materna fue dirigida a los médicos y a las maternidades, y así fue como los alimentos para bebés conquistaron rápidamente un vasto mercado”, comenta un informe de Unicef.
“Los fabricantes lograron aumentar las ventas mediante la distribución de muestras gratuitas e intensas campañas de promoción en hospitales y centros de salud –continúa el informe–. Muchos hospitales, sujetos a las limitaciones de tiempo de las sociedades industrializadas, alentaron el uso del biberón, que se convirtió en un típico símbolo publicitario del progreso moderno.”
Y dónde podría prender más fácilmente un producto que lleva un aura de “modernidad” y “progreso” que en aquellas naciones a las que alguien las ha convencido de que están en vías de desarrollo. No hace falta casi decir que la industria supo ver en el Tercer Mundo la posibilidad de un éxito de ventas aún mayor que el que había obtenido previamente en las naciones ya industrializadas. “Las personas de los países pobres reciben a través de la publicidad el mensaje de que la alimentación con biberón es un signo de modernidad -escribió el reverendo Barrington-Ward–. En Africa y Asia, los fabricantes de preparaciones para lactantes utilizan habitualmente imágenes de médicos blancos rodeados de bebés negros o asiáticos en la promoción del producto, como el modo más moderno y saludable del mundo desarrollado para la crianza de un bebé.”
Pero el impacto del abandono de la lactancia materna en el Tercer Mundo fue trágico: “Los sucedáneos de la leche materna que habían recibido sin cargo en las maternidades se convirtieron pronto en un hábito que mermaba los ingresos de las familias pobres. Y eran pocos los hogares que podían esterilizar biberones y tetinas. La pobreza obligó a diluir el producto (a menudo con agua contaminada) o a apelar a sucedáneos más baratos, con muy poco o ningún valor nutritivo”, cuenta un informe de Unicef.
El resultado no fue otro que un aumento de la malnutrición, las infecciones y las enfermedades diarreicas. “Unicef estima que el abandono de la lactancia es factor importante en las muertes de por lo menos un millón de niños por año. Muchos más sobreviven, pero sufren deficiencias en su crecimiento y desarrollo.”

Las guerras de la leche
Recién a mediados de los años setenta se cayó en la cuenta de los estragos que estaba causando el abandono de la lactancia materna. Diversas campañas protagonizadas por organizaciones sanitarias y agrupaciones de ciudadanos confluyeron, en 1981, en la aprobación por parte de la Asamblea Mundial de la Salud del Código Internacional de Comercialización de Sucedáneos de la Leche Materna.
Como señala el trabajo de Unicef, “el código reglamenta las técnicas de publicidad y promoción de los sucedáneos, pero aun en los pocos países que lo incorporaron a su legislación, la verificación de su cumplimiento ha sido débil o inexistente”. Un informe elaborado a mediados de los noventa por el Grupo Interinstitucional de Supervisión de la Lactancia Materna reveló que 32 compañías violaban el código.
Una de las investigaciones del grupo fue realizada en Polonia, Bangladesh, Tailandia y Sudáfrica, y reveló que muchas compañías distribuían folletos de propaganda y muestras gratis de productos sustitutos en hospitales maternos a las propias madres. “Las muestras gratuitas, especialmente distribuidas por los profesionales sanitarios, constituyen una forma particularmente perniciosa de promoción”, afirma Barrington-Ward.
“Una madre puede cambiar fácilmente de amamantar a dar el biberón, pero hacerlo a la inversa es una cuestión muy distinta –continúa–. Tras haber sido alimentado con muestras gratuitas de preparaciones para lactantes, incluso durante sólo unos cuantos días, el bebé acostumbrado a la tetina artificial rehúsa aceptar el pecho, y en tanto, la producción de leche de la madre se va reduciendo.”
La violación del código por parte de las compañías fabricantes de sucedáneos de la leche llega incluso a alcanzar ribetes ridículos. “En la India, una importante compañía alegó que ‘no podía’ cumplir los requisitos legales que exigen la inclusión de un aviso sobre la superioridad de la leche materna en un rótulo situado en el centro de las latas de preparaciones para lactantes ¡debido a que no se puede localizar exactamente el lugar central de un envase cilíndrico!”

Hospitales amigos de la lactancia natural
De las numerosas iniciativas implementadas para restablecer la saludable costumbre de la lactancia materna, una de las más exitosas e inteligenteses la que fomenta los llamados “hospitales amigos de las madres y de los niños”, implementada a partir de 1991 con el apoyo y el estímulo de la OMS y de Unicef. En la Argentina, la iniciativa se lleva adelante desde 1994, cuando la Maternidad Sardá y el Hospital Italiano de Buenos Aires obtuvieron ese noble título.
“Actualmente, en la ciudad de Buenos Aires, más del 50 por ciento de los niños nacen en hospitales amigos, en donde se fomenta la lactancia materna –comenta María Luisa Ageitos–. Claro que un hospital no se hace amigo tan sólo por quererlo, sino que se requieren aproximadamente dos años para lograrlo, pues se trabaja sobre algo muy difícil: cambiar las prácticas de los profesionales.”
En ese sentido, la pediatría y la neonatología argentinas deben remontar décadas en las cuales las facultades de medicina ignoraron olímpicamente cualquier aspecto relacionado con la lactancia materna. “En mi época de estudiante, teníamos clases enteras en las cuales nos enseñaban las fórmulas de los sustitutos, pero de lactancia materna si había media página en un libro de estudio era mucho –recuerda Ageitos–. Esto ha comenzado a cambiar recién en los últimos diez años.”
¿Cuáles son entonces las tareas que debe llevar adelante todo aquel hospital que quiere reconciliarse con la lactancia materna? Son diez los pasos a seguir, veamos:
- Disponer de una política por escrito relativa a la lactancia natural.
- Capacitar a todo el personal de salud para que pueda poner en práctica esa política.
- Informar a todas las embarazadas de los beneficios de la lactancia natural.
- Ayudar a las madres a iniciar la lactancia durante la hora siguiente al parto.
- Mostrar a las madres cómo se debe dar de mamar al niño.
- No dar a los recién nacidos más que la leche materna, sin ningún otro alimento o bebida, salvo cuando medie indicación médica.
- Facilitar la cohabitación de las madres y los niños durante las 24 horas del día.
- Fomentar la lactancia natural cada vez que el niño lo pida.
- No dar a los niños alimentados al pecho chupetes artificiales.
- Fomentar el establecimiento de grupos de apoyo a la lactancia natural y procurar que las madres se pongan en contacto con ellos.
Los resultados de la implementación de este programa no tardan en hacerse notar. En Filipinas, señala un informe de Unicef, el Hospital José Favella ahorró más de 100.000 dólares (lo que representa el 8 por ciento de su presupuesto anual) el año siguiente de haberse convertido en un “hospital amigo de la madre y del niño”. Claro que quienes llevan la mejor parte de esta iniciativa son, justamente, las mamás y sus hijos.

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