futuro

Sábado, 3 de enero de 2004

UN CURIOSO CASO DE DOBLE PERSONALIDAD ASTRONóMICA

La extravagancia de “un asteroide-cometa”

 Por Mariano Ribas

El Sistema Solar es una inagotable caja de sorpresas: todos los años, los astrónomos descubren nuevas lunas girando alrededor de los grandes planetas, o sacan del anonimato a los pequeños mundos helados que pululan en la vecindad de Plutón y más allá también. Y ni hablar de los incontables cometas y asteroides que, semana a semana, caen en las redes de los incansables observadores profesionales y aficionados (y hasta robotizados) de todo el mundo. Al revisar, precisamente, la catarata de cometas y asteroides descubiertos en los últimos tiempos, nos encontramos con algunas extravagancias sumamente interesantes. Y una de ellas, sin dudas, merece especial atención: se llama Elst/Pizarro, y no es claramente una cosa, ni la otra. O más bien, parece ser las dos cosas a la vez. Es un caso de doble personalidad astronómica que aún hoy, después de varios intentos, no ha sido resuelto.

Una distincion tradicional
A pesar de ser los integrantes menores de la familia del Sol, los cometas y los asteroides son cosas bien distintas. Los cometas son “bolas de nieve sucias”, desprolijas amalgamas de hielo, roca y polvo que viajan en órbitas alargadas e inclinadas que, generalmente, los alejan hasta Neptuno, Plutón, e incluso, muchísimo más lejos. Los asteroides, en cambio, son cascotes, mayormente rocosos o metálicos, según el caso. Y se concentran entre Marte y Júpiter, formando el famoso “Cinturón de asteroides”, donde cada uno gira en órbitas pasablemente circulares. Pero además, hay un rasgo que los diferencia claramente y en forma brutal: al acercarse al Sol, los cometas subliman (esto es, evaporan) parte de sus gases congelados, formando espectaculares colas, “sopladas” por el viento solar. Los asteroides, en cambio, permanecen prácticamente inmutables durante sus derroteros orbitales. Hasta aquí, el esquema tradicional. Pero el protagonista de esta historia ha venido a romper, con toda impertinencia, esa clásica distinción.

Crisis de identidad
Todo comenzó en 1979, con el descubrimiento de un pequeño objeto que vagaba entre las órbitas de Marte y Júpiter. Parecía ser uno más de los miles y miles de integrantes del Cinturón de asteroides. De hecho, fue catalogado con el número 7968. Su aspecto era bien puntual (y no difuso, como suelen verse los cometas), orbitaba al Sol a una distancia media de casi 400 millones de kilómetros, demorando 5 años y medio en completar una vuelta a su alrededor. Nada fuera de lo común. O al menos, eso parecía. Y por eso, en muy poco tiempo, el supuesto asteroide pasó al olvido.
Pero todo cambió abruptamente en julio de 1996, cuando Eric Elst y Guido Pizarro, dos astrónomos pertenecientes al Observatorio Europeo del Sur y que estaban trabajando en el complejo astronómico de La Silla (Chile), detectaron fotográficamente un punto de luz que se prolongaba en una cola fina y fantasmal. Tenía todo el aspecto de un cometa. Y fue catalogado como tal, llevando, como corresponde, el nombre de sus descubridores: cometa Elst/Pizarro. Pero había un problemita: no pasó mucho tiempo hasta que los astrónomos se dieron cuenta de que el objeto de 1979 y el de 1996 mostraban exactamente los mismos parámetros orbitales. En realidad, eran la misma cosa. Y sin embargo, lo que en un momento parecía un asteroide,en otro mostraba las características de un cometa. ¿Cómo podía ser que un asteroide desarrollara una cola? Y si en verdad se trataba de un cometa, ¿qué hacía ahí metido, en pleno reino asteroidal? La naturaleza dual del Elst/Pizarro pedía a gritos una explicación.

Explicando la extravagancia
Una de las explicaciones más populares fue la que propuso Imre Toth, un prestigioso astrónomo húngaro. Según él, Elst/Pizarro es un asteroide. Y la cola observada en 1996 se habría formado por la eyección de materiales arrancados durante el impacto con otro asteroide. No estaba mal. Sin embargo, el modelo de Toth tenía un problema: la cola del misterioso objeto duró varios meses, hasta desaparecer en 1997. Y era muy difícil explicar semejante duración con la teoría del impacto, porque el polvo y los escombros del asteroide se habrían disipado mucho antes. Los años pasaron, y la extraña conducta del Elst/Pizarro siguió siendo un dolor de cabeza para los astrónomos. Pero durante los últimos meses se conocieron algunos resultados sumamente interesantes que parecen echar un poco de luz.

Pistas recientes
Durante el último encuentro de la División de Ciencias Planetarias de la Sociedad Astronómica Americana, un grupo de astrónomos de la Universidad de Hawaii, encabezado por Henry Hsieh, presentó los resultados sobre su seguimiento del Elst/Pizarro. Y lo más jugoso fue lo que Hsieh y los suyos observaron entre agosto y diciembre de 2002: ese período, el ambiguo objeto volvió a mostrar una cola. Y a principios de 2003, desapareció. Evidentemente, estas observaciones parecen fortalecer el carácter cometario de Elst/Pizarro: sería muy raro que fuese un asteroide que volvió a recibir un impacto. Más bien, estos científicos se inclinan a pensar que se trata de un cometa “viejo” que, de tanto en tanto, sublima parte de su pobre reserva de gases congelados. De todos modos, Hsieh y sus colegas reconocen que es muy difícil explicar cómo fue a parar un cometa al Cinturón de asteroides. Quizás, Elst/Pizarro protagonizó una lenta y prolongada danza gravitatoria que terminó colocándolo allí. Es difícil, y por eso otros expertos siguen inclinándose por la tesis asteroidal, con distintos matices. Sea como fuere, hay algo de lo que nadie duda: se trata de una verdadera extravagancia cósmica. Y el propio Hsieh lo confirma: “por lo que sabemos, Elst/Pizarro es un objeto único en su clase”.

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Aunque casi no se vea, ahí esta: el extraño st/Pizarro, el “asteroide-cometa”.
 
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