futuro

Sábado, 8 de mayo de 2004

SISTEMAS BIOMETRICOS DE IDENTIFICACION

Vigilar y castigar

 Por Federico Kukso

La sola mención de la fecha de los últimos tiempos (si hay que aclarar: el 11 de septiembre de 2001) sacude estanterías mentales y dispara todo tipo de asociaciones que salen eyectadas como resorte desmarañado: muerte, terror, Torres Gemelas, aviones, kamikases, Bush, Bin Laden, venganza, inseguridad, caos, paranoia, censura, muerte, muerte, muerte... A vuelo de pájaro, se cree que en toda esa tragedia sólo hubo perdedores y que nadie vio incrementadas sus arcas por el solo hecho de que personas comunes y corrientes se hiciesen humo. Pero aunque no se crea, sí hay. En medio de la densa niebla de miedo y paranoia que impera hoy en el mundo occidental, las compañías de seguridad crecieron en todo el mundo a un ritmo voraz. Más que nada es en los aeropuertos donde sus productos ganan día a día más espacio. Se trata de los llamados “sistemas biométricos de control”, es decir, aquellos dispositivos fundamentados en el reconocimiento de personas a través de las características físicas.

Sociedad de control
Como ocurrió luego de la Primera y más patentemente tras la Segunda Guerra Mundial, después de álgidos momentos de crisis la ciencia y la técnica de algún modo cobran un fuerte empujón. Y el 11-S (rúbrica publicitaria de la masacre) no fue la excepción. Uno de los campos que más se desarrollaron desde entonces para acá (y al que todos actualmente dirigen sus ojos) es el de la biometría (de las palabras bio, vida, y metría, medida), que agrupa a todas aquellas tecnologías que permiten identificar a un ser humano a través de sus específicas e intransferibles características físicas. Entre los rasgos más utilizados están las huellas digitales (la forma más económica, rápida y segura de identificación), pero también hay sistemas biométricos que escanean patrones en los vasos sanguíneos de la retina, las dimensiones de las manos, las altas y bajas de la voz, el iris, los dientes y hasta reconocen la forma y peculiaridades de la cara.
Básicamente, estos mecanismos de control constan de dos partes: un software de captación y un dispositivo biométrico (es decir, lector). El sistema capta la huella (o iris o cara) y un programa especial extrae sus puntos característicos y, por medio de “algoritmos de extracción”, transforma todo eso en un resultado matemático, una secuencia de números o un patrón que se contrasta (matching) con una base de datos. Los sistemas estándar de identificación llegan a realizar 500 mil comparaciones por segundo.
Desde enero de 2003, por ejemplo, está en funcionamiento en la Unión Europea el sistema biométrico de control “Eurodac”, que lleva constancia de todos los flujos inmigratorios. Con sede en Bruselas (Bélgica), consiste en una base de datos que recopila las huellas digitales de todos los demandantes de asilo de más de 14 años que entren en territorio comunitario.

Disciplina y dominacion
Por supuesto, el malhechor (o en el peor de los casos, el terrorista) debe formar parte de un padrón anterior con el cual ser comparado y su impresión dactilar debe ser voluntaria. Por eso, los sistemas biométricos en auge no son los de captura de huellas digitales sino aquellos que registran la geometría del rostro humano.
Los primeros programas de reconocimiento facial nacieron en Gran Bretaña en 1997 cuando la municipalidad de la ciudad de Newham engalanó sus calles con un sistema de videocontrol conectado a un software. Según la policía, la iniciativa permitió una disminución del 34 por ciento de la criminalidad... y un estrepitoso aumento de malos entendidos. Quienes ya siguieron este ejemplo orwelliano fueron las autoridades del aeropuerto de Oakland (Estados Unidos) que instalaron el sistema de una compañía llamada Imagis Technology. Las cámaras de seguridad graban a distancia y permiten comparar lo que ven con bases de imágenes de terroristas u otros delincuentes. Los de Imagis Technology aseguran que su sistema de escaneo facial es 99,9 por ciento efectivo. Pero, como se sabe, nada es 100 por ciento (ni 99,9%) seguro: en el aeropuerto de Palm Beach (Florida), su rival, la empresa Visionics, instaló uno de estos dispositivos. Confiados en que funcionaría a la perfección, no les preocupó hacer correr varias pruebas antes de concretar la venta. Y así intentaron reconocer a 15 voluntarios, de los cuales tenían 250 fotografías. ¿Qué pasó? Unicamente fueron detectados en el 50 por ciento de los casos (o sea, hubo un 50% de error).
Sin embargo, el negocio sigue viento en popa. El International Biometric Group, una empresa de consultoría, estima que esta rama de la industria dejará sólo en Estados Unidos unos 523 millones de dólares en ganancia este año y 1900 millones en 2005. El único problema es la falta de estandarización, pero mucho no les importa.

La marca de la bestia
Como se sabe, los sistemas de identificación humana no aparecieron con el 11-S. Esto viene de mucho tiempo atrás: en Roma, los legionarios eran tatuados para ser reconocidos y tener un buen conteo de las tropas; y en la China del siglo VII se utilizaban impresiones digitales a modo de firma en documentos oficiales. Pero tuvo que llegar el siglo XIX, para que a alguien le cayera la ficha y se diera cuenta de que las huellas digitales son únicas, propias de cada ser humano. Ochenta años después, un funcionario de la Prefectura de la Policía de París, Alphonse Bertillon, confeccionó una prolija (aunque incompleta) base de datos con las características fisiológicas (longitud de la mano izquierda, el largo y el ancho del cráneo, la longitud de la oreja izquierda) de 1500 procesados por delitos violentos. Como era de esperar, su método de identificación, el “bertillonage”, se impuso de inmediato. Y fueron presos más inocentes que culpables. No pasó mucho, casi diez años, para que un argentino, Juan Vucetich (1858-1925), presentase su propio procedimiento de reconocimiento (al que bautizó como “icnofalangometría”) que constaba de 101 tipos de huellas digitales.
Tanto entonces como hoy, las amenazas suscitadas por la criminalidad, el terrorismo, y el miedo al otro (el extraño, el extranjero, el sujeto-aser-marginado) repelen todo intento de comprensión, integración o búsqueda de una salida sin intervención de las armas. Una vez más, la tecnología instiga un sentimiento falso de seguridad. Y todos contentos.

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