futuro

Sábado, 29 de mayo de 2004

NANOTECNOLOGIA Y NANOBIOLOGIA

Noticias de Liliput

 Por Federico Kukso

“Los sueños de la razón engendran monstruos” fue la famosa frase-slogan que salió en pleno siglo XVIII de la boca de Francisco Goya (y luego aterrizó en una de sus pinturas) en directa referencia a la barbarie desatada, en nombre de la diosa Razón, cuando los ejércitos napoleónicos invadieron España y aplastaron como a cucarachas las masivas protestas populares que encontraban a su paso. Dos siglos y pico después, los monstruos siguen naciendo pero cada vez son más chiquitos, imperceptibles, inimaginables. La revolución nanotecnológica está apenas comenzando y sus huestes ya vienen marchando.

PETIT CLUB
Al mundo nanoscópico no ingresa cualquiera. Para formar parte de este club de lo extra-small es, por empezar, conditio sine qua non medir mil millones de veces menos que un metro (un nanómetro, 10-9 según el Sistema Internacional de Unidades o diez átomos de hidrógeno alineados uno al lado del otro). Lo cual descalifica de arranque a más de uno. Entre los rechazados, además de humanos y animales varios figuran los ribosomas (las pequeñas fábricas que usan las células para producir proteínas), que miden de 25 a 30 nanómetros de ancho; las células en general que albergan a varios cientos de miles de estos corpúsculos; un pelo (cuyo ancho es de 80 mil nanómetros); virus, la forma más simple y pequeña de materia viva, que son tan minúsculos –el virus de la gripe mide aproximadamente mil átomos de diámetro– que algunos consideran que no son materia viva sino inorgánica (dado que no pueden reproducirse sin una célula a la cual infectar); y las más diminutas bacterias que miden 200 nanómetros de largo.
Pertenecer tiene sus privilegios. Y en este caso, su propia ciencia llamada justamente... nanociencia (evidentemente quienes la bautizaron no son muy originales con los nombres). Como no podía ser de otra manera, siguiendo el mandato de la división del trabajo, se fragmentó en nanobiología, nanoelectrónica, nanomedicina, nanobiotecnología, nanobioingeniería, nanofotónica y cuanta palabra con un “nano” adelante se le ocurra. Nadie se puede quejar. Al fin y al cabo, son más fuentes de trabajo que se abren (según la National Nanotechnology Initiative se calcula que hay actualmente cerca de 20 mil científicos en el mundo trabajando en alguna de estas ramas) y más rincones a donde arrojar la plata (se estima que la inversión pública en nanotecnología desde 1997 hasta 2003 –con Estados Unidos, Japón y Europa a la cabeza– creció globalmente un 679 por ciento; la norteamericana National Science Foundation prevé que en 2015 el mercado relacionado con la nanotecnología alcanzará el 1,1 billón de euros; los más escépticos creen que la nanociencia pueda ser la próxima burbuja inversora que no tardará mucho en pincharse).

PROMESAS, PROMESAS
Aunque la historia, lo que se dice historia, de la nanociencia es demasiado escueta como para escribir largo y tendido sobre ella, todos concuerdan que la idea “madre” salió de la cabeza del célebre físico Richard Feynman en 1959. Habían pasado once años de la invención del transistor por el trío Bardeen (dos veces Premio Nobel en Física), Brattain y Shockley. Y de ahí en adelante todo vino en paquete pequeño.
Los años pasaron y las promesas de la nanociencia engolosinaron hasta a los científicos diabéticos: construcción de máquinas biológicas más pequeñas que el tamaño de una célula humana, motores biomoleculares, biocomputadoras basadas en la capacidad del ADN para almacenar y procesar información; naves microscópicas, capaces de internarse en la corriente sanguínea y reparar, célula por célula, todos los problemas que encuentre a su camino (y lograr, ya que está, aminorar los mecanismos del envejecimiento, destruir células cancerígenas, colesterol, virus). La cosa es tan atractiva para algunos que un tal Paul Burrows, director de la Nanoscience and Nanotechnology Initiative, llegó a decir que esta nouvelle science es sin más el primer cambio verdadero en el campo de la tecnología desde la Edad de Piedra, ya que “los avances que se han venido produciendo desde dicha época no han consistido en otra cosa que en darles nuevas formas a los materiales existentes, mientras que con la nanociencia y la nanotecnología se cambia realmente la estructura de las moléculas, moviendo los átomos uno a uno, con la consiguiente afloración de nuevos materiales y compuestos”.

EL TAMAÑO DE LA VIDA
Se sabe que, si bien los primeros estudios biológicos se remontan a la época de Aristóteles, Hipócrates y Galeno, la biología (“ciencia de la vida”, por si alguno no se había percatado todavía) se institucionalizó recién en el siglo XVIII aunque la palabra en sí fue introducida en Alemania cerca del 1800 y luego alcanzó popularidad de la mano del francés Jean Baptiste de Lamarck.
Como era de esperar, no costó mucho que la atracción por los seres vivos grandes se trasladase a la fascinación por los organismos más chiquitos. Y así la nanobiología se apartó raudamente del pelotón de las demás nanociencias y hoy por hoy es la que más científicos convoca. Todos compiten por lo mismo: calzarse el título de Aristóteles, Linneo, Charles Darwin, Gregor Mendel, Louis Pasteur, James Watson o Francis Crick, pero de la nanobiología.
Pero no todo es paz y amor. Una polémica vital separa a estos amantes de lo petit: ¿cuál es el tamaño de la vida? La mayoría concluye que los 200 nanómetros son el límite inferior de lo “vivo” (ese tamaño sería el necesario para contener el ADN y las proteínas necesarias para la reproducción). Pero la minoría tiene una carta bajo la manga: la confirmación –según un equipo de investigadores de la Clínica Mayo en Rochester (Estados Unidos)– de la existencia de “nanobacterias” (o nanobios) en arterias humanas calcificadas y en las válvulas cardíacas. Mil veces más pequeñas que la típica bacteria, estas partículas de menos de cien nanómetros se autorreplican en los cultivos, forman cúmulos, filamentos, y podrían ser la causa de los cálculos renales y biliares. Lo único que no encontraron son rastros de ADN. Pero eso mucho no les molesta: “Que otros grupos no hayan podido identificar una secuencia propia de ADN no significa que no exista –presume Virginia Miller, miembro del equipo de investigación de la Clínica Mayo–. Sólo significa que las herramientas utilizadas aún no son las correctas”. Es que el futuro de las nanobacterias parece gigante. Solo basta que alguien les preste atención y no las pase por alto.

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