futuro

Sábado, 11 de septiembre de 2004

NEUROECONOMIA: MONOS, PEPINOS Y GANANCIAS

La habitación cerrada

 Por Esteban Magnani

Luego de finalizar la tarea para la que fueron entrenados, dos monos reciben su premio: para el primero unas uvas –una irresistible golosina para la especie– y para el otro, un pepino –agradable, pero claramente menos apreciado–. Indignado por la injusticia, el segundo mono tira el pepino y reclama una paga igualitaria, no un vil pepino que, cabe aclarar, en cualquier otra circunstancia habría aceptado. ¿Cómo puede ser? ¿Acaso valora más la justicia social que la supuestamente universal búsqueda de la maximización de la ganancia? ¿Se trata acaso de un mono socialista (o al menos transversal)? Esto es lo que intentan averiguar, entre otras cosas, algunos científicos dedicados a la neuroeconomía, una disciplina que mezcla ciencias duras y blandas: neurología, psicología y economía.
Es cierto que rastrear los neurotransmisores de la justa distribución de las ganancias parece una tarea digna de los buscadores de El Dorado o la fuente de la juventud. Por suerte, los neuroeconomistas no intentan llegar tan lejos, sino que estudian a un individuo en situación de, por ejemplo, disyuntiva, y luego mezclan los resultados con teorías económicas, teoría de juegos y resonancias magnéticas, para finalmente elaborar sus propias conclusiones. Gracias a los estudios realizados se ha descubierto, por ejemplo, que las mujeres luego de tomar una decisión mantienen en actividad al menos tres zonas del cerebro: la que anticipa recompensas (el estrato ventral), la que planifica y organiza (córtex prefrontal) y la que monitorea la situación constantemente (núcleo caudal), mientras que los hombres ni se acuerdan del tema y muestran una actividad muy inferior en esas áreas.
Resulta difícil aceptar que comportamientos como la ansiedad o la duda tienen un correlato cerebral, ¿pero cuál es la alternativa? ¿creer en un alma donde habitan las sensaciones? Los neuroeconomistas niegan esa opción y buscan indicios sobre la química del pensamiento económico.

EXPERIMENTOS AL POR MAYOR
Algunos de los experimentos que realizan los neuroeconomistas son simplemente recetas conductistas acompañadas de una dosis de neurología y conclusiones económicas (como es el caso de los que buscan descubrir químicamente el poder de las marcas, algo que se escapa de la comprensión de la economía clásica pero que la influye en buena medida). Pero, por otra parte, también existen pruebas que dan resultados sorprendentes. Vale la pena extenderse en uno de ellos.
Antes de emprender una tarea nueva, tanto los hombres como los animales estudian cuántas posibilidades tienen de alcanzar su objetivo y si el mismo vale la pena respecto del esfuerzo a realizar. Sólo ciertas patologías como la depresión o la manía, entre otras, impiden hacer evaluaciones adecuadas. Un equipo del National Institute of Mental Health (Instituto Nacional de Salud Mental) de Estados Unidos elaboró recientemente un sistema para medir la capacidad de los monos de hacer estas evaluaciones antes de emprender una tarea y obtuvieron unos cuantos resultados interesantes.
El trabajo de los primates consistía en bajar una palanca cada vez que se encendiera una luz verde en un monitor. Cuando acertaban, la luz se poníaazul y una barra en la parte superior de la pantalla les indicaba cuán cerca estaban de alcanzar su premio, un delicioso jugo. Para la mayoría de los monos la cantidad de errores que se cometían era directamente proporcional a la cantidad de pasos que les faltaban para alcanzar su objetivo, es decir que la cercanía del premio estimulaba la concentración y la efectividad.
Los monos de ensayo tenían sensores en la parte superior y frontal del cerebro que permitieron descubrir un circuito de unas 30 neuronas que elevaba su nivel de actividad cada vez más ante la cercanía del premio, lo que a su vez aumentaba la concentración y la efectividad. Una vez que se recibía el pago se liberaba una buena cantidad del neurotransmisor llamado dopamina y la actividad del circuito neuronal bajaba abruptamente demostrando que la expectativa de una recompensa tiene un circuito cerebral bastante acotado. De hecho, cuando la distribución de premios era aleatoria, no se producía ninguna actividad en esta área del cerebro y la concentración caía muy bajo.
Lo que se expresa en este rincón de la cabeza, concluyeron los especialistas, es la tensión entre el esfuerzo que debe hacerse y el premio que espera. Para comprobar la hipótesis los científicos bloquearon, por medio de una técnica genética, la posibilidad de que las neuronas de 7 monos tomaran la dopamina liberada. El resultado fue que los monos nunca sentían la satisfacción de la labor cumplida y seguían esforzándose con los mismos niveles de concentración que antes, lo que los transformaba en una suerte de adictos al trabajo.

A TODO O NADA
Otra cuestión es si los estudios con monos y pepinos, con los que se puede experimentar en más profundidad, resultan ilustrativos para la especie humana. Al parecer, existe un buen grado de coherencia entre ambos tipos de sujetos experimentales. Los resultados de una prueba realizada con humanos, basada en un juego llamado Ultimatum, guardan un fuerte parecido con la prueba del comienzo. En ella, un jugador recibe una suma de dinero y debe darle una parte al otro jugador que puede aceptarla o no. Si la rechaza ambos quedan con las manos vacías. Contra todo lo que dice un buen número de teorías económicas, cuando la oferta del primer jugador no alcanza la mitad exacta del dinero, en la mayor parte de los casos el segundo jugador prefiere decir “no” antes que aceptar las migajas. Esta idea de “justicia”, por llamarla de alguna manera, parece tener razones evolutivas, entre ellas que la solidaridad al interior de la especie es una ventaja adaptativa.
Al parecer, la teoría liberal al estilo de Adam Smith –que señala que el egoísmo ajeno beneficia a todos– no describe tan bien la realidad. Habrá que concluir que algunos economistas no entienden un pepino.

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