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Sábado, 21 de mayo de 2005

NOVEDADES EN CIENCIA

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Cadaveres al viento

[Archaeology] Que los muertos sean material de descarte, en un mundo que busca extender la vida más y más, no significa que no puedan seguir sorprendiendo. Los hubo y los hay bajo tierra, en mausoleos, pirámides, en nichos más o menos elegantes o hechos polvo en sutiles cajitas de cristal; pero en China, como casi siempre, está lo mejor: se trata de ataúdes colgantes, por lo general en laderas de montañas, de miles de años de antigüedad. Un grupo de investigadores estadounidenses, coreanos y chinos descubrió por estos días las tumbas más remotas conocidas hasta el momento: del siglo VII a.C., en la montaña de Longhu, sagrada para los taoístas y situada en la provincia de Jiangxi.

La costumbre era sencilla: jefe que moría iba a parar al techo. Según Liu Shizhong, del Museo Provincial de Jiangxi, “pensaban que el fallecido estaba así más cerca del cielo y podía subir rápidamente al paraíso, protegiendo de esta forma a sus familiares y dándoles buena suerte”. Pero otras teorías dicen que todo se debería a razones, valga la redundancia, terrenales: colgar al difunto evitaría que las inundaciones y los terremotos a los que la zona está sometida profanen naturalmente las tumbas.

La pregunta que ahora se hacen los investigadores no deja de agregar misterio: ¿cómo fue posible alzar hasta allí arriba féretros de madera de hasta 500 kilos de peso? Lo cierto es que hay un enigma más por develar, que se suma a otros dos más conocidos: el sitio donde se hallan los restos de Gengis Khan y lo que hay (o lo que no hay) en el interior del aún no abierto sepulcro del primer emperador chino, Qin Shihuang, quien ordenó ser enterrado junto a miles de guerreros de terracota. Modestia aparte.

Alientos que matan

[SCIENTIFIC AMERICAN] Se trata de soltar el aliento, como en los famosos tests de alcoholemia actuales, para prescribir algo mucho peor que una simple borrachera: científicos de la Universidad John Hopkins, Estados Unidos, aseguran haber probado con éxito en el aliento de cerdos un nuevo dispositivo que registra en el cuerpo la presencia de las principales sustancias utilizadas en ataques bioterroristas, las cuales suelen destacarse por su fulminante capacidad de expansión (gripes aún no clasificadas y, como ya ha ocurrido antes del 11-S, el temible ántrax).

El medio elegido para el testeo es curioso y extraño, pero eficaz. Hasta ahora el mejor método para detectar casos de este tipo era el análisis de sangre, pero se teme con sumo juicio que, de ocurrir un ataque masivo, sea imposible evaluar las muestras de los eventuales miles y miles de afectados. El aliento, en este caso, valdría por su inmediatez, un rasgo insoslayable al momento de descubrir el inicio de una epidemia de este tipo.

Pero también valdría por sus propiedades: los científicos han señalado también que moléculas del aliento podrían ser útiles para diagnosticar otras patologías, desde el asma hasta cánceres de pulmón o de mama.

Sin embargo, del dicho al hecho hay un trecho, y del cerdo al hombre también. Joany Jackman, una de las investigadoras de la John Hopkins, asegura que la versión final del invento demorará entre cinco y diez años en estar lista. Todo ese tiempo tendrán los fabricantes de dentífricos para diseñar unas pastas de dientes acordes con la nueva amenaza que Estados Unidos ha encontrado; no sea cosa que, al momento de abrir la boca, además de una epidemia se expanda el mal aliento.

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