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Sábado, 29 de marzo de 2003

NOVEDADES EN CIENCIA

Novedades en ciencia

una señora muy vieja

Archaeology Una nueva datación acaba de revelar que uno de los restos humanos más antiguos de América es el cráneo de una mujer que permanecía guardado en un museo mexicano. Recientemente, la geóloga Silvia González (Universidad John Moores, Liverpool) y un grupo de científicos del Museo Nacional de Antropología de la Ciudad de México examinaron cuatro cráneos que habían sido hallados durante excavaciones realizadas en el valle de Teotihuacán. Las piezas formaban parte de la colección de este importante museo, y su antigüedad no estaba del todo clara. La cuestión es que, a la hora de las dataciones, uno de esos cráneos dio la nota: resultó que quien es conocida como la Mujer del Peñón III resultó tener 12.700 años.
Comparada con la de restos humanos encontrados en otras partes del planeta, la cifra quizá no impresione. Pero aun así, la Mujer del Peñón III es uno de los más antiguos jamás encontrados en América. Y eso, de por sí, ya es importante. Pero hay más. Muchos antropólogos creen que los americanos nativos provenían de una sola población que llegó desde Siberia. Y sus cráneos eran cortos y anchos. Sin embargo, la famosa mujer y sus pares tenían cabezas más finas y alargadas, muy parecidas a las de los indígenas Ainu, de Japón. Por lo tanto, González cree que hubo otra corriente inmigratoria hacia América, protagonizada por un grupo de gente Ainu que cruzó el Estrecho de Bering y que luego se desplazó por la costa occidental de Norteamérica hasta llegar al centro de México, un modelo que se apoya en el hallazgo de varios fósiles similares en California. “Habría que descartar la hipótesis de una única migración masiva hacia América -dice González–, en realidad es todo mucho más complicado.”

moscas versus arañas

Discover Las moscas suelen ser una presa fácil para las arañas, especialmente cuando se quedan pegadas a sus telas. Pero un biólogo norteamericano descubrió que, a veces, las moscas son las ganadoras. Desde hace dos años, George Uetz y sus colegas de la Universidad de Cincinnati han estado estudiando la vida de las Metepeira incrassata, unas laboriosas arañas que suelen construir enormes telas interconectadas –de decenas de metros de largo– en las plantaciones de café del estado de Veracruz, México. Y entre otras cosas, cuenta la revista Discover, observaron que hay unas moscas (Arachnidomyia lindae) que les complican bastante la vida. Resulta que, a veces, estas moscas se acercan zumbando a las telarañas, una y otra vez. E incluso se ponen a toquetear los hilos que conectan el saco que protege los huevos de los arácnidos con el centro de las telas (estos filamentos no son pegajosos, por lo tanto no implican un peligro para las moscas).
Cuando una araña sale a ver qué es lo que está pasando, las intrépidas moscas se lanzan en picada y depositan rápidamente sus larvas. Y finalmente, las hambrientas larvas terminan comiéndose los huevos de las arañas. Pero las cosas no siempre son así: a veces las arañas simplemente cortan esos filamentos, o ignoran a las moscas.

huesos que delatan

NewScientist La actividad detectivesca ya no es lo que era, Lew Archer, Christopher Marlowe o, más aún, Hércules Poirot se sentirían desconcertados. En los últimos años cambió, pero para mejor: tanto la criminalística como las ciencias forenses, sumadas a los últimos adelantos tecnológicos, se han inmiscuido en las investigaciones policiales a punto tal de ser consideradas casi imprescindibles para el éxito de la investigación, mucho más de lo que se puede decir de ciertos agentes encargados de mantener el orden.
De vez en cuando, nuevas técnicas y avances científicos se suman a la tarea que inmortalizó a personajes de la talla de Sherlock Holmes. En esta ocasión, el aporte viene de la química: a partir del análisis de variantes radiactivas de los elementos de la Tabla Periódica contenidos en ciertos huesos, los detectives de homicidios cuentan con datos suficientes para averiguar cuánto tiempo una persona lleva muerta y en qué lugar vivió. Stuart Black, un geoquímico (Universidad de Reading) y pionero en esta técnica, ha sido asignado como consultor hasta ahora a muchos casos.
Todos los elementos químicos se presentan en diversas variantes, llamadas isótopos: tienen el mismo número atómico y figuran en la misma casilla de la tabla periódica, aunque sus núcleos difieren en el número de neutrones. Muchos de estos átomos están en la naturaleza y otros se obtienen artificialmente en laboratorios.
Ahora bien, el procedimiento desarrollado por Black es muy similar a técnicas muy populares en arqueología basadas en el carbono 14 (C14), un radioisótopo que sirve para determinar la antigüedad de los fósiles. Sin embargo, el C14, eficaz en la datación de acontecimientos de hace bastantes siglos, no es tan exacto cuando se trata de huesos “más jóvenes”. De ahí que en vez de hacer uso del C14, Black se vale de otros radioisótopos como el plomo-210 y el polonio-210, cuya vida media (el tiempo en que una cantidad del elemento se desintegra hasta reducirse a la mitad) es 22 años y 134 días, respectivamente. Tales elementos, ingresan en el organismo principalmente a partir de la comida, con lo que Black, incluso, puede describir la dieta de la víctima. Para determinar dónde vivía, en cambio, utiliza radioisótopos que dan cuenta del clima y la calidad del aire de una zona. Cuando el ser vivo en cuestión muere, la concentración de esos elementos comienza a disminuir a medida que se desintegran. Esto es, el reloj radiactivo comienza a correr. A pesar de muerto, el cuerpo sigue hablando: los huesos no callan, ni siquiera en los crímenes supuestamente perfectos.

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