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Sábado, 23 de agosto de 2003

NOVEDADES EN CIENCIA

Novedades en ciencia

La vida a 121°c

Science La capacidad de adaptación de la vida a los ambientes más extremos es verdaderamente asombrosa. Y eso incluye temperaturas que asustan de sólo imaginarlas. Hasta ahora, el record en este rubro lo tenía una clase de microorganismos conocidos como Pyrolobus fumarii, capaces de soportar hasta 113º C. Pero ahora, dos microbiólogos estadounidenses dicen que han encontrado algo que superaría cómodamente aquella marca.
Derek Lovley y Kazem Kashefi, de la Universidad de Massachusetts, pusieron a prueba a unas bacterias descubiertas en el noreste del Océano Pacífico, más precisamente, en torno a unas tórridas chimeneas hidrotermales del piso oceánico. Y para eso, recrearon en su laboratorio las durísimas condiciones ambientales en las que viven estos diminutos seres. Al principio, elevaron la temperatura del agua a 100º C, pero al rato notaron que las bacterias ni se mosqueaban. Luego, calentaron el agua un poco más, y otro poco, hasta llegar a 121º C. Y allí las dejaron, para ver que pasaba. Después de diez horas, aún estaban vivas, y seguían creciendo, cuenta Lovley. Y agrega que al llegar a 130º C, todavía resistían, pero ya no podían replicarse.
Provisoriamente, estas bacterias, dignas del Libro Guinnes, han sido bautizadas Strain 121 (en obvia alusión a la temperatura que toleran). Pero no está del todo claro cómo se las arreglan para vivir en esas condiciones, y por qué sus proteínas soportan esa temperatura, mientras que las proteínas de otros organismos no. El dúo de científicos intentará resolver el enigma de las Strain 121, y a la vez, dice que este tipo de hallazgos puede dar pistas sobre temas tan interesantes como los comienzos de la vida en la Tierra.

Ozono: una pequeña buena noticia

nature Otra vuelta de rosca para el tema del ozono. Pero esta vez, la noticia es relativamente buena: al parecer, hay evidencias que indicarían una notable disminución en el ritmo de deterioro de la famosa capa atmosférica (que nos protege de la radiación solar ultravioleta). A esa conclusión llegaron Michael Newchurch y sus colegas de la Universidad de Alabama al finalizar una meticulosa investigación. El trabajo, publicado en Nature, se basó en el análisis de las imágenes y mediciones aportadas durante los últimos veinte años por los añejos SAGE I, SAGE II y HALOE, tres satélites que vienen midiendo las cantidades de ozono presentes en la estratosfera superior –ubicada entre los 35 y 45 kilómetros de altura– tomando como referencia la cantidad de luz ultravioleta allí absorbida.
Según el estudio de Newchurch y su equipo, la tasa de destrucción de la capa de ozono se ha reducido a la mitad desde principios de la década del ‘80. Y actualmente se ubicaría entre 3 y 5% por década. “Es la primera señal clara de que aquello por lo que tanto hemos luchado está comenzando a dar sus frutos”, dice, por su parte, Lon Hood, un experto en temas ambientales de la Universidad de Arizona. La alentadora tendencia sería la consecuencia directa de la prohibición mundial –a partir del Protocolo de Montreal, de 1987– del uso de los tristemente famosos clorofluorcarbonos (CFCs), verdaderos destructores del ozono que se utilizaban en aerosoles y equipos de refrigeración. De todos modos, sólo se trata de un signo alentador, y estos especialistas dicen que hace falta al menos otra década para que los niveles de ozono dejen de bajar, y realmente comiencen arecuperarse. “Tenemos que mantener las restricciones (a los CFCs) por el resto de nuestras vidas”, concluye Newchurch.

Para verte mejor

Discover Cuando en 1895 el físico Wilhelm Röntgen obtuvo por azar las primeras imágenes de rayos X (por las que en 1901 ganó el recién inaugurado premio Nobel), no debió haberse imaginado la cantidad de aplicaciones que su técnica tendría con los años: en astronomía, arte (para la detección de falsificaciones) y, por supuesto, en medicina. Desde entonces, los métodos de rayos X se desarrollaron enormemente y hoy las radiografías son cosa de todos los días. Sin embargo, hay varias partes del cuerpo (tejidos blandos y ciertos vasos sanguíneos, por ejemplo) que escapan al alcance de las radiografías comunes y corrientes que sólo muestran huesos en distintas variaciones de grises de acuerdo a cómo cada tejido absorbe cantidades particulares de energía de rayos X.
Una nueva técnica promete poner fin a esas omisiones: se la conoce como “imagen de difracción ampliada” (DEI, en sus siglas en inglés) y permite obtener radiografías bastante nítidas de tejidos no calcificados: músculos, tendones, ligamentos, vasos sanguíneos, cartílagos y adiposidades, hasta ahora sólo visibles a través de ultrasonidos, tomografías computadas y resonancias magnéticas. Desarrollada por los médicos Carol Muehleman del Rush Medical College (Chicago, Estados Unidos) y Zhong Zhong del Brookhaven National Laboratory, la técnica aprovecha los intensos rayos X generados en el National Synchrotron Light Source, un acelerador de partículas.
El método consiste en que los rayos X atraviesen los tejidos y se “doblen” en pequeñísimas cantidades según la composición y estructura microscópica de cada tejido, para luego toparse con un cristal de silicio perfecto que amplifica las distorsiones y hace que puedan ser fácilmente leídas por un detector común y corriente de rayos X. Gracias a este método, ya se detectaron varios casos de cáncer de mama y de osteoartritis, mejorando ampliamente los diagnósticos.
Ahora, los científicos tienen un nuevo problema a resolver: cómo reducir tremendo aparato (que necesita un monumental sincrotón como fuente de energía) para que pueda ser utilizado en hospitales y asegurar que la radiación no dañe a los pacientes.

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