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Sábado, 6 de septiembre de 2003

NOVEDADES EN CIENCIA

Novedades en ciencia

Science
el mundo es un pañuelo

En 1967, el psicólogo social estadounidense Stanley Milgram condujo un inusual experimento para comprobar una idea bastante interesante: cualquier persona de cualquier red social podía contactarse con otra que no conocía a través de menos de diez conocidos, intermediarios o nodos. Así, Milgram eligió como campo de pruebas la población de Estados Unidos y al azar seleccionó un grupo de 96 personas de la costa oeste, quienes debían hacer llegar una carta a una determinada persona en la costa este, con la condición de que no se la podía enviar directamente y que debía ser entregada en mano a alguna persona cercana al objetivo final. Luego, rastreó las cadenas de contactos que se formaron y contó cuántos eslabones o pasos eran comúnmente necesarios para alcanzar al destinatario. El resultado fue sorprendente: sólo eran necesarios seis pasos.
Ahora, la teoría popularizada como la de los “seis grados de separación” emigró a un mundo menos tangible, el de Internet: un grupo de científicos de la Universidad de Columbia, en Nueva York, se valieron del e-mail para comprobar la teoría de Milgram a escala mundial. El estudio conducido por los investigadores Peter Sheridan Dodds, Roby Muhamad y Duncan J. Watts –y al que se puede acceder en http://smallworld.columbia.edu– contó con 61.168 voluntarios dispersos en 166 países, a quienes les pidieron que reenvíen un correo electrónico a amigos, colegas o conocidos que estuvieran más cerca de una de 18 personas-objetivo asignadas a cada participante (y que contaban con la tecnología requerida para recibir e-mails), en 13 países diferentes. Como en el experimento original, el mensaje tampoco podía ser enviado directamente al receptor. Los únicos datos que tenían eran nombre, profesión, nivel cultural y lugar de residencia. Entre ellos había, por ejemplo, un policía australiano, un inspector estonio y un veterinario del ejército noruego.
De las 24.163 cadenas de e-mails que se formaron, sólo 384 alcanzaron buen destino. Los investigadores encontraron que en promedio estos mensajes debieron ser “forwardeados” sólo entre cinco y siete veces desde su punto de origen a su meta final. Sorprendentemente, los contactos más exitosos no eran los de amistades o familiares sino los laborales y los mensajes enviados a personas del mismo sexo.
Ahora bien, este tipo de experimentos que suenan más a juego que a algo serio permiten nada menos que un mejor entendimiento de la constitución de redes sociales y su influencia en la propagación de enfermedades como el sida, o el tratamiento de patologías mentales asociadas a individuos que comparten el mismo medio social.


El caso del asteroide 2003 QQ47

Falsa alarma astronómica

Por Mariano Ribas
Otra vez la misma canción: se descubre un asteroide, se sigue su trayectoria, se determina su órbita, y finalmente se descubre que existe una ínfima chance de que impacte con la Tierra. Los astrónomos aclaran lo de “ínfima”, e incluso, al poco tiempo, descartan completamente la amenaza. Pero ya es tarde: la alarma mediática da la vuelta al mundo, y surge la preocupación por todos lados. Esta vez, el protagonista es 2003 QQ47, una enorme roca espacial que, como muchas otras, cruzan la órbita terrestre de tanto en tanto. El asteroide fue descubierto hace un par de semanas por el telescopio robot LINEAR, instalado en Nuevo México, Estados Unidos, y que forma parte de un programa de búsqueda y rastreo de objetos potencialmente peligrosos (y eso incluye también a algunos cometas). Después de varias observaciones, astrónomos norteamericanos y británicos obtuvieron un identikit de 2003 QQ47: mide 1200 metros, pesaría 2600 millones de toneladas, y viaja a la friolera de 100 mil km/hora. Una verdadera montaña voladora. Y potencialmente kamikaze. Sólo potencialmente: estudiando su movimiento por varios días, los científicos determinaron la órbita del objeto y, proyectando su trayectoria a futuro, calcularon que existía una remotísima probabilidad de que chocara con nuestro planeta el 21 de marzo de 2014. Y lo aclararon: “no hay motivo de preocupación, porque las chances de que esto ocurra son 1 en 909.000”, dijo el astrónomo Alan Fitzsimmons, del Centro de Información de Objetos Cercanos a la Tierra del Reino Unido, en Leicester. Ahora, Fitzsimmons y otros cazadores de asteroides acaban de poner paños aún más fríos, descartando de plano la colisión. Decir que un asteroide “podría chocar contra la Tierra” es una verdad muy a medias si no se aclara, con igual énfasis, el grado de probabilidad. Como ya ha ocurrido otras veces (la última, en julio de 2002), la cosa luego se disipa, y queda en el olvido hasta que surge un nuevo caso. El problema es que, paradójicamente, estas idas y venidas, y la ligereza en el tratamiento del tema, pueden restarle importancia al asunto: más allá de los casos particulares, la amenaza de los asteroides es bien real. La larguísima historia del planeta registra montones de eventos catastróficos vinculados a impactos de rocas espaciales (el más conocido es el que habría aniquilado a los dinosaurios). No es algo anecdótico, ni pasajero. Y merece abordarse con total seriedad. Por otra parte, y ante lo inevitable, la humanidad no sólo debe estar alerta, sino también, y ya mismo, ir pensando (y desarrollando) posibles formas de defensa. Ya lo decía el desaparecido (y gran) geólogo planetario Eugene Shoemaker: “La pregunta no es si alguna vez un asteroide chocará con la Tierra..., la pregunta es ¿cuándo?”.

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