futuro

Sábado, 19 de junio de 2004

FINAL DE JUEGO

Donde una facultad sudamericana desconcierta a la policía y Kuhn se hace el valiente

Por Leonardo Moledo

Un rostro oriental adornaba el cadáver del físico, como si recién lo hubieran traído del Celeste Imperio. ¿Qué era eso? Los policías parecían tan desconcertados como el mismo Kuhn ante el hecho de que una lejana facultad sudamericana recogiera y reactualizara culturas milenarias, que se remontaban a murallas inmensas y los libros quemados del emperador Huang-ti, soldados de terracota, brújulas, imprentas, pólvora y satélites en el espacio. Una melodía pentatonal sonaba en el ambiente, y el recuerdo de las “estrellas invitadas”, y registros meteorológicos elaborados, cuando aún la Unión Europea no había adquirido aún esa protoforma que fue el Sacro Imperio Romano Germánico (herencia desgraciada de Carlomagno que teñiría de sangre los campos de Italia, que favorecería las disputas entre güelfos y gibelinos, dividiría a las familias y produciría finalmente la Divina Commedia y Romeo y Julieta). Un sargento dudoso se preguntaba el porqué, y estaba tratando de comunicarse con la Cancillería, ya que atribuía, y no del todo absurdamente, la competencia de ese asunto al Ministerio de Relaciones Exteriores, violando los sagrados fueros universitarios.
Pero Kuhn pensaba otra cosa. Había llegado a una conclusión. De alguna manera, y aunque el rompecabezas no terminaba de armarse, en esa facultad, todos los caminos conducían al decano. Los asesinatos, la búsqueda frenética de los cargos y los honores, los científicos desterrados a las cuevas, el personalismo que hubiera hecho sonrojar al mismo Stalin, la obsesión egolátrica que se repetía en fotografías, bustos, estatuas, placas de bronce, parecían las caras de un fenómeno único y multifacético, cuyas aristas reflejaban una y mil veces el sol, atravesando paredes y cuerpos, penetrando los corpúsculos del aire donde el rostro reverenciado del decano se reproducía sonriente, adusto, enojado, temible, cariñoso, blandiendo el látigo del desprecio, ese rostro que científicos temerosos se tatuaban como un homenaje al Ojo de Horus, que todo lo veía.
Kuhn decidió tomar al toro por las astas.
–¿Dónde está el decanato? –preguntó.
Un silencio absoluto recorrió el departamento de geología.

¿Qué piensan nuestros lectores? ¿Tiene razón Kuhn? ¿Y dónde está el Comisario Inspector?

Compartir: 

Twitter

 
FUTURO
 indice

Logo de Página/12

© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados

Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.