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Viernes, 19 de abril de 2002

POLíTICAS

A Cuba, con respeto

Por Patricia Walsh *

Si algún gobierno se prestase a la maniobra contra Cuba, estamos convencidos de que no lo haría por supuestas convicciones democráticas o compromiso con la defensa de los derechos humanos. Lo haría por falta de valor para enfrentar las presiones de Estados Unidos, y esa traición no podría merecer otra cosa que nuestro desprecio.” Así denunció Felipe Pérez Roque, el canciller cubano, en las Naciones Unidas, el 26 de marzo de este año, las verdaderas razones en juego. Y así lo repetí en la Cámara de Diputados el miércoles 10 de abril, cuando nos tocaba a los legisladores argentinos debatir el tema. Y debo decir que en este caso, a diferencia de lo que sucede casi siempre, las intervenciones y los votos, en su gran mayoría, resultaron dignos. Por fin los diputados representaron a sus representados, apoyando en este caso a Cuba. Pero no hay que hacerse ilusiones. El ex senador y ahora Presidente, elegido por una asamblea pacto-olivense II, no deja de obedecer las órdenes del Fondo. Y seguramente no escuchará en este tema al Congreso, aunque de él emane la legitimidad.
Durante las horas del debate, durante el cual hubo intervenciones combativas, conmovedoras y hasta algunas, pocas, que recordaban a otro senador –en este caso el norteamericano McCarthy–, recordé a mi padre. Fue mi padre el que me enseñó su amor por Cuba. Recuerdo haber visto de niña, en la pared de la casa de Tigre, la foto de otra isla: Cuba. Mis ojos –aún hoy no conocen Cuba– veían a través de los relatos de mi padre. Pero también, más tarde, a través de los relatos de mi hijo Mariano, que visitó y ratificó lo mirado por su abuelo. Pensé que un lugar en el mundo que enamora tanto, a tantos y hace tanto, merece ser defendido. Un lugar en el mundo que resiste el bloqueo del amo y señor del planeta desde hace 40 años sin rendirse, debe ser reconocido. Sobre todo por nosotros. Los que venimos soportando gobiernos que inventaron las entusiastas “relaciones carnales” con Estados Unidos, donde nosotros ponemos la carne y ellos se la llevan pidiendo cada vez más y más. Gobiernos que quisieron convencernos de que para no quedar “bloqueados” y “aislados” había que aceptar y obedecer las instrucciones de los organismos financieros internacionales. Gobiernos y políticas económicas que han regalado todo sin recibir nada. Nada bueno. Y en vez de aprender de la dignidad y de la sensatez de Cuba, seguimos pidiendo lo que no nos van a dar mientras nos sacan lo que no nos van a devolver. ¿Con qué autoridad se puede reclamar desde la Argentina por los derechos humanos en Cuba, cuando las leyes de impunidad permiten que tantos asesinos vivan libres entre nosotros, cuando acá por defender a los banqueros se les quitó a muchísimos pequeños ahorristas la libertad de poder disponer de sus bienes? Para no hablar de la libertad de comer, trabajar, tener buena educación y salud. Como nos muestra el dengue, que se está extendiendo por el norte argentino, mientras Cuba se declaró hace pocos días libre de esa enfermedad.
Mi padre, que supo ser periodista en Cuba, decía que el oficio, para él, era un avance laborioso a través de la propia estupidez. Por ejemplo, para no escribir tonterías sobre Cuba y poder llamar a las cosas por su nombre. Por ejemplo, llamando “lamebotas” al que lame la bota.
Me parece que cuando sucede un hecho excepcional, merece ser mencionado. Y en el Congreso nacional sucedió una excepción. Los legisladores, en su mayoría, expresamos el amor del pueblo argentino por Cuba. Se votó y se aplaudió en el recinto de la Cámara. Un voto y un aplauso que debería escuchar el señor presidente de la Nación. Rodolfo Walsh propuso alguna vez: “Vuelva a sentir la satisfacción moral de un acto de libertad”.
Es lo que los cubanos defienden hace tantos años.
Es lo que nuestro pueblo está tratando de conseguir entre cacerolas, piquetes y asambleas.
Es lo que los lamebotas no entienden.
Es lo que la historia no absolverá.

* Diputada nacional. Izquierda Unida.

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