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Viernes, 1 de marzo de 2002

ANTICIPO

Si hubiera querido ser cafisho...

Romances de tango es una historia de machos de esos que podrían cantar “Decí por Dios que me has dao, que estoy tan cambiao, no sé más quién soy...”. Sólo que son tan famosos que se llaman Discépolo, Manzi, Le Pera y otros nombres del dos por cuatro. El libro, escrito por Lucía Gálvez y Enrique Espina Rawson y editado por Norma incluye también el prontuario amoroso de Carlos Gardel, del que extraemos un fragmento.

La verdad es que el “Morocho” tenía un éxito arrollador entre las mujeres. Así lo recuerdan algunos de sus contemporáneos, como el viejo cantor criollo René Ruiz quien, en 1963, confió a Enrique Espina Rawson:
“Lo que la gente no sabe es que si había cien personas en un teatro, noventa y cinco eran mujeres... Porque Gardel tenía eso. Una alumna mía, hincha furiosa de Gardel, quería saber cómo era. Yo le hice esta comparación: ‘Gardel no andaba detrás de las mujeres porque eran las mujeres las que andaban detrás de él. Es como si me dijeran que vos, joven y bonita, andás detrás de los muchachos’”.
“Una vuelta, Carlos tenía que cantar en un cine de Flores. Lo acompañé, y cuando llegamos el gentío no nos dejaba bajar del coche. Una viejita parada al lado de Gardel quería pasar. Y no podía porque estaba lleno de mujeres que lo querían tocar, hablar, cualquier cosa... La viejita pregunta a Gardel: ‘¿Pero qué pasa, por Dios, qué es esto?’. Y Gardel, tratando de abrirle el camino le dice riéndose: ‘¿Sabe qué pasa, señora?... Que están todas locas... locas de remate’”.
Lo mismo sucedía en la otra orilla, a juzgar por el artículo aparecido en la revista Cancionero de Montevideo, de noviembre de 1931: “Ultima noche de Gardel. El Artigas, atestado a la hora en que canta el más veterano y popular de los ruiseñores del inmenso bosque del folklore nacional (...) Gardel canta una, dos y tres y cae el telón. Parece que la sala entera aplaudiera haciendo chocar el techo con el piso. Sube el telón. Sigue la serie: cuatro, cinco, seis, desciende otra vez la tela. Carlitos, de pie entre los bastidores, se pasa un pañuelo por el cuello. Como una sola y gigantesca persona, la sala aplaude y exige más, y vuelve a cantar Gardel, mientras los y las artistas de la compañía de zarzuela en masa siguen ávidamente la actuación. La Petra está embelesada... quizá demasiado embelesada para que sea solamente admiración la suya hacia Gardel. Y el semblante risueño de la hermosa españolita se entristece cuando una compañera más vieja y más ducha, por tanto, le susurra al oído: ‘¡No hay nada qué hacerle, chica! ¡Es demasiado para nosotras!’. En una de tantas subidas de telón, se oye claramente que esa noche le gritan a Gardel, aun desde la cazuela, entusiasmadas voces femeninas.
“–¡Ese hombre es único!
“–¡Carlitos siempre es divino!
“Y Gardel, curtido pero sensible a tantos halagos, a tan sentidos homenajes, no puede ocultar su emoción a la mujer uruguaya”.
Entre las señoras pudientes también tenía Gardel sus admiradoras. La escritora porteña Haydée Ghio tiene ese recuerdo de su adolescencia:
“Cuando Gardel actuaba, Inés B., una amiga de mamá, la invitaba al teatro para ir a verlo. Siempre estaba en un palco y mi madre hacía las veces de acompañante. Inés era una señora muy hermosa, muy interesante, con una mirada muy profunda. En casa no se hablaba de esto, desde luego, pero sabíamos que entre Gardel y esta amiga había algo muy entrañable, muy sólido. Ella usaba una capelina, la misma que tenía puesta cuando lo conoció, y aunque ya estaba pasada de moda, seguía usándola cada vez que iba a verlo. Sé que se conocieron en el Círculo Italiano, en una fiestaque hubo, porque el marido de Inés era un gran arquitecto, un hombre muy poderoso de la colectividad italiana, tenía grandes obras... Lo gracioso de esto era que Razzano, por solidaridad, por compañerismo quizá, se sentía obligado, a su vez, a conquistar a mi madre y le dirigía miradas apasionadas que mi mamá evitaba como podía...”.
Durante su estadía en Francia, Carlos Gardel intimó con una mujer, Sadie Barón Wakefield, que fue una verdadera protectora para las finanzas del actor. Su padre, Bernhard Barón, le había dejado una fortuna calculada en cinco millones de libras, cifra inconcebible para 1929. Entre otras cosas, era dueña de la fábrica de cigarrillos “Craven A”. En cuanto conoció a Gardel lo distinguió con toda clase de atenciones y le ofreció apoyo económico para financiar sus películas. Fue, sin duda, una relación de mutua conveniencia: el matrimonio Wakefield ganó mucho dinero con las películas de Carlitos, y “Madame Chesterfield”, como algunos la llamaban en broma, se daba lustre por su íntima amistad con tan famoso artista. También a Gardel le convenía una amistad que lo relacionaba con círculos muy altos del arte y las finanzas.
(...)
Un testimonio interesante de la fascinación que ejerció Gardel entre las francesas y de la mentalidad “complaciente” de algunos maridos franceses, es el de Madame Billy. Era ésta una especie de “reina de la noche” parisina, que narra en sus memorias la siguiente anécdota:
“Carlos Gardel era el rey indiscutido de la colonia de América latina. Este tolosano de origen, que el tango trasfiguraba, era más argentino que los argentinos. Yo tuve la suerte de ser su amiga. Lo había conocido por Mattos, autor de ‘La cumparsita’. No había grandes recepciones sin Gardel. Aun cuando su voz hacía vibrar, no le faltaban elementos de seducción: alto, morocho, robusto, la mirada pesada bajo las pestañas sombrías, hubiera podido rivalizar con Rodolfo Valentino en la categoría ‘hidalgo’. Todas las mujeres estaban locas por él. Y él se hacía un deber de satisfacerlas en el mayor número posible. Cantaba en el teatro Empire. Yo iba seguido y luego partíamos en grupo a comer y hacer la ronda de las boites de moda. Una noche, estaba sentada al lado de una pareja. Cuando bajó el telón, la mujer, sin una palabra de explicación, plantó a su marido para ir a los camarines. Este, viendo que yo no decía nada, se dirigió a mí:
“–¿Usted no va a ver a Gardel?
“–No, señor, no vale la pena...
“–¡Ah!, ¿usted lo conoce?
“No quise seguir en ese plan.
“–No, casi nada, no lo he visto más que una vez.
“–Señora –me dijo–, hace seis días consecutivos que venimos a verlo. Hace seis días que, al finalizar el espectáculo, mi mujer sube a su camarín. ¿Le parece normal?, ¿qué haría en mi lugar?
“Intenté tranquilizarlo:
“–Esto no es grave, señor. No hay por qué inquietarse. Carlos Gardel es casado y está muy custodiado... Más que nada, él es muy sensible a los cumplimientos que le brindan por su actuación...
“Mi interlocutor no parecía muy convencido.
“–Ah, ¿a usted no le parece grave y encuentra normal que seis días seguidos un marido lleve a su mujer a ver a su futuro amante?
“No escuché la continuación. Preferí perderme en la multitud. ¡Seis días!... Todas las chances indicaban que la esposa ya había sucumbido”.
También en España tuvo Gardel sus amores. La primera de la que se habló fue de la “tonadillera” Teresita Zazá, con quien el dúo Gardel-Razzano había compartido varias veces el escenario. Más adelante, en Barcelona, mostró un gran estusiasmo por una tal Blanquita, a la que el bailarín de tango Adolfo Tuñón recordaba en una entrevista de los años 70: (...) “Enloquecido con ella, no quería saber nada con otras... Pero, mujeres de la sociedad, de la alta sociedad, le mandaban cigarreras de oro... Meacuerdo de una que parecía una esterilla: todo entrelazado el oro con el platino; y un alfiler de corbata con un brillante bárbaro... Y al mandárselo de vuelta me decía: ‘¡Esta gallega está loca...!’. Claro... si era un señor... Pero si hubiera querido ser canflinflero, tenía cuarenta mujeres que le diesen plata”.
En 1931, al terminar la filmación de Luces de Buenos Aires, el cantor y Gloria Guzmán regresaban a Buenos Aires en el mismo barco. La vedette, considerada entonces como la más bonita de los escenarios porteños, tenía una relación muy fuerte con un conocido deportista argentino. No obstante, era un secreto a voces que en ese viaje los dos artistas compartieron muchas cosas. Ya en Buenos Aires, cada uno volvió a lo suyo.
(...)
La relación de Gardel con Mona Maris fue breve pero intensa. Compartieron cinco semanas en Nueva York en la filmación de Cuesta abajo y simpatizaron mucho. Tenían planes para hacer otras películas juntos, y cuando Gardel inició su gira por Latinoamérica, ella le mandó al barco un telegrama en un tono muy íntimo de complicidad. Pocos meses después, en el hotel Savoy de Londres, el maître, gran admirador de Carlitos, tuvo la tristeza de darle la noticia de su muerte. La profunda impresión la deprimió de tal manera que, según ella misma relata, pasó casi un mes sin comer. (...)
Entre tanta grandilocuencia y amaneramiento, las notas a Gardel suenan, en general, mucho más simples y sinceras. El 19 de abril de 1933, por ejemplo, el periodista Chas de la Cruz le hace una entrevista donde recalca: “Este es Carlitos Gardel. Eternamente joven, de mentalidad sana, sin complicaciones. Su existencia se desarrolla al margen del teatro. Dueño de un ‘stud’, le gustan los burros; no se echa atrás ante unos ojos negros –o no negros– o una partida de poker. Y del mismo modo que pone toda el alma cuando canta en un teatro, canta de todo corazón para los pibes del barrio que, en la vereda cordial, le dicen padrino y lo tutean como si fuera un pibe más... Y es que Gardel tiene corazón de niño.
“–...¿Qué hubo con la viuda millonaria?
“–¿Qué viuda? –me responde Gardel, haciendo que no entiende, aunque entiende muy bien...
“–Aquella millonaria que te mandaba al hotel gardenias frescas en floreros de oro.
“–Dejáte de macanas... Esas son cosas que no deben contarse...”.
De todos estos testimonios, podemos sacar la conclusión de que Gardel, como muchos de los “hombres de Corrientes y Esmeralda” que están solos y esperan, no llegó a enamorarse nunca en serio. El amor para él era sinónimo de diversión, comparable a una partida de poker o a una carrera como insinúa el periodista.
Quizá la que más cerca estuvo de la verdad fue aquella vedette española, Perlita Greco, que alardeaba de haber sido uno de los amores de su vida. Al enterarse de su muerte, le comentaba al periodista José Montero Alonso: “A veces he pensado que él no quiso de veras a ninguna mujer, que su única y verdadera pasión era su madre. Siempre hablaba de ella con cualquier motivo, contaba anécdotas y frases suyas que repetía con emoción. En realidad su madre era la mujer que llenaba su vida, la que colocaba por encima de todo. Sentía por ella una verdadera veneración. El primer dinero en cantidad que ganó fue para regalarle una casa. En su recuerdo quedó una vez grabado un fandanguillo que una noche oímos juntos:
‘Cómo quieres que te quiera
lo mismo a ti que a mi madre
eso es pedirme la luna.
Mujeres tengo a millares
y madre no hay más que una...’”.
Carlos Gardel estaba de acuerdo con la copla. Y doña Bertha era una auténtica madre de tango.
Fotos: gentileza de Juan Gomez.

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Isabel del Valle, novia de Gardel.
 
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