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Viernes, 11 de septiembre de 2015

CINE

Alguien te está cogiendo

Película de terror, It follow les da forma concreta a las visiones agresivas y repugnantes de los cuerpos, más expuestos que nunca y en una temporalidad indefinida que los degrada.

 Por Marina Yuszczuk

Nada mejor que el cuerpo, y nada peor. Es el lugar del placer y del afecto, eso que se piensa como abstracto pero se vive en el contacto de la piel con otra piel, pero también es carne de violencia, de la corrupción, lo que nos hace mortales. Y nada mejor ni nada peor, al mismo tiempo, que el cuerpo de lxs otrxs: siempre parecerá más deseable y a la vez es el infierno, todo lo que no es una misma, una multiplicidad de corporalidades distintas que nos interpelan y hace falta mantener a raya. Así, con fascinación y horror, la mirada consume los cuerpos de los otros en el torrente de imágenes que se nos propone cada día con una sintaxis en la que Aylan Kurdi, casi un bebé, muerto sobre la arena, se mezcla con el culo de la famosa de turno, las tetas de Xipolitakis aparecen justo al lado de los ojos sacados y la cara salpicada de sangre de Farré, o del nuevo femicidio de la semana. Quién sabe si los cadáveres se erotizan o los cuerpos deseables se cosifican o todo pierde realidad en el mismo acto del consumo, pero al menos se trata solamente (¿solamente?) del acto de mirar.

Cuando ese desapego relativo que permite la mirada se anula y habilita la cercanía, justo ahí es donde empieza It follows, y solamente una película de terror –una ficción de esas que no necesitan referirse al presente porque el miedo que agitan siempre se conjuga en ese tiempo–, podía darle forma visible a la actual repugnancia del cuerpo, más visibilizado y ubicuo y agresivamente mostrado que nunca. It follows (2014) es la segunda película de David Robert Mitchell y sucede en un tiempo indefinido: los autos son viejos, los chicos no tienen celulares, miran películas antiguas y habitan un suburbio de Detroit ligeramente postapocalíptico, de colores apastelados pero tan tristes que parece que todo el afecto y la alegría hubieran sido barridos mucho antes que nacieran los protagonistas. Ellos son Jay (Maika Monroe) y un grupo de amigos, adolescentes sin fiesta, sin padres (excepto una mamá fantasmal que se muestra un par de veces), sin romance. Jay sale una noche con un chico que le gusta, van al cine, cenan, tienen sexo en el auto, lo usual. Ella está vestida de rosa hasta el corpiño y la bombacha, tiene las uñas pintadas de rojo, es la única nota de color en toda la película. Pero eso no dura: el chico le confiesa al rato que le acaba de pasar algo raro mientras cogieron, una presencia mortal que lo persigue para matarlo y la única forma de sacársela de encima es pasándosela a otra persona a través del sexo.

Para ella también, la única forma de librarse va a ser teniendo sexo con alguien más, pero será un sexo frío, interesado y con cierta repulsión, como todo el que aparece de ahí en más en la película. Y la presencia que enseguida la empieza a perseguir (una idea potente de ejecución simplísima que es todo el hallazgo de It follows) es lo contrario de un fantasma: pesante, material, aunque sólo el perseguido pueda verla, toma distintas formas humanas o ex humanas y en esas formas se lee todo lo que It follows tiene para decir sobre la visibilidad del cuerpo. Porque primero es una mujer desnuda, luego una vieja en camisón, después una chica que parece haber sido atacada sexualmente, con el corpiño desgarrado y una teta afuera, la cara golpeada, que se hace pis frente a Jay. Después, una madre en tetas, infame y erotizada, un viejo desnudo en el techo de una casa, chicos jóvenes en calzones y en piyamas. Y todos, sin excepción, con la apariencia blanquecina del cadáver. No es la muerte lo que persigue a Jay, es el cadáver, encarnado en los cuerpos de los otros de la forma en que nunca quisiéramos verlos cuando son extraños: desnudos, o vestidos como en la intimidad, y acercándose, invadiendo un espacio que aceptamos sea invadido cuando se trata de lo visible pero que cuando se trata de lo corporal, lo que viene a tocarnos, es la peor pesadilla que se puede tener –y la vivimos cada día– en este mundo demasiado concreto.

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