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Viernes, 18 de septiembre de 2015

ESCENAS

Amarga bendición

El don, la obra de Griselda Gambaro que dirige Silvio Lang, entrelaza los asuntos de la tierra y el cielo en un espacio mesiánico y conflictivo, donde brilla con esplendor la gran Cristina Banegas.

 Por Paula Jiménez España

Todas las decisiones estéticas que hacen a El don vuelven a esta obra, escrita por Griselda Gambaro y dirigida por Silvio Lang, un producto de una lírica delicada y personal que mezcla asuntos de la tierra con poderes divinos, grandes dones con pequeños gestos de amor. Se trata de una puesta expansiva y mínima a la vez que contrasta la pequeñez humana, el corto alcance de sus acciones, con la fuerza de un orden mayor. Esta relación se expresa teatralmente de diversas maneras: los actores se mueven en un espacio donde la ampulosa escenografía de Gonzalo Córdova cobra una gran presencia (con fondo de altas cortinas blancas que penden del techo de la sala y una importante estructura de metal que atraviesa el escenario de punta a punta), el sonido da eco a sus voces amplificándolas y el tono es por momentos declamatorio, sobre todo en los parlamentos del mesiánico personaje de Margara, interpretada por Cristina Banegas, alrededor de quien gira la obra. Junto a ella, el resto del elenco integrado por Marcelo Subiotto, Belén Blanco y Claudia Cantero, le da vida a tres seres presos de conflictos mucho más mundanos que los que acechan a Margara. Esta anciana que parece poseer el poder de hacer que llueva o salga el sol, dice haber recibido también, como una Casandra, el sagrado don de la videncia. Si lo recibió o no es una duda que instala el texto de Gambaro y que se diluye hacia el final, cuando su predicción sobre un estado general de bondad en la raza humana es desmentida en la realidad por la violencia que su yerno (Subiotto) descarga contra su hija (Blanco). El ataque del hombre sobre la mujer tiene lugar en una potente y adrenalínica escena que se desarrolla en sombras y culmina con los cuerpos temblorosos de ambos sobre el piso. Es entonces, frente a esta gran desilusión, cuando el personaje de la anciana Margara confiesa su gran dolor, alcanzándose aquí uno de los puntos más conmovedores de la obra: quien le otorgó el poder de adivinar el futuro le negó en cambio la posibilidad de decidir sobre él, como si el don de vaticinar que ella anhelara no fuera sino el de evitar el sufrimiento. ¿Entonces para qué tenerlo si quien adivina no posee finalmente las armas para cambiar las desgracias que se vienen? Margara cuya apariencia es claramente la de una profeta con larga túnica y manos en posición de dar una bendición crística, llora amargamente. Pero si el don es algo que se tiene y que se da, el suyo no es otro que el de dar amor, una energía que aunque no pueda impedir el dolor, sabe sanarlo. Este sentido final se esclarece en la última escena donde Banegas le entrega a su hija un recuerdo reparador compartido con su propia madre, que al ser contado termina alivianándole a la joven el dolor por los golpes recibidos. Este don es el de una madre otorgando una dulce arma de supervivencia y el amor entre ellas, que puede hacerse extensivo a cualquier otra relación entre mujeres, se constituye en este texto como el gran modo de resistencia ante la violencia patriarcal. Como otro de los aciertos de El don, cabe destacar la elección de un elenco impecable que además demuestra tener un gran dominio sobre lo corporal, desde la destreza física (lxs actorxs saltan, corren, se arrastran) a los movimientos de danza, digitados por la coreógrafa Diana Szenblum. En resumen: todos los recursos puestos en juego en esta obra desarrollan su potencialidad original y acompañan la extrañeza y la poesía de una dramaturga de la altura de Griselda Gambaro.

El don. 19 y 20 de septiembre en Las Flores. Teatro Español, a las 20.30. El 26 y 27 en Zárate. Teatro Coliseo., a las 20.30 y 21.30. El 3 y 4 de octubre en Crespo Centro Cultural, a las 20.30 y 21.30. El 10 y 11 en Centro Cultural Haroldo Conti, a las 20 y 21.

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