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Viernes, 16 de octubre de 2015

PERFILES

Palabras de sangre

Svetlana Alexiévich - Nobel de Literatura 2015

 Por Marisa Avigliano

La Academia sueca todavía no había revelado el nombre del Premio Nobel de Literatura y Svetlana ya lo estaba agradeciendo en inglés y por Twitter –bueno, Svetlana no, una falsa Svetlana inventada en la red para espolear apuestas y pronósticos–. Aquel agradecimiento ilegítimo hubiera agonizado pronto entre los caracteres de algunos followers si no hubiera sido la verdad anticipada. Dos horas después del mensaje virtual la Svetlana de carne y hueso (que nació en Stanislav en 1948, hija de una maestra ucraniana y un maestro bielorruso) recibió el llamado laudatorio. Como ya ocurrió otras veces el nombre de esta nueva Nobel (publicada en más de veinte idiomas) no conoce de famas previas en nuestra tierra, sólo uno de sus libros se lee en español, Voces de Chernóbil. Pero la exclusividad del uno no va a durar mucho, tan pronto como traducir e imprimir se pueda algunos de sus otros libros (La guerra no tiene rostro de mujer, Los chicos de latón y Los últimos testigos) harán fila –pila– en las mesas de las librerías. Mientras tanto, el interés literario se distrae por caminos colectores que cuentan que la periodista premiada (sí, no esperen una novela rusa con perfume del XIX, ni verstas de nostalgia, Svetlana es periodista y escribe crónicas) marcará la agenda política de su patria porque sus textos han atacado –en sostenido ritmo y durante los últimos treinta años– a las autoridades de la ex Unión Soviética antes, y a las de Bielorrusia, Ucrania y Rusia, ahora. Polifonía, sufrimiento y coraje son las palabras que la Academia eligió para presentarla y justificar el premio. "Escribo novelas de voces", dice la Svetlana de la "Rusia Blanca" mientras su Chernóbil invita a una instalación teatral de monólogos superpuestos rociados por las voces de tres coros (soldados, pueblo y niños) y donde conversan tragando dosis diarias de radiación vivos y muertos: "–Pero allí no hay cocina. ¿Cómo voy a prepararles la comida? –Ya no tiene que cocinar. Sus estómagos han dejado de asimilar alimentos (…) Las quemaduras le salían hacia fuera. Aparecían en la boca, en la lengua, en las mejillas (...) Cuando movía la cabeza sobre la almohada, se le quedaban mechones de pelo." "El amor tiene cara de mujer" se llamaba una telenovela vernácula de Nené Cascallar, un éxito arrollador de 1964. La guerra, no, replica uno de los libros de Svetlana desde el otro lado del globo. Durante cuatro años Svetlana recorrió pueblos y ciudades auscultando las confesiones de más de doscientas veteranas del campo de batalla que no fueron a vendar huesos de otros sino a matar a quien se metía en sus tierras. Como una corresponsal de guerra eterna (las guerras no terminan cuando cae la última bomba), Svetlana cuenta en La guerra no tiene rostro de mujer (testimonios de mujeres rusas que participaron en la Segunda Guerra Mundial, 1983) el estruendo de las detonaciones amplificando la voz de la víctimas "Esta es la forma en que escucho y veo el mundo – como un coro de voces individuales y un collage de detalles cotidianos". Ojo y oído sobre páginas de papel arman la novela colectiva, la novela oratorio, la novela prueba. Un coro épico que multiplica con palabras de sangre aquel clamor pushkiano sobre la Rusia siempre triste. Habrá que leerla para saber si en verdad el orfeón de Alexiévich enlaza voces de trincheras perpetuas.

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