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Viernes, 6 de noviembre de 2015

VISTO Y LEíDO I

Delirio y gracia

Roberta Iannamico presenta una antología de poemas de una sensibilidad tan delicada como extravagante.

 Por Daniel Gigena

“La poesía me ayuda a pensar, a aprender, también me acompaña y me divierte, es la parte de mí que se expresa conmigo misma, a veces es tonta y vanidosa, o trágica y oscura, a veces estudiosa del mundo y esa es la que aliento, quisiera que me ayude a ser buena persona, que me acerque al amor. A veces creo que le pido demasiado, que debería ser más humilde con respecto a la poesía, como soy con otras actividades como cocinar o cualquier otra que practico. Lo que sí que me gusta y me deja bien escribir”, escribió Roberta Iannamico para “La infancia del procedimiento”, el blog de Osvaldo Aguirre. Iannamico nació en Bahía Blanca en 1972; es poeta, docente y música. Editó varios libros de poesía: El zorro gris, el zorro blanco, el zorro colorado (1997), Mamushkas (1999), Tendal, (2000), El collar de fideos (2001), Celeste perfecto (2005), Dantesco (2006) y Muchos poemas (2008). Su obra integra varias antologías. Para chicxs escribió Nariz de higo, de Pequeño Editor, y adaptaciones de cuentos clásicos infantiles. También es coautora de libros de lectura para los primeros tres grados de la escuela primaria. Y con el dibujante Max Cachimba publicó La camisa fantasma, “una historia de miedito”, en la colección de libros para niños de Capital Intelectual.

Qué lindo, la antología preparada y prologada por Mauro Lo Coco, incluye, además de los grandes poemas de los libros de Iannamico, varios textos inéditos, canciones y una obrita titulada “El chancho peludo”, de 1996. Los animales protagonizan, acompañados de una presencia humana con una voz tímida, a veces impetuosa y casi siempre cómica, la mayoría de los poemas del libro. Los tres zorros –el blanco, el gris y el colorado–, una vaca caprichosa que quiere ser princesa, luna o mandarina, el chancho peludo cuyo abuelo era otro chancho que volaba de flor en flor, una tropilla de caballos e incluso animales imaginarios (“Era un animal/ todo de fuego/ hermoso en su pelaje”) componen una constelación más parecida a una familia que a un bestiario: “tomo mate con mi hija/ llamamos a los perros/ moviendo los cuatro dedos/ de una mano/ no hay mejor compañía”. O, tal vez, a criaturas de una fauna a la que no le importó perder atributos humanos: “Yo levantaba una pata y la otra, como una flamenca”.

Otro de los motivos fundamentales en la escritura de Iannamico, y que el conjunto de textos de la antología despeja, es la infancia. Por su producción literaria y musical para chicxs y por su trabajo como docente, se puede decir que la infancia le concierne de manera inmediata e íntima. A medio camino entre la recreación de un lenguaje infantil y de la propia infancia como matriz de percepción, su escritura cosechó un repertorio de temas, imágenes y acentos en los que conviven la inocencia y la astucia: “El agua del arroyo/ estaba mágica/ (lo sé por su sonido bajito)”. Como en otras poetas de su generación, el paisaje rural, si bien funciona como un modelo arcádico, deja entrever peligros y asimetrías: “crucé el alambre/ y todo era naturaleza/ piedras tierra/ yuyos de distinto tipo/ era bello pero ya no celestial”. En el mismo poema –que cuenta la caminata de regreso a una aldea en la que una chica tropieza con una piedra similar a la cabeza de Dante– se lee: “crucé un campo/ de plantas secas/ caídas/ sobre la tierra/ caminaba esquivándolas/ como a cadáveres”. Animales, niñxs, madres e hijas y el campo juegan en la escritura de Iannamico como fronteras móviles de un territorio verbal en expansión: “La niebla avanza/ por entre los árboles/ por entre las casas/ y en su avanzar se adensa/ todo el paisaje/ se vuelve lejano”. A ese paisaje Iannamico lo acerca con cosas, sin descontar entre ellas las palabras que las nombran: “lo caliente/ lo frío/ lo suave/ lo pesado/ las cosas que entran/ en una mano/ eso es lo que tengo/ para armar un mundo”. Poesía de la felicidad del instante, cada verso fulgura en este libro: “las flores trabajan de estar lindas”.

Qué lindo
Roberta Iannamico
Zindo & Gafuri

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