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Viernes, 20 de noviembre de 2015

ESCENAS

Pasajera en trance

Un viaje en común y el mundo exterior como amenaza sutil pero permanente. En Larga distancia, dos vidas se cruzan sin demasiado en común más que el deseo de conectar con otrxs.

 Por Alejandra Varela

Los diálogos de esta obra pueden ser una mentira. Todo, la mínima materialidad de los hechos, la intensidad de las palabras que se sacuden entre desconocidxs, pueden no haber ocurrido jamás. Lo que se vuelca en escena es, tal vez, la imaginación de los personajes, aquellas situaciones que el tiempo suspendido de un viaje abren en los sujetos como si pudieran ser otrxs, como si lograran sacarse del cuerpo las identidades de la fantasía y del recuerdo.

Larga distancia puede ser una obra puramente mental donde Lucía realiza un viaje de trabajo que tiene sus repeticiones y sus incertezas y durante esas horas no consigue detener su cabeza. Esa ansiedad vibrante de la joven que la obliga a hablar con su acompañante como si cada sílaba pudiera provocar una acción, convertir a ese muchachote un tanto insípido, perdido en ese micro, en su trabajo, en las llamadas de su familia, en el hombre que se anime a enamorarse de ella.

Lucía es la autora a partir de sus sueños de esas interrupciones casi sonámbulas, casi oníricas, donde ella parece intervenir como una suerte de Casandra que especula o desea, que se siente en condiciones de determinar lo que va a ocurrir. Porque mientras la ruta se desprende, la felicidad de dejarlo todo, de hacer de lo intrascendente el dato crucial de una vida, es tan tentadora que alimenta pequeñas crisis, impulsos que pueden estrellarse en la carretera como ese micro que lxs encierra.

Esa primera alteración que ubica a los actores en la platea y obliga al público a sentarse en el escenario, define la entidad de los personajes de Larga distancia. Lucía y Eric son jóvenes convencionales. Ni demasiado conformes, ni tan desdichadxs como para sentirse protagonistas de una epopeya. La quietud del viaje, como una suerte de contradicción, de paradoja, es la que refuerza la idea de que la única acción que les corresponde se desarrolla en el plano de la fantasía. La realidad es un espacio demasiado débil y Eric es, prácticamente, un personaje permeable a los cambios de humor de Lucía, casi como si el chico que trabaja en negro fuera una invención de la joven monotributista, el destinatario casual de las posibles aventuras que la chica decanta en cada viaje para quedar en el mismo sitio, para comprobar que la historia no avanzó y que todas esas mutaciones bruscas, esos efectos pasajeros, son el resultado de una mente que sigue el ritmo de las distintas estaciones con sus oleajes de criaturas anónimas a las que ella escrutará como posibles integrantes de la novela de su vida.

Georg Simmel escribió ensayos deliciosos donde encontraba en los diálogos entre extrañxs, en la situación de ajenidad que un viaje propone, potentes momentos sociológicos capaces de delinear estructuras que se construían desde esas conductas donde alguien se atreve de confesarse frente a su compañerx de asiento o experimentar algún leve riesgo.

En la escritura de Katia Szetchman los hechos son puestos en cuestión, quebradizos frente a una realidad a la que los personajes hacen referencia como a un territorio al que desean volver.

Si en los años noventa la dramaturgia argentina se protegía en el desborde de una palabra poética, compleja, para no acercarse a una realidad que le resultaba inextricable, esta joven autora parece tomar nota de la fragilidad de sus personajes pero ya no le resulta suficiente dejarlxs en el cobijo reparador del lenguaje. El afuera está allí, con su precariedad laboral, las demandas familiares y la soledad como conflictos a los que deberán enfrentarse cuando lleguen a destino.

Lucía y Eric no pertenecen a ese momento del viaje. Son personajes del realismo que Szetchman eligió contar desde sus cabezas, desde una interioridad que rechaza el desarrollo de escenas y que se muestra fragmentada, inconclusa, cortada como anécdota, sublevada ante la posibilidad de reproducir aquello que las personas ubicadas en la platea ya conocen.l

Larga distancia, escrita y dirigida por Katia Szetchman, con las actuaciones de María Soldi y Martín Shanly, se presenta los sábados a las 21 horas en el Centro Cultural Ricardo Rojas.

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