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Viernes, 4 de diciembre de 2015

HOMENAJES

Correr el velo

Fatima Mernissi 1940 - 2015
 

 Por Marisa Avigliano

 

Fue la protagonista de un cuento que con ilusión futurista escribió sin tinta cuando era una nena. Se lo contaba a sí misma para divertirse en noches oscuras y tardes de tedio mientras buscaba entender razones y disciplinas de las mujeres del harén en el que creció. Quizás fue el deseo detenido de libertad de su madre analfabeta la razón primera, quizás fue el rumor ahogado que tartamudeaban las mujeres de su Fez natal, quizás las dos cosas y muchas más, pero lo cierto es que aquel cuento infantil se convirtió en biografía, en relato real y cronología épica de una mujer marroquí.

Sí, primero Fatima lo soñó y después dedicó su vida a cumplirlo. Hizo de la imaginación que bailaba en sus ojos, su lucha diaria. La nena del harén llevó su mirada más allá de los contornos  –como la de los bebes que pintaba Bouts–  y revolucionó cánones develando el rol las mujeres de Mahoma (un rol primordial que fue ocultado y lanzado al destierro) y promoviendo relecturas del Corán. “La escritura es mejor que un lifting” se llama uno de los capítulos de El poder olvidado: las mujeres ante un Islam en cambio, un libro (hay más de quince publicados) que escribió cuando la primavera sangrienta de 1993 amontonaba muertos –cuerpos como recortes en las esculturas de  Daniel Bragin– en las calles de El Cairo y Argel. Tinta y receta de belleza para dar cuenta de su obsesión siempre naciente: “el velo y la elite masculina”.  La pionera del feminismo islámico, “la gran dama que tuvo el coraje de revisar temas considerados tabú”, “la erudita maravillosa, amable y generosa” estudió primero en Fez (en una escuela de niñas subvencionada por el protectorado francés) y después en la Sorbona y en la Universidad de Brandeis, en los Estados Unidos. Doctorada volvió a Marruecos, dio clases en la Universidad Mohammed V de Rabat y desarrolló una investigación sobre las mujeres marroquíes y el trabajo. Este es apenas un raid curricular, una pincelada efectiva para mostrar la silueta de acuarela indeleble que acuña Fatima Mernissi y que fue delineándose en pausa minuciosa adherida al trabajo académico, a la investigación histórica y a la batalla. Prohibida y condenada a la figura de traidora por quienes en aras de una plegaria –con petróleo chorreando en los bolsillos–, reivindican el velo y la boca muda, y premiada por Occidente junto a Susan Sontag (compartieron el Premio Príncipe de Asturias en el 2003), Fatima –de implacable lealtad a la revolución digital– aseguraba que “durante el período entre el 622 y el 632, el Islam se mostraba abierto a la igualdad entre hombre y mujer, ellas accedían libremente a la mezquita y tenían el estatuto de discípulas del profeta”. Desmentir tradiciones y explicar miedos (“Europa cuida sus fronteras como si fueran las puertas de un harén (…) occidente le teme al Islam y los hombres les temen a las mujeres (…) el velo y el terror no son más que dos reflejos extraños y sexualmente distorsionados de la misma represión brutal, reflejos de la misma mutilación” sólo por citar tres oraciones incompletas) la volvieron más y más controvertida,  dejen de pensar en la odalisca pasiva que occidente creó para que oriente baile, en la historia musulmana las mujeres nunca han sido pasivas, decía Fatima mientras explicaba que sus encuentros con campesinas, criadas y videntes edificaban aún más su convicción de niña cuando el silencio sediento bebía el sudor de sus sueños: la palabra de la mujer es el arma letal en la revolución por la igualdad.

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