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Jueves, 24 de diciembre de 2015

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Aquelarre

 Por Marta Dillon

Golpeada, desnuda, masturbándose excitada por los sonidos del pueblo en la plaza, con la cara ajada de las arrugas que se pueden tener pasados los 80, con la mirada perdida de una loca y el título que hablaba de su tratamiento siquiátrico; de todas esas maneras puso la revista Noticias a Cristina Fernández de Kirchner en su tapa. Y la semana pasada lo volvió a hacer, esta vez a la hoguera, los brazos atados a la espalda, la mirada al cielo como si escapara de las llamas o rogara al cielo y su cuerpo entero, cubierto con el vestuario del siglo XV, entre las lenguas rojas del fuego al que los monjes negros que están en primer plano le dan la espalda. Lo primero que aparece frente a la imagen es el hartazgo, la sensación de que poco queda por decir porque es tan obvia su operación, tan misógina la metáfora que los editores reivindican en respuesta a las críticas que llovieron desde las redes sociales, quejándose de que si se las quitan a las metáforas quedarían sin lenguaje; que a veces la falta de lenguaje parece quedar de este lado. Sin embargo la sincronía quiso que dos semanas antes de la aparición de la tapa de Noticias cuyo título es El Pacto, un grupo de las que tuvimos responsabilidades en la organización de la concentración histórica del último 3 de junio, Ni Una Menos, nos propusiéramos leer el libro de la feminista italiana Silvia Federicci, El Calibán y la Bruja. Era parte de la organización que nos estamos dando, en un contexto político que arrasa con su multiplicidad de transformaciones veloces que parecen tener, justamente, un efecto contrario a lo que sucedió aquella tarde y noche en que centenares de miles de personas salieron a la calle a decir basta a la violencia machista y patriarcal. Si entonces el espacio abierto había conjurado la intemperie con hospitalidad para todas esas experiencias desjerarquizadas, silenciadas, ninguneadas; para la rebelión contra el acoso, la violencia y también los mandatos estereotipados que dicen qué cuerpo hay que tener, cómo mostrarlo, cómo gozarlo y con quienes, siempre que acate el mandato de reproducirse cada vez que toque o ser llamadas asesinas y condenadas a la clandestinidad; si entonces el cielo fue cobijo, ahora el desamparo se convierte en síntoma y sólo se calma en los epifánicos momentos que se comparten con otros y otras. Nosotras, este grupo que nació al calor de la masividad del Ni Una Menos y que asiste como paladeando algo de la miel de una victoria que no nos pertenece a la capilarización de esa consigna pintada en banderas tan diversas, escrita en tantas paredes, en tantos cuerpos, remeras, volantes, revistas y fanzines, no renunciamos a la calle; nos preparamos para seguir habitándola. Por eso la lectura, la reunión cada quince días bajo los árboles de la Costanera Sur para comentarla, a la vez que empezamos a hacer una bandera, una bien grande y recargada con todo eso que no suelen tener las banderas para llevarla el próximo 3 de junio: lentejuelas, canutillos, huellas de botines de fútbol, marcas de nuestros cuerpos, bordados a mano, pintura, apliques; lo que vaya sucediendo en esta tarea comunitaria que se inspira en otras rondas de trabajo de mujeres, tal vez las bordadoras de centro América o las muralistas de esas mismas zonas indígenas de Guatemala y Honduras donde la memoria contra la impunidad se traduce en diseños, o a las bordadoras del ao poi en el Chaco paraguayo, o a las madres y abuelas que tejían por acá nomás a dos agujas mientras charlaban. Memorias de hechiceras que no nombramos pero nos habitan, como nos habita también la memoria de lo que evoca esa tapa con la ex presidenta en la hoguera, más con el texto fresco de Federicci en la punta de la lengua. "La caza de brujas fue instrumental a la construcción de un orden patriarcal en el que los cuerpos de las mujeres, su trabajo, sus poderes sexuales y reproductivos fueron colocados bajo el control del Estado y transformados en recursos económicos. Esto quiere decir que los cazadores de brujas estaban menos interesados en el castigo de cualquier transgresión específica, que en la eliminación de formas generalizadas de comportamiento femenino que ya no toleraban y que tenían que pasar a ser vistas como abominables ante los ojos de la población.", decía la italiana en Las12 cuando su libro se editó en Argentina y comparaba el fin de las tierras comunales a través de los cercamientos que impusieron la propiedad privada y el inicio del capitalismo con esa práctica de la acusación y aniquilamiento. "La amenaza de la hoguera erigió barreras formidables alrededor de los cuerpos de las mujeres, mayores que las levantadas cuando las tierras comunes fueron cercadas. De hecho, podemos imaginar el efecto que tuvo en las mujeres el hecho de ver a sus vecinas, amigas y parientes ardiendo en la hoguera y darse cuenta de que cualquier iniciativa anticonceptiva por su parte podría ser percibida como el producto de una perversión demoníaca.", agregaba. Entonces se hace evidente que la acción es necesaria, que el hartazgo frente al más de lo mismo que propone una revista que se instala en los quioscos proponiendo una imagen violenta hacia una figura femenina y poderosa no alcanza, que es necesaria la acción. Porque este momento particular, en que el capitalismo neoliberal sonríe con dientes nuevos también necesita cuerpos dóciles de mujeres que vuelvan sumisas a sus casas, que decoren como decora la primera dama la Quinta de de Olivos, que contengan y organicen lo poco que deja la transferencia de bienes a quienes más tienen. Y por eso nuestros goces, nuestros gritos y nuestras reivindicaciones son revulsivas y por eso el miércoles hicimos el aquelarre en la puerta de la revista Noticias, no para proteger a quien no necesita la ex presidenta de un agravio más, si no porque no queremos ser cercadas en esta lógica del miedo, porque reivindicamos el poder de nuestros deseos, la potencia de nuestros cuerpos, la capacidad que tenemos de decidir sobre ellos en completa libertad y autonomía.

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