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Jueves, 31 de diciembre de 2015

CINE

Dónde está la ballena

En el corazón del mar, de Ron Howard, está basada en el hecho real que inspiró Moby Dick de Herman Melville: el hundimiento de un ballenero por un cachalote blanco.

 Por Marina Yuszczuk

A la sugestión que nos hace pensar de vez en cuando que alguna criatura nos está persiguiendo, ensañada con nosotrxs por alguna razón inexplicable, la conocemos todos: un insecto demasiado persistente, un gato de mirada maldita que nos hace convencernos de que su única voluntad es saltarnos encima y arañarnos hasta decir basta. Pequeñas visiones que nos abren el infierno, cuando por la sola atribución de voluntad y hasta malicia a un ser que supuestamente no se mueve más que por instinto, el orden natural se altera y el mundo conocido nos empieza a perseguir, amenazante. Con sensaciones como éstas los marineros de la costa este de Estados Unidos que a principios del siglo XIX se aventuraban en el mar a la caza de ballenas forjaron rumores y leyendas; quizás la culpa por ensañarse con esas bestias gigantes tuvo algo que ver, o quizás necesitaban restituirle al mundo natural, cuya magnificencia se podía reducir a unos cuantos barriles de aceite cuantificable destinados al comercio, la grandeza perdida.

Moby Dick nació de la mente de Herman Melville alimentada por historias de marinos y por la leyenda de una ballena albina, Mocha Dick, que merodeaba una isla cerca de la costa chilena. Se cree que fue la responsable (digamos) de varios ataques a balleneros y del hundimiento del Essex en 1820, o así lo relató al menos un periódico norteamericano en 1839. Para Melville, Mocha Dick fue Moby Dick, y el Essex se transformó en el Pequod, un ballenero fantástico con una base real, detallista, demasiado fuerte como para no tomarlo en serio, comandado por el Capitán Ahab, una figura oscura, obsesionada con vengarse de la ballena que le había arrancado la pierna incluso si para eso era necesario arrastrar a toda la tripulación hasta las fauces de la muerte.

La novela de Melville, publicada en 1851, se convirtió extrañamente en una especie de épica norteamericana si se tiene en cuenta que en su mayor parte es una compilación enciclopédica de conocimientos prácticos sobre la caza de ballenas, la navegación, la forma de recoger el espermaceti o de colgar a los cachalotes del costado del barco para ir pelándoles la grasa como si fuera la cáscara de una naranja. Con sudor de trabajo, olor a grasa crepitante en el fuego y una pretensión de exhaustividad casi demente, la aventura del siglo XIX que retrata Melville es la del saber tanto como la de domesticar el mundo. Y ésa, de entre todas las aventuras, es infilmable. Cuando John Huston llevó al cine la historia de Moby Dick en 1956, protagonizada por Gregory Peck, se quedó con la cuenta pendiente entre Ahab y el cachalote blanco y tiró el resto por la borda.

En el corazón del mar, la nueva película de Ron Howard que quiere contar la misma historia, hace algo parecido y además recurre a la leyenda del Essex para mostrar el “hecho real” que estaría detrás de ese tan cotizado “basada en hechos reales”. Un joven Melville que todavía no ha publicado su obra maestra visita a un viejo marino en Nueva Inglaterra y le paga para que le cuente ese último viaje del Essex. En el relato del marino que por entonces era apenas un chico, el protagonista es Owen Chase (Chris Hemsworth, antes Thor), un navegante experto pero pobre que debe conformarse con ser primer oficial en una expedición comandada por George Pollard (Benjamin Walker), un capitán sin experiencia pero de familia acomodada. La tensión entre los dos quiere ser uno de los ejes de la película, y también la persecución entre Chase y la ballena blanca, pero Howard renuncia al atractivo del mundo ballenero y la mitad de la película se parece más al viejo y conocido Relato de un náufrago. No está muy claro qué representa la ballena, ni el mundo natural, ni los misterios de las profundidades. Ron Howard es un gran contador de historias excepcionales pero esta vez el verdadero protagonista es el espectáculo, esa batería de recursos trepidante y difusa que amenaza con hundirle el barco, mucho más insidiosa que cualquier cachalote blanco.

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