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Jueves, 31 de diciembre de 2015

CINE II

Con el pelo suelto

La película israelí Gett: el divorcio de Viviane Amsalem cuenta la historia de una mujer que ruega por su divorcio, que le es negado una y otra vez.

 Por Silvina Herrera

Todo sucede en una habitación, blanca y luminosa, despojada. Tres escritorios componen la escena, en uno está ella que se quiere divorciar, en otro está él que lo impide y enfrente están ellos, los jueces, que no tienen piedad y están llenos de prejuicios, esos que están arraigados en toda una sociedad civil que basa sus lazos en la religión, en este caso judía. La religión es el culto que maneja los hilos de las personas puertas para afuera y también puertas para dentro, ahí donde paraliza las posibilidades de ser libre, sobre todo a las mujeres, y enfatiza la sensación de miedo que las mantiene atadas y sometidas.

Gett: el divorcio de Viviane Amsalem es una película israelí que habla sobre la vida privada de una mujer que se vuelve espejo de la vida pública y da cuenta del modo en que se relacionan las parejas y la percepción del entorno. Viviane tiene que presentarse en un juzgado para explicarle a tres jueces ortodoxos por qué se quiere divorciar de Elisha, y suplicarle a su marido que lo permita. Hasta que él no acepte el divorcio, los jueces no van a aceptar la separación, así empiezan a pasar años y las escenas se repiten en la misma habitación. A veces Elisha ni se presenta y todo se vuelve a retrasar, otras veces va y vuelve a decir que no, que no la quiere dejar ir, como si fuera un objeto de su pertenencia. Cada uno tiene un abogado que refuerza la posición de su defendido, pero la justicia está siempre del lado del hombre que no logra ser convencido que la relación ya está terminada. La repetición y el paso del tiempo se vuelve desesperante, irritante, los años pasan pero todo sigue igual, ella sigue reclamando por su libertad y una y otra vez se le vuelve a negar. La película es la tercera parte de una trilogía que se completa con To Take a Wife y Shiva, pero es totalmente independiente de sus predecesoras.

Él dice que nunca la engañó, que siempre la alimentó y que juntos construyeron “un hogar judío ejemplar”. Ella dice que no es feliz pero no alcanza, a nadie le alcanza su sentimiento para permitir que se separen y puedan tener otra pareja. Pasados varios años Viviane se cansa, los buenos modos y la paciencia tienen un límite para ella. “No tengo miedo, he estado retenida como un perro atado, pero ya está bien”, asegura al fin ella y cuenta que era infeliz porque él la criticaba y la insultaba y nunca tenía una palabra de amor o un gesto de cariño. En todas las audiencias, Viviane iba con el pelo prolijamente atado, en las últimas, cuando no puede más y se rebela, se lo empieza a soltar, juega con sus mechones y el tribunal se lo reprocha. No parece casual ese juego con el pelo, en una sociedad que considera que una mujer casada debe recogerse el cabello como señal de no estar disponible para otros hombres.

Las escenas que se repiten en un mismo escenario logran transmitir la asfixia, el encierro, la locura ante el suplicio de no poder liberarse de la falta de sentido común que la rodea. La opresión del espacio es un reflejo de la opresión interna de la protagonista. Viviane Amsalem está en el nombre de la película, en la tradición de mujeres que titularizaron las obras que protagonizaron. ¿Qué tienen en común Madame Bovary o Anna Karenina con Viviane más de 100 años después? Las tres enfrentan su soledad ante el mundo y tienen que soportar la frustración por la falta de comprensión. Bovary y Karenina fueron infieles en una época en que la infidelidad de la mujer era casi un crimen, Viviane quiere separarse y hacer su vida sin depender del hostigamiento de su marido. Flaubert defendió su obra reclamando: “Madame Bovary soy yo”, o eso asegura el mito. En ciertos lugares todavía una mujer tiene que dar explicaciones por sus deseos e implorar para que sean aceptados. Viviane Amsalem somos todas.

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