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Viernes, 15 de enero de 2016

MúSICA

El hilo rojo

Presión social es un disco habitado por voces, discursos y cuerpos de mujeres cantantes y compositoras de nuestro país.

 Por Alejandra Varela

Como si se abriera una caja, como si al sacar la cinta y el papel de regalo se soltaran en un instante decenas de mujeres nuevas, las voces de Presión social son una hecatombe de criaturas jóvenes que encarnan una primera persona donde una sensualidad cool es acompañada por la experiencia del dolor sin estridencias.

Esa pequeña muerte de una chica Vampira se vive con elegancia. El mundo femenino se cuenta a sí mismo en un disco que tiene a Lucas Martí como compositor e ideólogo. La mujer como cantante y autora, como música y poeta siempre ha sido una figura difícil de digerir en el pop y rock nacional. No es la primera vez que Martí diseña proyectos donde las cantantes son lanzadas en grupo para que su potencia, esa singularidad que escarba y se interroga en su interioridad pero también en una manera desacostumbrada de estar en el mundo, se manifieste en cantidad, en esa voluntad de aparecer y ganar espacios.

Allí están ellas con la violencia dulce de Marina Fages o el tono casi evangélico de Rosario Ortega. Se valen de los recursos mas variados para mostrar que son otras, que buscan opciones, que interpelan a la masculinidad de su época y que, principalmente, no se conforman.

Emme lo dice cuando menciona a Joni Dip y se preocupa primero por destrozar ese nombre, por falsearlo, por hacerlo accesible y simple al reducirlo a su sonoridad. Hay algo que esos hombres con los que las chicas se cruzan no pueden darles y las canciones definen su ritmo en esa exigencia que no es quejosa sino un modo de entender la dificultad de las relaciones y no intentar aplacarlas. Estas mujeres quieren disfrutar de todas las contradicciones, saben que los vínculos, los afectos, traen tormentas misteriosas, iluminaciones placenteras. Ellas no buscan repetir instrucciones, no hay nada pautado, la Presión Social que marca el título del CD pertenece a otras generaciones. Ellas entienden que ningún afecto es definitivo. La tragedia no es su idioma. Ellas sacuden a su entorno y el hombre aparece un tanto descolocado en estas voces, en tensión, dispuesto a darse cuenta que el amor, la vida de a dos y la seducción tendrán que reinventarse en lo indefinido, en lo inexacto de géneros que ya no soportan roles fijos.

Son mujeres que ensayan un lenguaje de la sexualidad, como lo hacen Juliana Gattas y Noelia Mourier con cierta displicencia, como si en el gesto, en la forma actoral de la cantante también pudiera habitar la naturalidad.

En esa marquesina, entre todas las luces, en la disposición para escucharlas que requiere de un ánimo permeable a las particularidades, estas cantantes y compositoras que construyen su estilo entre la técnica y una ambición literaria que se alimenta de todo lo que le piden y le pelean al mundo, podrían identificar un puente en la figura de María Ezquiaga.

Con su voz perfecta, sus letras que imaginan lecturas, palabras aplicadas con esmero y un conocimiento musical que se nutre de artistas tan potentes como Martí, la cantante de Rosal es una exquisita pieza que hace posible la aparición de todas las demás, las invoca y las multiplica.

Presión social funciona como un sistema que sostiene un diálogo interno. No se trata de artistas disociadas o de forzar la coexistencia de estéticas extrañas. Lucas Martí le otorga unidad a voces variadas. Algo las sostiene en una tonalidad a la que pertenecen aunque después elijan diversos caminos.

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