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Viernes, 15 de enero de 2016

CINE

Salir del sótano

En Joy, Jennifer Lawrence se salva sin príncipe de ser una madre y trabajadora ahogada en la rutina y las obligaciones.

 Por Marina Yuszczuk

Joy no da más. En el centro de una familia donde todxs parecen necesitarla y nadie la ayuda, se ocupa de la madre (Virginia Madsen) , que se la pasa sentada en la pieza mirando telenovelas baratas como si fueran la vida misma, tiene al ex marido (Edgar Ramirez) viviendo en el sótano, dos hijos en edad escolar que como todos los chicos, a veces tienen la mala idea de enfermarse, y para colmo el padre (Robert De Niro) le cae también con la pretensión de quedarse a vivir en su casa. En los ratos que le deja el trabajo en una aerolínea, donde el malhumor de los clientes le suma presión a una vida que no le ofrece mucho más que trabajo y esfuerzo, Joy Mangano se tiene que ocupar de todo. Y está podrida. Además, ella soñaba con otra cosa, de chica le gustaba hacer cosas con las manos y alguna vez se imaginó inventora. Después, la vida le pasó por encima.

Pero precisamente por todo eso no es casual que el intento de Joy por armarse otra vida, ese cuento que David O. Russell cuenta en Joy, empiece por una pequeña idea que tiene esta treintañera de Long Island interpretada por Jennifer Lawrence para mejorar sus tareas de ama de casa y madre que trabaja: ¿qué puede ser más estresante, cuando todo es un lío, que tener que correr a buscar trapos para juntar ese vasito de jugo que los nenes volcaron en el piso? Para ordenar hay que empezar por algún lado concreto y a Joy se le ocurre fabricar una mopa que se escurra con mucha facilidad, sin que haga falta agacharse o mojarse las manos. Así empieza este cuento de hadas en el que la protagonista no es ni Cenicienta ni el hada madrina sino una combinación de las dos: una mujer que, puesta en el lugar de tener que ocuparse del cuidado del hogar y la familia, se las arregla no sólo para inventar algo que le haga más fácil el día a día, sino para elevarse ella sola, sin príncipe, al lugar de reina de los negocios y las ventas telefónicas.

Esta es la tercera de David O. Russell en su etapa de director que hace películas cancheras, increíblemente fluidas y algo huecas con Bradley Cooper y Jennifer Lawrence, luego de El lado bueno de las cosas (2012) y La gran estafa americana (2013). Y con Joy, es casi programática la voluntad de encarar una historia de “mujer luchadora sin varón que la salve”, por eso bien al principio aparece una Joy niña que charla con su abuela y, como una feminista precoz, corrige un relato de la señora para eliminar al príncipe. La primera parte de Joy, que la tiene girando por la casa de la familia Mangano entre parientes ruidosos y llenos de reclamos, parece una película italiana aunque Russell se cuide mucho de no poner fideos ni caer en ningún tipo de costumbrismo, y es estimulante, divertida, conmovedora en su exaltación de la self-made woman en lugar del habitual self-made man (de hecho la principal inversionista cuando llega el momento de producir a gran escala las mopas de Joy es Trudy, una viuda que heredó el negocio de su marido y lo administra con ferocidad, en la muy arrugada piel de una Isabella Rossellini que es un milagro de naturalidad).

Puede que el momento más intenso en el ascenso de Joy sea cuando el encargado de una cadena de ventas por televisión (Bradley Cooper, con el que va a sobrevolar un romance que parece no concretarse nunca para cumplir con las premisas autoimpuestas de la película) le muestra toda la adrenalina puesta en el acto de vender, un ejercicio de prestidigitación que se equipara a un arte. Después la película se entrega a una cadena de estereotipos que no se detienen, y a Russell parece importarle más construir un momento cool en el que Joy camina en cámara lenta y se calza unos lentes espejados para convertirlo en poster que seguir contando una historia: acaso una verdad sobre el cine de David O. Russel esté condensada en esa secuencia en la que todo –la historia, los personajes, la emoción, la épica o cualquier cosa que importe– se subordina a las pautas de lo que podría ser una publicidad de Ray Ban.

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