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Viernes, 4 de marzo de 2016

COSAS VEREDES

Cortar amarras

En un fallo que ha generado indignación masiva, la Justicia norteamericana dictaminó que la cantante y compositora Kesha deberá grabar seis discos más con el hombre al que acusa de haberla violado por considerarlo “lo comercialmente razonable” (sic).

 Por Guadalupe Treibel

Siempre es igual: se sabe menos de lo que, en realidad, sucede; sucede más de lo que, en general, se denuncia. Y cuando sucede, se sabe, se denuncia, no siempre acompaña la consternación social. No acompañó cuando Lady Gaga reveló que, a los 19, un productor la violó. Tampoco cuando la otrora bajista Runaway Jackie Fux relató cómo su manager, Kim Fowley, abusó de ella cuando tenía 16, tras drogarla y dejarla inconsciente (colmo de la impunidad: con testigos presentes). Ni siquiera cuando la periodista Dee Barnes fue golpeada hasta el desmayo por Dr. Dre en la fiesta de un sello a comienzos de los 90s, y lejos de negar cómo el tipo le dio la cabeza contra la pared e intentó tirarla por las escaleras, sus amigotes dijeron ¡a la prensa!: “Se lo merecía; la puta se lo merecía”. No acompañó cuando la cantante R&B Michel’le, antaño pareja del susodicho rapero, recibía coscorrón tras coscorrón tras coscorrón… En ocasiones, gana la apatía, la indiferencia u, otra constante, el prestigio del varón. A veces, por fortuna, el sentido del bien y el mal reaparece, la inteligencia reacciona, el sentimiento de dolor y terror ante la crueldad sacude. Dice “no”. Dice “basta”. Dice “así, no más”. El caso de la popstar Kesha pareciera estar en esa línea. Recientemente replicado en cantidad de portales, revistas y diarios, locales y no, ha despertado, al menos en apariencia, cierto sentido de humanidad. Aunque, hay que decirlo, la lucha de la veinteañera lleva más de un año y solo ahora haya generado indignación y empatía, apoyo total.

De hecho, hace apenas cinco meses, Bitch Media publicaba la nota “¿Por qué nadie está hablando de la violación de Kesha?”, donde subraya la corajuda denuncia de la artista contra su mentor y productor Lukasz Gottwald (más conocido como Dr. Luke), y su esfuerzo por librarse de los lazos legales que la ataban a su sello, Kemosabe Records, de Sony Music. “Es sumamente peculiar que este tema reciba tan poca cobertura de medios mainstream, tratándose de una estrella con éxitos como Tik Tok y We R Who We R y de un hit-maker, responsable de todos los sucesos de Katy Perry, temas de Miley Cyrus del tipo Wrecking Ball y algunas destacadas canciones de Britney Spears”, cuestionaba el sitio, inquiriendo si no sería la fama de “chica fiestera” de la muchacha, el no encajar en el molde de “víctima perfecta”, el que generaba que la opinión pública mirara para otro lado… Pues, de cara al último y terrorífico giro del caso, imposible torcer la mirada. O hacerse los sotas frente a una denuncia que explicita cómo, al menos en dos oportunidades, el tipo abusó de ella. En una, haciéndole inhalar una sustancia que la dejó incapacitada previo a subir a un avión, donde se aprovechó de su estado. En otra, al darle unas píldoras para que se despabilara; píldoras que resultaron ser GHB, droga que provoca pérdida total del conocimiento. Un día después de tomarlas, Kesha amaneció dolorida y desorientada en la cama del productor, sin recuerdo de cómo había acabado allí.

El giro previamente mencionado es el dictamen emitido el pasado viernes por una jueza de la Corte Suprema de Nueva York, que obliga a la chica a respetar su vínculo laboral con Dr. Luke. Ajá: a pesar de que la artista detallase años de abuso físico, emocional, psicológico (a punto tal de incurrir ella en una bulimia nerviosa), la magistrada Shirley Kornreich decidió hacer “lo comercialmente razonable” (sic), según le indicaba su “instinto”. “Me piden que diezme un contrato bien negociado, típico de la industria”, esgrimió este brazo tonto de la ley, argumentando que si Dr. Luke –el perpetrador en cuestión– ya había invertido 60 millones verdes en su carrera, ella debía retribuirle de buena fe, con seis discos más, tal cual se había estipulado una década atrás. No conforme con tan “razonables” motivos, la jueza escarbó en la falta de evidencia médica que avalase la palabra de Kesha. Acaso un modo de decir: que se joda por no animarse a denunciarlo a tiempo. Una manera de echar culpas a la víctima. De joderle la carrera porque se ha animado a hacerle frente al poderoso.

Finalmente, según lo ha puesto la jueza: o Kesha labura bajo el control del tipo al que denuncia de haberla violado, o puede despedirse de la industria. Ojo: aun cuando continúe editando para Kemosabe (lo cual, además de ingrato y tortuoso, es sencillamente imposible, físicamente imposible, en tanto la muchacha “no se siente segura de ningún modo”), existe el riesgo de que el sello no promocione sus discos y conciertos como en LPs anteriores, no le facilite el proceso creativo o, por caso, no le permita explorar las nuevas sendas musicales que ella anhela (“Quiero mostrar al mundo otros lados de mi personalidad; no quiero seguir sacando la misma canción, volverme una parodia de mí misma”, explicó en cierta ocasión). De allí que cantidad de fans del globo, y básicamente cualquier persona sensata, esté llevando adelante una campaña en redes sociales donde solicitan que liberen a Kesha, juntando casi 300 mil firmas, llamando al boicot al son de #SonySupportsRape o #FreeKesha. Campaña a la que se han sumado muchas de sus colegas, especialmente mujeres, shockeadas por la decisión de la Corte. Taylor Swift, harto sabido, le donó 250 mil dólares para ayudarla en el proceso legar; Demi Lovato, Fiona Apple, Miley Cyrus, Lily Allen, Iggy Azalea, Lorde, Ariana Grande, Lady Gaga, Kelly Clarkson, Halsey, Best Coast y Wale, entre otrxs, expresaron públicamente su solidaridad. Al igual que Lena Dunham y su novio, el músico Jack Antonoff, quien se ha ofrecido como productor para hacer temas juntos y filtrarlos a la web a modo de resistencia. Habrá que ver cómo sigue el asunto. Si el movimiento resulta exitoso, resultará un fuerte precedente para que las voces de otras mujeres se escuchen fuerte y claro, más allá de los altoparlantes.

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